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Días y noches de bohemia, compromiso social y solidaridad en Tijuana

De 1991 a 1994 me involucré en el proceso de organización social que ha dejado marcado mi vida.

No soy quien para calificar los resultados del Programa de Solidaridad en Tijuana, pero el entusiasmo, la alegría, la fraternidad, la esperanza y el trabajo colectivo inundaron las calles y colonias de esa ciudad.

Me fundí con la ciudad y su gente, en los cañones, los cerros y laderas, donde conocí a amigos, compadres y compañeros de lucha fuera de serie.

Tijuana es incertidumbre, pero su encanto trasmina el alma, es mucho más de lo que cualquier tijuanólogo haya escrito acerca de ella.

A las 5 de la mañana esperábamos las ollas de concreto en la Colonia Libertad y juntos, señoras, jóvenes, niños y todo lo que pudiera moverse, pavimentamos ese sector del cual muchos presumen y han hecho tan poco.

Las jornadas de trabajo inundaban toda la ciudad, Sánchez Taboada. Ciudad Jardín, Lázaro Cárdenas, el Florido, Otay, las Obreras, la Tejamen, la Internacional, Plan Libertador, Primo Tapia, el Tecolote, La Gloria, la Guanajuato, la 18 de Marzo, la Felipa Velázquez, Leandro Valle, el Mariano Matamoros, las Rinconadas, Nido de las Águilas, 10 de Mayo y el Cañón de Sainz, y por donde quiera las brigadas de trabajo hicieron suya la ciudad, y pobre de aquel que atentara contra su territorio.

La delincuencia «mascó mecate» frente al empuje de las brigadas comunitarias de trabajo voluntario.

Las ollas de tamales, el mole oaxaqueño, las corundas michoacanas, los chiles rellenos, frijoles charros, cochinita pibil y todo el enjambre de las comida típica mexicana se disfrutaban por todos los rincones de Tijuana después de las largas y entusiastas jornada de trabajo. Niños, señoras, hombres y abuelitos trabajaban entre la mezcla, la cimbra y costales de cemento, en una ciudad sembrada de esperanzas.

Las señoras agarraban la pala y al rato movían el jarro de los frijoles para el desayuno de las brigadas.

Las noches eran de bohemia: no faltaba quien le rascara a la guitarra, alguien ponía las “caguamas” y la velada se convertía en un rato inolvidable.

«El Charro”, local comunitario de la Colonia Libertad, se convirtió en el espacio oficial de asambleas, reuniones de trabajo y fiestas colectivas. Varias ocasiones lleve a don Carlos Montejo para que “pecara” junto a nosotros y se echara unas cervezas con toda la banda de promotores sociales, colonos, maestros albañiles y antiguos pachuchos, convertidos en amigables lugareños al amparo de la música de banda, cumbias y bachatas del sonido del salón comunitario.

Tanta dicha no podía ser eterna. El trabajo colectivo permitía la superación comunitaria, pero generaba envidia y recelo entre los que se autonombran la «Clase Política Tijuanense».

La juventud tijuanense no estuvo ajena al movimiento de Solidaridad, pasantes de las facultades de Arquitectura, Ingeniería Civil, Derecho, Economía y de diversas carreras se incorporaron como prestadores de servicio social, y al mismo tiempo entendieron que la realidad es la fuente básica del conocimiento científico.

Concursos de murales urbanos, poesía, canto, rock, teatro y bailables regionales motivaron a la juventud de la ciudad.

Las comunidades competían en positivo en los concursos del “Mejor Barrio de Tijuana”, donde jurados compuestos por colegios, artistas y profesionistas diversos seleccionaban los trabajos ganadores que eran premiados con obras comunitarias.

Las mujeres son el sostén de las colonias populares, han sido ellas las que han impulsado los proyectos de mejoramiento social de sus comunidades y por dentro y por fuera tienen una belleza fuera de serie, con las palas, escobas o las ollas de mole o de tamales empujaban a cada una de las obras de programa de Solidaridad.

Eso y más se vivió en un tiempo inolvidable.

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