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Un modo estúpido de amar

“¡Pincheputamadre! ¿Qué no habrá en este pinche país de 130 millones de habitantes cinco cabrones que puedan tirar de manera decente un puto penal? ¡Me lleva la chingada!”

El hombre se hundió en el asiento frente a su tele de pantalla plana de 50 pulgadas.

Su equipo acababa de perder la final, luego de dos juegos y tiempos extra se llegó a la instancia de los penales y ahí perdieron.

Le costaba admitirlo, pero a la hora buena, al rival le sobró lo que a su equipo le faltó y la Copa se les fue de las manos.

Y ahora venía lo bueno.

Y por “lo bueno” debemos entender la debacle para el pobre diablo.

Fue cuestión de que se acabara la tanda de penales para que los memes, los “whatsappazos” de burla empezaran a llover en su celular.

Y todavía faltaba el chingamadral de horas de TV que los “expertos” le iban a dedicar al “análisis” de la Final.

¡Aaah, cómo odiaba a “los dueños de la verdad”!

A los ex profesionales que empezaban sus frases con “los que hemos jugado al futbol”, pensando que eso les daba licencia para descalificar al resto del mundo, para pintar una raya como diciendo, de este lado estamos los que sabemos y de aquél están los pendejos.

Si por él fuera, se decía para sus entrañas, lo mejor sería meterse una semana en una cueva donde no hubiera señal de celular, ni internet, ni nada.

¡Maldita la hora en que su tío lo llevó por primera vez al estadio!

¡Malditos regalos de Navidad de su equipo!

¡Maldito amor que le tenía a los colores!

Mientras que se recriminaba todo esto, su esposa le dio un abrazo, que aceptó de la mala gana.

Y ahora, a preparase para ir mañana a la oficina y aguantar a toda la bola de culeros que se iban a burlar de él y de su equipo.

Hasta su jefe —que en su puta vida había pateado una pelota— de seguro también se iba a acercar, con esa mirada condescendiente que el hombre tanto odiaba, a hacer leña del árbol caído.

Pero, “así es esto”, se repetía el tipo y otra vez para su interior tratando de convencerse a sí mismo: “Ya vendrá la nuestra”.

El problema es que su equipo tenía ¡25 años! sin ganar la Copa.

El problema es que a él sí le importaba “eso” que a muchos de sus amigos les tenía sin cuidado.

El problema es que él pensaba que con el paso de los años la pasión por esos colores iba a disminuir… ¡y para nada!

Hasta eso, su vida no era tan mala, bajo la nueva clasificación del Gobierno de la 4T, se podría considerar un fifí.

Tenía buena casa, buen empleo, buen carro, una esposa que lo amaba y sus tres hijos.

Entonces… ¿qué pasaba?

Que estaba “enfermo” por los colores de su equipo… y eso, eso no tiene cura.

Nunca se había podido explicar por qué tanto cariño a esos colores, pero, “¡a la chingada!”, se decía, ya le había tocado cargar con esa cruz y la pasión para él no era negociable.

No era como otros cabrones que se cambiaban al equipo de moda, o de repente decían que eran “madrilistas”. ¡Qué poca madre!

“Un modo estúpido de amar” es una canción del cantante brasileño Roberto Carlos.

¡Qué nombre tan futbolero!

Y qué melodía para ilustrar una situación de la afición.

El hombre se consoló pensando que el balón rueda de formas misteriosas: a veces está lejos, a veces está más cerca de nosotros, pero de que un día llegará… llegará.

(Texto tomado de TeclaRotaMx https://www.teclarota.com/deportes/un-modo-estupido-de-amar/ )

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