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Josefina y el chivo amarillo

Josefina se casó muy joven. Oriunda del Estado de Querétaro e hija de Zeferino y Cenobia, a los 16 años dejó el seno familiar para fugarse con Chano (Donaciano), de 20 años. La vida hizo que las cuadrillas de ferrocarrileros se encontraran en Estación Díaz, en el Estado norteño de Chihuahua, donde se conocieron e hicieron vida juntos por más de 50 años; entre ambos procrearon 2 hijas y 4 hijos.

Dice el dicho que la pobreza no está peleada con la limpieza, y Josefina se esmeraba porque el medio furgón donde vivía estuviera pulcro, casi a diario lavaba las tablas del piso y la escalera, también procuraba que la escasa ropa sus hijos y Chano estuviera siempre limpia.

En ese furgón de ferrocarril sus vidas transcurrieron de estación en estación del norte a sur y de costa a costa de la República Mexicana. A ella le encantaba esa vida conociendo lugares, personas, costumbres y tradiciones, esa vida que le dio templanza, experiencia y felicidad.

Allá por el año de 1971, esa cuadrilla de ferrocarrileros fue estacionada cerca de la estación en Huichapán, Estado de Hidalgo, y Chano, quien para completar los gastos además de trabajar en el ferrocarril los fines de semana mataba puercos y los hacía carnitas o sacrificaba chivas para hacer barbacoa, adquirió un pequeño chivo blanco con la finalidad de engordarlo y posteriormente convertirlo en barbacoa al clásico estilo de ese estado. Por cierto, preparar la barbacoa y consomé en pozo era una de sus especialidades.

Josefina que, como ya lo comentamos se esmeraba en la limpieza de su pequeña habitación rodante, agarró la costumbre de comprar un tipo de tintura amarilla que diluía en agua y la aplicaba en las tablas del piso del furgón, y uno de esos días con el agua coloreada que le sobró se le ocurrió pintar al chivo.

El pequeño rumiante amarillo se convirtió en toda una sensación no sólo con los vecinos de la cuadrilla, ya que cuando lo sacaban a pastorear era objeto de admiración de los lugareños y cuando pasaba el tren turístico (llamado “Pullman”) los gringos le tomaban fotos e incluso hubo extranjeros que le arrojaban algunas monedas.

El chivo pasó de la fama al pozo, pues fue convertido en barbacoa cuando la cuadrilla nuevamente fue tirada por la locomotora y trasladada a otro lugar de nuestra hermosa República.

Hay pasajes de mi vida que siempre recuerdo, épocas buenas y malas, de abundancia y de escasez, pero siempre protegido por los brazos amorosos de mi madre y el apoyo incondicional de mi padre, quienes hacían todo lo posible porque sus hijos fuéramos felices.

Josefina y Chano han pasado a mejor vida, los recordaré por siempre con toda mi gratitud, pero también recordaré ese momento de mi infancia que fue alegrado por el chivo amarillo.

Nos leemos pronto.

Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión convicción y opinión de PorsiAcasoMx.

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Juan Carlos Guzmán

Nacido en Mapimí, Durango, se desempeña en áreas administrativas privadas y públicas. Sus pasiones: La familia, viajar, caminar en el campo y correr.

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