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El poder y su ejercicio

Los hombres del poder son marcados por sus actos, sobre los cuales deberían tener pleno control, y por las circunstancias, que los rebasan. El poder, ya lo he comentado otras veces, castiga o premia según su uso, su abuso o su desuso. Para evitar “ser florero” como lo fue Peña Nieto, y de alguna manera también Felipe Calderón y Vicente Fox, Andrés Manuel López Obrador ha empezado a abusar del poder, lo cual puede llevarlo a tentaciones peligrosas.

En la doctrina moral del Presidente anida su antítesis, pues, según advierte el escritor y político inglés John Emerich Edward Dalberg-Acton, conocido como Lord Acton, “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”.

En Coahuila las cosas marchaban aceptablemente hasta que los Moreira, en mala hora, se hicieron con el poder.

El cantante y político panameño Rubén Blades acuñó una frase que, para el caso, viene como anillo al dedo: “El poder no corrompe, el poder desenmascara”.

El poder, como la medicina, debe sanar males, no agravarlos.

A Humberto lo marcó la deuda de los 36 mil millones de pesos esfumados; y a Rubén, su complicidad en el atraco y el síndrome de hybris, la enfermedad del poder.

Miguel Riquelme también será recordado por la deuda.

Él no la adquirió, es cierto, pero financieramente disminuye a su Gobierno, pues lo convierte en rehén de los bancos y en pagador de intereses y de nóminas.

Dedicar 4 mil millones de pesos anuales al servicio de la deuda le impide emprender las grandes obras de infraestructura y sin las cuales perderá competitividad el estado.

Máxime con un Presidente cuya prioridad son los estados del sur; erróneamente, pues el desarrollo debe ser equilibrado.

Pero incluso más que por las herencias del moreirato (deuda, empresas fantasma y violación sistemática de los derechos humanos), el Gobierno de Riquelme será marcado por la pandemia del coronavirus y su disposición para afrontarla.

A los lectores le disgusta que los medios sirvan como caja de resonancia de los políticos y, más aún, que traten de manipular a públicos ajenos al rebaño.

En la columna del 17 de abril (Coahuila en la emergencia) advertí: “La actitud de Riquelme ha sido responsable y consecuente. Hasta hoy se ha comportado con seriedad y sin excesos de protagonismo; la sociedad lo valora y algunas encuestas lo reflejan”.

En los comentarios al texto, “Santiago Herrerab” me reprende: “… no alabe a Riquelme quien manda en Coahuila son los hermanos Moreira Valdés Riquelme es pura simulación (sic)”.

Ángel Martínez aconseja: “… sea más objetivo en sus comentarios no le heche tantas flores es su trabajo x eso está ahí quieren que el presidente les resuelva todo pues no para eso se recaudan impuestos para eso tiene que meter a los políticos rateros a la cárcel recuperar bienes pero no lo hace x que eso es lo que debe de preguntarse usted mismo (sic)”.

Los periodistas no deben adular a los políticos ni ser comparsa de los gobiernos de turno; esa no es su función. Al contrario, son su natural contrapeso.

Reconocer cuando una Administración actúa con oportunidad y liderazgo, sobre todo en condiciones de estrechez financiera por la incuria de gobiernos rapaces, no falta a ningún principio deontológico.

La respuesta de Riquelme frente a la pandemia, igual que la del alcalde de Torreón, Jorge Zermeño, ha sido apropiada.

Olvidar malversaciones impunes puede resultar tan mezquino como regatearle méritos a autoridades cuya prioridad consiste en proteger a la población en la emergencia sanitaria.

Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx.

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