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Saltillo y su alcalde

Nada se construye ni se destruye de un día a otro, por mayor que sea el empeño. Negarlo equivaldría a ignorar la historia. El reto de los alcaldes de Saltillo consiste en mantener y elevar la categoría de la ciudad.

Los avances logrados hasta ahora son resultado de administraciones buenas, regulares y malas, pese a la oposición de gobernadores como Rubén Moreira, quien sistemáticamente bloqueó a un alcalde de su propio partido (Jericó Abramo) para alejarlo de la sucesión estatal, y a otro del PAN, Isidro López, por haberle ganado la elección en la capital.

La historia consigna que el cambio de Saltillo lo inició un político a quien el poder económico —predominante ayer y hoy— le impidió ser alcalde; como gobernador, se le rindió, y en la desgracia le volvió la espalda.

Óscar Flores Tapia, de cuna humilde —ahora las candidaturas las deciden las chequeras— elevó a la ciudad a rango de metrópoli cuando en los 70 y 80 del siglo pasado Torreón era líder.

Saltillo no sería lo que es en la actualidad sin un gobernador-alcalde con las agallas y visión de quien convirtió a la antigua “capital del adobe” en la Detroit de México.

En la construcción del Saltillo moderno participaron gobernadores y alcaldes, cada uno de los cuales generó, quien más quien menos, condiciones para dejar de ser una colonia de Monterrey.

En esa etapa, dos presidentes municipales ocuparon después la gubernatura; el primero de ellos (Enrique Martínez) dotó al estado de infraestructura y saneó las finanzas; el segundo (Humberto Moreira) siempre será recordado no por la obra realizada, sino por la megadeuda de 36 mil millones de pesos, y para más inri, por haber heredado el poder a su hermano.

Antes de ser gobernador, Miguel Riquelme fue Alcalde de Torreón. El saltillense Manolo Jiménez quiere dar el mismo paso en 2023. Todavía es temprano, pero los motores de la sucesión ya se han puesto en marcha.

Jiménez es de los polítícos de más confianza de Riquelme, no sólo por haberle apostado cuando la candidatura aún no se definía (no tenía otra opción, pues el aspirante de Saltillo al cargo era Jericó Abramo), sino también porque le abrió puertas –sobre todo entre los capitalistas– en una sociedad difícil para los laguneros.

Sin embargo, el Alcalde no es el único pretendiente al Gobierno en el ánimo de Riquelme, quien lo elogia en cada escenario. Lo acaba de hacer este martes ante la oligarquía local en ocasión de su Informe.

El sector popular acudió a echar porras. “Saltillo no es Coahuila”, me dice un amigo. Es cierto. Así como la Capital se cierra a los políticos de otras regiones, La Laguna votó contra los Moreira y hoy mismo las principales alcaldías y posiciones del estado las ocupan el PAN y Morena.

Jiménez es un joven dinámico a quien todo le ha salido a pedir de boca. Quizá Luis Horacio Salinas jamás hubiera imaginado que su nieto —dicho por él— iba a ser también alcalde.

Salinas quiso ser gobernador, pero la caída de Flores Tapia acabó con una generación de políticos, entre quienes los había brillantes. Enrique Martínez sobrevivió y alcanzó el poder.

¿Dirá Jiménez algún día —igual que otro Salinas (de Gortari, Carlos, a su padre)—: “Ya la hicimos. Nos tardamos 42 años (25 en el caso citado), pero llegamos”. El tiempo y los electores lo dirán. Mientras tanto, Manolo (nombre torero) debe calmar sus ansias de novillero.

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