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El Subteniente de Linares

El 22 de Julio de 1959 sucedió una de las tragedias más históricas en Linares, Nuevo León, en la cantina «El 2 de Oros», propiedad de Elpidio Huerta.

El Subteniente José Hernández Ortiz estaba como uno de los encargados de la Región Militar en Linares, era un tipo que gustaba de la cría de ganado y frecuentemente era invitado por los socios de la Asociación Ganadera Local a sus eventos privados.

Es aquí donde conoce a Aurelio Cabrieles, y después de compartir varios años sus gustos por la ganadería, se hicieron compadres de pila.

Don Aurelio un tipo alto de rasgos y carácter muy duro (me tocó conocerlo como vecino en el barrio de la Mireles), siempre dedicado a su rancho, su ganado, venta de becerros y la venta de gallinaza a las huertas de la región.

Para la Policía Municipal de esos tiempos no era bien vista la amistad que el Subteniente tenía con ganaderos y dueños de ranchos en Linares, ya que estos cuando había problemas por resolver acudían con el militar, quien los apoyaba a salir de ellos.

El comandante de Policía Municipal, de nombre Fermín Garza, ya le había puesto cacería al Subteniente y estaba buscando la menor provocación o que cometería algún error en su accionar para poder arrestarlo.

En las cantinas estaba prohibido que los civiles entraran armados a tomar, esa tarde de julio de 1959, El Subteniente invitó a su compadre Aurelio Cabrieles unos tragos en «El 2 de Oros», como era su día de descanso se fue a la cantina vestido de civil y con su .45 reglamentaria en la cintura.

Alguien le pasó el pitazo al comandante Fermín que ahí estaba el subteniente armado.

Llegaron seis policías. En la puerta estaba el bolero Luis López, quien gritó hacia el interior de la cantina «Elpidio, llegó la Policía». Éste le solicita al Subteniente que le entregue la pistola, a lo que sólo comentó: «No pasa nada, es vigilancia de rutina».

Entró el Comandante directo a la mesa donde se encontraban los compadres, y le pide su arma al Subteniente, quien le contesta que trae su permiso de porte de arma y sirve para todo el estado.

Dos policías lo toman de los brazos y lo levantan de la silla, y sin darle tiempo a nada el Comandante le dispara en cuarto ocasiones, huyendo de lugar de los hechos inmediatamente.

Su compadre Cabrieles va y da parte al cuartel militar.

Cuenta don Ruperto, del rancho San José, de Linares, él era soldado activo bajo las órdenes del Subteniente José Hernández, que al mes de que vieron que el Comandante no fue castigado, fue una comitiva de soldados a Monterrey a exigir que se llevara a juicio al homicida, pero gente adinerada de la región protegía al Comandante, quien ya no fue molestado.

Como reacción, los soldados decidieron agarrar a balazos la Comandancia de Policía y dejaron su carrera militar.

Palabras de don Ruperto:
«Si a mi Subteniente, que tenía grado militar, lo mataron como a un perro y no se hizo justicia… qué nos espera a nosotros los soldados razos».

Al pasar el tiempo, cada vez que el viejo Ruperto escuchaba el Corrido del Subteniente lloraba y decía a grito abierto que había podido más el dinero de los ricos de Linares que un uniforme militar.

Años después, don Ruperto dejó su parcela en el rancho San José y se dedicó a vender paletas junto a la Central de los Autobuses en Montemorelos, hasta su muerte.

En La foto aparecen el Subteniente
José Hernández (izquierda) y Aurelio Cabrieles.

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