Tras dos días en que las mujeres marcaron la agenda, primero el día 8 con una mega marcha en las principales ciudades del País, luego el día 9 con su lapidaria ausencia de la vida diaria como la conocemos –ambos parte de un movimiento históricamente disruptivo generado desde todos los niveles socioeconómicos, culturales, de educación, ideología, religión, edad, estado civil, raza, estatura, complexión y cualquier otra singularidad–, ahora se hace un balance primario de este poder femenino.
Desde todos los ámbitos se trata de medir el impacto, incluso en el económico algunos especialistas ya le pusieron número: cerca de 35 mil millones de pesos fue «la pérdida» en la economía nacional de la acción e inacción de las mujeres en México el pasado fin de semana. Esto se magnifica al coincidir con noticias económicas a nivel mundial que ponen a temblar las economías, como el desplome del Peso frente al Dólar, la caída de los mercados de Capitales, la preocupante situación del petróleo y el avance del coronavirus a nivel global.
Cualquiera diría que “los astros de alinearon” con ellas para hacerse escuchar estruendosamente no sólo en México, sino que muchos países ven el movimiento mexicano de estos días como el principal impulso que ha tenido el feminismo en Latinoamérica.
Como todo movimiento masivo monumental generado de forma orgánica por una base mutiplataforma de integrantes, que en la legitimidad del reclamo encuentran a su mejor elemento coordinador, las acciones incluyen “efectos y daños colaterales”.
Así como muchos hombres no sólo manifestaron su aprobación al movimiento (encuestas de medios de comunicación nacionales colocan esta cifra en más del 70 por ciento), no pocas mujeres manifestaron abiertamente su desaprobación a la forma de la protesta, a la violencia y agresiones durante las marchas en los distintos puntos del País. Así como vimos postales de hombres acudiendo y apoyando los recorridos por las calles, hay evidencias de mujeres agredidas por manifestantes; de protestantes que resultaron lesionadas por acciones de sus mismas compañeras.
Así como el sentido común y el recuerdo de las malas prácticas de malos políticos nos hace deducir la posibilidad de que muchas de las acciones de violencia y destrucción al paso de algunos contingentes fueron provocadas por grupos infiltrados para desvirtuar la legítima manifestación, se pudo constatar a personas activistas –de apariencia y fisionomía femenina– exigiendo sus derechos con gran ferocidad, en el límite con lo agresivo.
Hoy, muchos hacen sus sumas y restas; sacan el ábaco, corren programas y simuladores que permitan determinar una cifra, un porcentaje, un dato cualitativo o cuantitativo para ver las históricas acciones de este 8 y 9 de marzo desde el éxito o el fracaso, según sea su afán.
Lo cierto es que este desacuerdo no tiene género, pues de ambos lados hay grupos radicales, simpatizantes, en desacuerdo, opositores, denostadores. Muchos hombres dicen que ya era hora de que esto ocurriera. Muchas mujeres dicen que nunca será esta la forma de exigir sus derechos. La religión, la Iglesia, la Política y los políticos también en extremos… difícil llegar a un consenso.
Principalmente porque las mujeres en México en estos dos días cimbraron al País, a la economía, pero principalmente la conciencia, la intimidad, la comodidad. Es decir, movieron el status quo pero irrumpieron en el alma: Quizá uno de los principales objetivos de la lucha por la igualdad.
¡A callar, que el momento es de ellas!
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