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La vieja guardia

Jacobo Zabludovsky ha sido uno de los mejores periodistas de México. Hombre culto, amante del tango y el toreo, marcó la agenda mediática nacional desde el noticiario 24 Horas, el cual condujo casi por tres décadas.

Le conocí en sus oficinas de Avenida Chapultepec 28, cuando Alfonso Millán convocaba a los corresponsales; yo lo fui en La Laguna entre 1975 y 1981. El pago por mis servicios lo recibía religiosamente.

En 1982 asumí la dirección de Noticias de El Sol de La Laguna, después de pasar un mes y medio en la Capital, nombrado por don Mario Vázquez Raña, presidente de la Organización Editorial Mexicana (OEM).

Zabludovsky me telefoneó dos o tres veces a “Noticias” para corroborar alguna información o solicitar algún dato. Siempre se despedía con un: “estamos a la visconversa”. Era un hombre sencillo y con gran sentido del humor.

En un par de ocasiones le saludé en el restaurante Prendes del Centro Histórico, en una de las mesas del fondo, donde comía con su hijo Abraham. Todos bajo la mirada de clientes ilustres –Diego Rivera, Frida Kahlo, Venustiano Carranza, María Félix, Pancho Villa, Manolete, Álvaro Obregón– plasmados en el mural de Eduardo Castellanos.

En ese tiempo en el medio periodístico todo el mundo quería ser Jacobo; y las mujeres, Lolita (Ayala). En Chapultepec 28 conocí a Juan Ruiz Healy, Ricardo Rocha, Amador Narcia y Guillermo Ortega, de quien más tarde me hice amigo. Mi trabajo en Televisa lo compaginaba como reportero de Noticias –antes de ocupar la dirección–, corresponsal de Unomásuno.

Mi jornada la cerraba en el Canal 2, donde conducía el noticiario Última Hora. En esa etapa conocí, por Humberto Gaona, a la periodista y escritora Magdalena Mondragón, en un memorable desayuno en el Apolo Palacio.

Lagunera y primera mujer directora de un diario en México (La Prensa Gráfica), Mondragón estuvo casada con el periodista y literato Enrique Mesta, quien me aconsejaba en mis inicios –y más tarde en “Noticias”– cuando él era subdirector de La Opinión y yo reportero.

Otros maestros entrañables fueron, del mismo diario lagunero, Eduardo Elizalde y Arturo Cadivich. Con Arturo y Carlos Robles, de El Siglo de Torreón, cubrí la Primera Reunión de Alcaldes Latinoamericanos y del Caribe, en Guadalajara.

En campañas políticas y giras presidenciales traté a Joaquín López-Dóriga –“Güerito”, le decía López Portillo– y a periodistas de distinta época: Olga Moreno, Isabel Arvide, Isabel Zamorano, Lourdes Galaz y a mi amiga de Televisa, Ana Cristina Peláez.

Arvide volvió a las primeras planas por su designación como Cónsul de México en Estambul. Cuando era asesora de los Moreira y radicaba en Saltillo, Isabel llegaba a un restaurante de postín –vecino del Muguerza– con un aparato de seguridad impresionante. Mujer polémica, Arvide fue la primera columnista en ganar el Premio Nacional de Periodismo (1984).

En Torreón, a principios de los 90, pasé por ella a su hotel para acompañarla al aeropuerto. Me recibió al borde de un ataque de ira: “Estos pinches (omito el origen de los propietarios) me vieron cara de qué. Bajé al bar por una copa y me dijeron que si no iba acompañada, mejor me retirara. Ya hablé con Pedro Joaquín (Coldwell, Secretario de Turismo) para que les clausuren”.

Al dueño, amigo mío de mucho tiempo, se le caía la cara de vergüenza. “Ya tomé medidas”, me dijo. “La gerente se va”. Al final, ni clausura ni castigo. Isabel regresó a la Capital y el despido de la cabeza de turco duró.

Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción de PorsiAcasoMx.

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