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La balada de El Nene

La nota

A finales de enero del 2008 leí una nota en el periódico: “Revientan narcoguarida; cae líder de banda”. La leí, pero no con la debida atención. De haber puesto más atención a la información, me habría brincado un dato importante.

El barrio

En el barrio todo el día jugábamos al futbol, como fuera.

A veces en el parque con porterías; a veces en la calles, donde las mochilas hacían de porterías y las banquetas nos servían para hacer jugadas de pared. En cualquier caso, éramos inmensamente felices llevando el balón hacia el campo enemigo.

En resumen, no nos sobraba nada pero tampoco nos faltaba nada.

Obvio, entre tanto ajetreo callejero y tanto barullo había un grupo con el que convivía más. Ahí se destacaba Jesús, a quien nadie le decía “Jesús”. Es más, la mayoría no sabía ni cómo se llamaba. Todo mundo le decía “El Nene”.

¿Que por qué “El Nene”?

Le decían “El Nene” por Belarmino de Alemida Junior, “Nené”, un delantero que en los 70’s emigró del Santos de Brasil a jugar con Los Leones Negros de la UdeG. Hizo época. Tan es así, que hoy todavía es recordado en Guadalajara y hace unos años volvió para dirigir a sus Leones Negros, pero no le fue bien.

El caso es que “El Nene” era “Nene” por “Nené”.

Jesús siempre fue un chico regordete, pero eso no estaba peleado con su habilidad para el futbol, donde su caracoleo y su buen disparo a la  puerta eran sus principales características.

Ahí no acababa todo, aparte de su buen futbol, “El Nene” tenía un talento natural para el madreo.

Siempre sacaba la broma oportuna, el cabuleo lacerante, la burla, el sarcasmo contra la raza.

Pero no es que lo hiciera por “bullying” –como ahora le dicen al “madreo”–, sino que “El Nene” era tan bueno y sutil con las bromas, que hasta la misma “víctima” acababa riéndose de lo que decía, aunque los dardos burlescos tuvieran veneno.

Yo era un vivo ejemplo de ello, porque a mí nunca me llamó por mi nombre, para él siempre fui “El Pinche Cabezón”, o simplemente “El Cabezón”.

Su forma de decir “Cabezón” era entre una muestra de familiaridad, madreo y hasta una dosis de cariño. Por eso nunca me ofendí, y si me apuran, hasta se me hacía buena onda. Y era el único que así me llamaba.

Otro día, otra nota

Al día siguiente de la nota de la narcoguarida, apareció un seguimiento: “Trasladan a cabecilla del narco a la Ciudad de México”.

La información decía que, debido a la alta peligrosidad de los narcos capturados y que habían sido sorprendidos en el plagio de cuatro personas con armas de uso exclusivo del Ejército, serían interrogados en la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada, la temible SIEDO.

De nuevo la nota no llamó tanto la atención.

La vida sigue

La vida avanza y uno se pone sus metas.

Las mías eran salir del barrio, terminar una carrera, explorar nuevos horizontes.

Aunque quería mucho a mis amigos de la infancia, el barrio no ofrecía mucha esperanza para el desarrollo de uno.

Mis padres lo sabían y emigraron a la Ciudad para que sus hijos pudieran estudiar y labrarse un mejor futuro.

Nunca he hablado de esto con mis hijos, porque a veces uno no quiere voltear atrás, pero mi barrio era bravo.

De ahí salieron personas que se dedicaron al crimen, pero también había gente buena, gente solidaria.

El hecho es que mis papás tomaron su decisión: dar un paso a la ciudad.

Por ello terminé por casi no ver más a “El Nene”. Sólo lo vi una que otra vez.

Cuando regresaba por el barrio, esporádicamente nos saludábamos. Lo hacíamos con afecto, platicábamos de los viejos tiempos, pero la verdad es que en diez o quince años más tarde le perdí la huella.

Y no por mamón o por culero, pero la familia, el trabajo, las obligaciones, el ser un pinche adulto responsable consume mucho tiempo.

Hoy día, ya más cerca de la puta tumba que de la canchita del barrio, volteo atrás y veo que a lo mejor debí echarme más vueltas por mi vieja casa.

No me arrepiento de nada, pero siempre se pueden hacer las cosas de mejor manera.

Más de narcos

Hacia principios de la segunda década de este milenio, el narco seguía su marcha ascendente, por eso de nuevo no me brincó tanto la nota: “Domina ‘La Compañía’ tráfico en penal”.

Era tan cruenta la guerra contra el narco, que uno se malacostumbra a la “normalidad” de leer notas teñidas de rojo.

El encuentro

La última vez que recuerdo haber visto a “El Nene” fue en la plaza del barrio.

Yo era un licenciado recién egresado en Economía y él nunca supo decirme a qué se estaba dedicando. Tomaba las cosas como venían.

Pero no había problema: “Vamos a echarnos una cerveza y unos cigarros, pinche Cabezón, yo pago”.

Era casi Navidad y lo más natural para mí fue pasar un rato con mi viejo amigo de la infancia para recordar las épocas en que lo único que nos preocupaba era jugar al futbol.

Al fin pongo atención

El encabezado del periódico decía: “Ejecutan a ‘El Nene’”.

Y la nota informativa señalaba: “Jesús T., jefe de la plaza en el penal, fue muerto ayer con arma punzocortante en las instalaciones del centro de readaptación de la ciudad”.

Ahí sí me cayó el veinte.

Cuando leí el nombre y leí el apodo, caí en cuenta que no podría ser otro más que mi amigo.

Qué pinche mala noticia.

El recuerdo

Desde la víspera de esa Navidad no volví a saber nada de “El Nene” ni de los suyos.

Comprendí que en algún punto de nuestras vidas el destino nos marcó una ruta distinta.

Cada quien labra su futuro, no justificó el actuar de Jesús.

Pero cuando lo recuerdo, para mí siempre será el chico regordete con el que jugaba al futbol.

El chavo que me decía “pinche Cabezón”.

Para mí, su recuerdo no es el de un sanguinario secuestrador de gente inocente.

Ni el de quien fuera el jefe de plaza de uno de los penales más violentos del País.

Desgraciadamente, para sus víctimas siempre será un narco, quizá un asesino, tan peligroso y brutal que tuvo que ser trasladado por los federales a la Ciudad de México, detenido unos días allá y después recluido en un penal de nuestra ciudad.

El futbol nos marca.

“El Nene” era el apodo para un chico alegre y habilidoso para el futbol.

Al paso del tiempo, el apodo terminó siendo el mote de un temible jefe de plaza de la delincuencia organizada.

Por estos días los niños juegan a la pelota y a lo mejor les dicen “El Gignac”, “El Viñas”, “El Chucky”…

Ojalá y el futuro les depare un mejor destino que el que tuvo mi amigo “El Nene”.

Todavía lo sueño. Sueño que estoy sentado en la banqueta del barrio, llega “El Nene” con un balón de futbol bajo el brazo y me dice: “A jugar, pinche Cabezón, encárgate de la defensa”.

Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx.

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