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Con la llegada del tren a Linares, la ciudad se pone bonita (1889/1890)

+ El Seguro Social de antes

Para celebrar el rescate de los terrenos perdidos en la fundación del fenecido Municipio de «Dávila y Prieto», se dio la renovación total de la Plaza Hidalgo, en la que participaron los «Amigos del Progreso» con la compra de una hermosa fuente de hierro bronceado y con la colaboración de la tropa militar, al mando del Capitán Juan Calvo.

Se construyeron además las redes de agua que la alimentarían, y la colaboración de los vecinos pobres que acarrearon mil carretas de tierra vegetal para sembrar nuevos árboles, que la embellecieran.

Además estaban contentos los linarenses por la terminación del cacicazgo político de los hermanos Garza Benitez, y en consecuencia tener nuevo Alcalde salido de las filas del pueblo: Telésforo Padilla, quien se encargó de invitar a los generales Bernardo Reyes, Pedro Martínez, Lázaro Garza Ayala y Narciso Dávila, al gran festejo que conmemoraba la Batalla del 5 de Mayo, y todos los dones que inicialmente ofrecía el Gobierno del General Bernardo Reyes.

Había otros motivos para que la gente se sintiera contenta: la llegada de un nuevo médico, Roberto A. Welsh, quien exhibía orgulloso su título extendido en Baltimore por los profesores de la Universidad de Maryland, y no se quedaban atrás el Ing. agrónomo Andrés Noriega y Leal y Francisco Benítez Leal, que se estrenaba como ingeniero civil, egresado de la Nacional de Ingeniería, ya el camino que conduce de Ciudad Victoria a Tula.

EL SEGURO SOCIAL EN EL RANCHO

En aquellos años de mediados del Siglo XX (1940-1960), no había «68 y más», ni servicios médicos gratuitos del IMSS ni Asistencia Medica Municipal, estatal o federal.

Si te enfermabas estaba el Mejoral o la Cruz Verde, o el gas-petróleo para curar la tos; el té de manzanilla o de cásara de naranja agria de la plaza.

Se imponía estar sano, porque de lo contrario ahí quedabas, y se requería tener algún gallinero, con gallinas ponedoras; una vaca para la leche y un atajo de cabras para tener carne de cuando en vez.

Los hijos, para los padres eran el único patrimonio para subsistir en tiempos malos, de precarias cosechas, de hambres interminables que sólo podían remediarse en temporada de contratos en «El Otro Lado»… entonces sí había para comer medianamente bien, si es que el ahorro no se gastaba en jugadas de paco o poker en alguna cantina alumbrada con lámparas de gasolina o de gas petróleo.

Eso lo ignoran las generaciones de ahora, que piden ropa de marca, coches del año a cambio de estudiar y pasar las asignaturas de la Educación Superior.

Mucho es lo que han cambiado las conductas sociales de las nuevas generaciones, mucho que sirve a los viejos setentones de ahora, para añorar aquellos tiempos de apremio, de necesidad extrema, que parece que no pasan para algunos Estados del Sur de la República, que aún padecen de pobreza extrema y sólo los programas sociales de ahora los sostienen, consolando el hecho de que al menos tienen luz eléctrica, agua potable y escuelas de educación completa, que nosotros en nuestro tiempo no teníamos, sólo el consuelo de que en buenos hijos teníamos el Seguro Social en aquellos tiempos.

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