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Ausencias que pesan

Tenía 22 años cuando recibí la noticia: Mi papá acababa de llegar de la tienda y me dijo, con mucha tristeza ¿Te acuerdas de tu amiga, la flaquita chinita? Me mencionó su apellido y la recordé.

Asentí. Fuimos compañeras en el colegio. Yo era su mejor amiga, aunque no la consideraba de la misma manera. En el colegio fui un alma solitaria, completamente asocial. 

Catherine tampoco era muy sociable, pero yo lidiaba sin mucho esfuerzo con mi soledad porque mi refugio eran los libros, así que no me molestaba porque pasaba todos los recreos metida en la biblioteca.

Ya a los 12 años yo estaba decepcionada de la gente y decidí que no quería tener amigas, así que su presencia me era indiferente pero siempre la traté con respeto.

-¿qué pasó con ella?- increpé.

-Hijita, me acabo de encontrar con una señora que me comentó que ha fallecido, en Italia… lo siento mucho- comentó mi papá.

A mi mente vinieron un montón de recuerdos que se agolparon en un solo instante. 

Recordé nuestros recesos, las conversaciones. Pero sobre todo recordé una carta que me había escrito, me la entregó pidiéndole que no se la muestre a nadie. En ella me decía cuánto me consideraba y me daba gracias por ser su amiga. 

Yo la recibí sin mucha emoción en ese momento. En mi inmadurez, consideraba que ella estaba dándome una importancia que yo no me merecía y que no quería.

Me fui en llanto al recordar mi estupidez. Nunca me preocupé por contactarla de nuevo una vez que salimos del colegio o por saber de su vida. Había retomado contacto con otras personas, pero a ella, que era quizás la única que me demostró que de verdad me apreciaba, la ignoré.

Si hubiera sabido que ese día sería el ultimo que lo vería, la hubiese abrazado mucho más fuerte, hubiera dado todo de mí para hacer que cada minuto contara mucho más. Pero nunca supe que esa sería la última vez, jamás me imaginé que no volvería a disfrutar de su abrazo.

Me dolía no sólo saber que había muerto, sino que con ese suceso también se iba la oportunidad de enmendar mi indiferencia con una persona que, considero, no supe valorar.

Años después tuve una experiencia similar, esta vez con un tío que había tenido conflictos con mi familia en un determinado momento. Yo recibí de parte suya una solicitud de Facebook que no quise aceptar, porque no estaba segura de querer volver a hablar con él, y cerca de un mes después nos llamaron para avisarnos que estaba agonizante en la clínica. La madrugada del día siguiente falleció.

Yo sentí mucho peso en mi corazón por esa muerte debido a que, en vida, no le extendí la gracia y la misericordia que, como cristiana, he aprendido que debe darse a quienes se arrepienten. 

La conciencia me ardía porque él se acercó a mí quizás anhelando la reconciliación familiar, y sólo se encontró con mi indiferencia. Lo que más me dolía es que, en la misma red social donde rechacé su solicitud, publicaba constantemente pregonando el amor de Cristo… un amor que no supe reflejar para con mi propia sangre.

¿Por qué les cuento todo esto? Quizás sea algo más que sencillamente encontrar un medio para darle paz a mi corazón. Estos últimos meses han sido un poco difíciles porque he estado pasando por un proceso de lucha interior para reordenar mi vida y prioridades, y me he dado cuenta que es muy fácil dejar de valorar a las personas por los errores que cometen, pero raras veces uno se pone a pensar en sus propias falencias y en que nadie sabe cuándo va a ser la última vez que veas a alguien que quieres.

No necesariamente tiene que ser la muerte lo que nos separe de las personas que queremos, a veces una renuncia laboral, un viaje o hasta una simple pelea te pueden alejar de quienes estás acostumbrado a ver. 

Y cuando eso pasa, muchas veces te das cuenta que no aprovechaste todo el tiempo con esa persona. 

Recuerdo tanto cuando quise encontrar una foto de un amigo con el que compartí muchos buenos momentos en la universidad. Me di cuenta que en 5 años de conocerlo jamás me tomé una foto con él. Hoy él ya no está. No murió, pero por diferentes factores yo sé que es muy difícil que nos volvamos a ver.

A estas alturas de mi vida la verdad no me cuesta tanto perdonar, quizás porque soy mucho más consciente de mis errores que antes y trato de extender a mi círculo la misericordia que Dios me ha dado, pero creo que si no fuera por las amargas experiencias que he pasado y por los aprendizajes que me han compartido otras personas, quizás seguiría creyendo que puedo ir por la vida permitiendo que el sol se ponga sobre mi enojo, pensando que al día siguiente tendré la oportunidad de enmendar errores, cuando nada me garantiza que sea así.

Y es la enseñanza que comparto en este escrito: Hoy estamos, y mañana no sabemos. 

Aprovechemos cada instante con las personas que amamos. No temamos decirle a las personas lo que significan para nosotros, temamos lo que puede suceder en nuestros corazones si no lo hacemos.

Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autora, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx.

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Bárbara Gallegos Álvarez

Especialista en Procesos y Calidad, auditor en Sistemas de Gestión de Calidad ISO 9001, especialista en Mejora de Procesos, Master en Dirección Logística. https://barbarag1990.art.blog/ Tw  @BarbaraG1990