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Soluciones incendiarias

Junto con Donald Trump, Boris Johnson y Jair Bolsonaro, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es de los líderes populistas de Derecha e Izquierda que llegaron al poder envueltos en las banderas del nacionalismo. Cada cual capitalizó, según las circunstancias de sus respectivos países, el enfado ciudadano por el deterioro de la economía, la emigración ilegal, la corrupción rampante, el envilecimiento de la clase política y el agotamiento de los partidos.

Ser de las democracias más antiguas y consolidadas del mundo, con 220 y 135 años de existencia, respectivamente, le permite a Estados Unidos y al Reino Unido lidiar con presidentes de toda relea, así sean, como los actuales, auténticos chivos en cristalería. Con instituciones fuertes y una separación de poderes real, han logrado superar crisis políticas y económicas. En Brasil, la democracia se reinstauró en 1985 tras 21 años de dictadura militar; en México, la transición inició en 2000 luego de siete décadas de partido único.

Bolsonaro ganó la Presidencia en 2018 después de haberse eternizado en la Cámara de Diputados; dos años antes, el Senado había destituido a Dilma Rousseff, testigo del golpe de estado de 1964 cuando era estudiante. El juicio puso fin a 16 años de Gobierno del Partido de los Trabajadores, iniciado por Lula da Silva en 2001. Bolsonaro –excapitán del Ejército– es un ferviente simpatizante de las dictaduras. La mayor parte de su carrera la desarrolló en el Partido Progresista, extensión de la Alianza Renovadora (Arena), aliada del régimen militar. Después de ser elegido por el Partido Social Liberal, renunció para para iniciar la formación de Alianza por Brasil, de extrema derecha.

López Obrador (Morena) obtuvo la Presidencia en su tercer intento con 5.4 millones de votos más que los captados por Ricardo Anaya (PAN), José Antonio Meade (PRI) y Jaime Rodríguez (independiente) juntos. En la elección presidencial previa, los candidatos de oposición superaron por 10.5 millones de sufragios a Peña Nieto. Los partidos tradicionales pagaron caro su alejamiento de la sociedad y la desaparición de fronteras entre ellos. La adicción al dinero del erario y a los negocios al amparo del poder los convirtieron en entes burocráticos.

La oposición a AMLO no está hoy en los partidos, cuyos líderes sufren de enanismo –sobre todo Alejandro Moreno, del PRI– sino en los 24.7 millones de mexicanos que votaron por Anaya, Meade y Rodríguez. A ellos deben sumarse los ciudadanos insatisfechos con la Cuarta Transformación. Se trata, sin embargo, de una fuerza todavía dispersa. La caída de AMLO en las encuestas refleja ese malestar, pero también puede ser engañosa. El desahogo en las redes sociales será inútil si no se traduce en votos.

Mientras los líderes empresariales, los gobernadores y los medios de comunicación echan chispas y lanzan anatemas contra el Gobierno Federal, el Presidente avanza su agenda social y permanece en campaña.

El primer objetivo consiste en volver a ganar el Congreso y la mayoría de las gubernaturas en las elecciones del año próximo; el siguiente será ligar un segundo periodo en Palacio Nacional.

Los programas sociales aseguran votos. Como a Salinas, Calderón y Peña Nieto, también a AMLO se le ha pedido que renuncie. No lo hará. El Congreso tampoco puede destituirlo, pues aparte de no preverlo la Constitución, controla ambas cámaras. Pensar en otras “soluciones” incendiaría al País.

Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx.

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