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Presidente vapuleado

“¡Al Presidente nadie lo toca!” Tal era el lema del Estado Mayor Presidencial, instituido por Porfirio Díaz y desparecido por Andrés Manuel López Obrador. Hoy todo el mundo le planta cara, y la crítica, a diferencia de otros sexenios, es el pan de cada día. En el pasado, el Presidente también era intocable en la mayoría de los medios de comunicación. José López Portillo, boicoteó a la revista Proceso por señalar sus excesos. Envuelto en el presupuesto, argumentó: “No pago para que me peguen”. La libertad de expresión se ejerce hoy sin cortapisas y en las redes sociales se llega incluso al linchamiento.

López Portillo ganó la presidencia con el 97% de los votos (16.4 millones). Nada meritorio, pues corrió solo en las elecciones de 1976. El PAN, dividido, se abstuvo de participar; comparsas del PRI, el PARM y el PPS postularon a JLP, y los 920 mil votos captados por Valentín Campa, del Partido Comunista Mexicano (PCM), entonces proscrito, se anularon. Para legitimarse e insuflar vigor al partido hegemónico agotado, el Presidente promovió la reforma política que serviría de base para la transición democrática. En ese proceso, el PCM recuperó su registro.

En el tercer informe de López Portillo, uno de los diputados plurinominales –figura creada por la reforma– lo interpeló: “¡Miente, en Coahuila no hay democracia!”. El legislador era Edmundo Gurza Villarreal (PAN), a quien un año antes le habían robado la alcaldía de Torreón. A partir de entonces, los presidentes perdieron su aura de intocables. Podían negociar con los medios de comunicación y los poderes fácticos silencio, un trato amable y una crítica embozada, a cambio de favores y contratos, pero no con todos. La sociedad advertía el engaño y castigaba en las urnas.

AMLO es el presidente de las alternancias más vapuleado. El periodista y productor Epigmenio Ibarra, compara su situación con la de Francisco I. Madero (Milenio, Los medios y López Obrador, 20.11.19), quien encabezó la única alternancia del siglo 20. Sin embargo, atribuir la crítica solo al recorte del 50% de la publicidad oficial en los medios de comunicación, lo cual representa un ahorro de 4 mil millones de pesos anuales, sin tomar en cuenta las fallas de la Administración, equivale a negar la realidad, costumbre de AMLO para evadirse.

El Mandatario anunció desde su campaña un cambio de régimen y hacia ese fin dirige los actos de su Gobierno. Las resistencias son muchas y muy poderosas, pues afecta grandes intereses y ha puesto entre rejas a figuras de la política y los negocios acusados de corrupción; las investigaciones en curso derivarán en más detenciones. La crispación causada por la rijosidad de AMLO, la impaciencia ciudadana ante la falta de resultados –15 meses son insuficientes para transformar un sistema basado en la venalidad y los privilegios– y el descontento de los empresarios por las orejeras del Presidente, puede provocar desestabilización.

La enfermedad por coronavirus exige la máxima atención y compromiso de los agentes políticos, económicos y mediáticos; el Presidente, como Jefe de Estado y de Gobierno, debe poner el ejemplo. Respetar las medidas de higiene, el distanciamiento social y el aislamiento domiciliario permitirá reducir los contagios y el número de muertes. Anteponer la salud a la política no implica cerrar los ojos frente a las pifias gubernamentales –el sistema de salud colapsó antes de la pandemia, pero las políticas de la nueva Administración agravaron el problema– sino tener claridad para afrontar la emergencia y evitarle al país mayor daño y sufrimiento.

Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx.

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