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‘Papayita’ y el costo de tolerar ‘la carrilla’ en el trabajo

El bullying en el trabajo suele ser invisible, nadie alza la voz, nadie interviene, nadie protege al acosado. Hablar de respeto no es hablar de formalidades, es hablar de dignidad.

Hace poco se volvió viral el caso de Carlos Gurrola Arguijo, de 47 años, conocido cariñosamente como “Papayita”, un trabajador de limpieza quien perdió la vida tras 19 días de agonía, tras, presuntamente ser envenenado por sus compañeros de trabajo. La familia ya sabía que era víctima de bullying.

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Una amiga me contó que al leer sobre el caso de Papayita, algo le hizo clic. Me dijo: “Hasta hoy me di cuenta que lo que yo viví también fue acoso laboral, pensé que eran bromas pesadas de gente sin quehacer, pero ahora veo que yo fui víctima de acoso laboral”, y se puso a llorar, y claro yo estuve a punto de llorar con ella… porque las bromas hirientes dejan huella.

Ella sufrió de acoso laboral en una empresa familiar donde las jerarquías no estaban claras, obviamente los límites y sus actividades tampoco. La comida en los escritorios, los botes de basura sin vaciar durante días, los comentarios pasivo-agresivos sobre su edad, su forma de hablar o de trabajar. Le decían “la viejita”, incluso le desconectaban su equipo de cómputo cada que se movía de su lugar o le pasaban la información errónea incluso de años anteriores. El director —uno de los dueños— la reprendía cada vez que proponía mejoras para hacer más ágil el proceso, le decía: “sólo te estás quejando, así trabajamos aquí, no estás en tu gran corporativo”. 

Recordó que seguido le decía: “pareces robot, llegas y te pones a trabajar, no saludas a nadie, y aquí todos somos una familia”, entre llanto recordaba que sí los saludaba, pero tenía exceso de trabajo y era la única que hacia el análisis de datos y además redactaba los reportes, los diseñaba y programaba el envío. Sus compañeros, recordaba, llegaban a la oficina, se servían café y entre sorbo y sorbo platicaban las novedades de las series que veían, se reían, se ponían a cantar, incluso se quitaban los zapatos y así hasta que llegaba la hora de la comida. Alguna vez hizo el comentario con el personal de Recursos Humanos y le comentaron que ella era muy delicada, pero ¿quién puede trabajar bien entre gritos, malos olores y falta de proceso y procedimientos?

En ese momento, mi amiga pensó que debía adaptarse. Hoy sabe que era parte de una cultura tóxica disfrazada de familiaridad. Y es que lo verdaderamente peligroso del acoso laboral es su capacidad para camuflarse, llega con chistes, llega cuando el grupito con más antigüedad, quiere que los demás se adapten a su sistema, y sino lo hacen aíslan al nuevo o le juegan bromas pesadas como el caso de Papayita.

De acuerdo con cifras del INEGI, 44 de cada 100 personas trabajadoras en el país han vivido situaciones de acoso laboral, también llamado Mobbing, según datos de 2022.

La Procuraduría Federal de la Defensa del Trabajo define la violencia laboral como incidentes en los que el personal sufre abusos, amenazas o ataques relacionados con su empleo, que ponen en riesgo su seguridad, bienestar o salud.

Desde 2019, México cuenta con la NOM-035, una norma oficial que obliga a las empresas a detectar y prevenir factores de riesgo psicosocial en el trabajo. El bullying, el hostigamiento, la violencia emocional… todo está contemplado.

Pero muchas veces la NOM sólo se queda en papel. Se aplican encuestas, se da un taller, se entrega un díptico y ya. La intención es buena, pero la ejecución es mínima. Mientras tanto, las personas siguen siendo objeto de burlas, exclusiones o desprecio en sus centros de trabajo.

¿Quién protege a alguien como Papayita? ¿Quién protege a quienes, como mi amiga, aún no sabían que eso que vivieron tenía un nombre?

Lo más alarmante es que este tipo de violencia suele ser invisible. Nadie alza la voz porque no quieren ser “la que se queja”, “el amargado”, “la que no encaja”. Pero la pregunta es ¿por qué si los demás observan, no dicen nada?, ¿por qué se permite la injusticia en los centros laborales? 

Lo vimos en el caso de Papayita: nadie intervino. Nadie lo protegió. Hasta que ya era demasiado tarde y el video llegó a redes sociales. 

Hablar de respeto no es hablar de formalidades, es hablar de dignidad. ¿Por qué se tienen que soportar bromas sobre la edad, la estatura, la forma del cuerpo, la ropa que usas, la forma de hablar o el sistema de creencias de cada persona?

Papayita puso rostro a un problema que muchos prefieren ignorar. Pero ojalá no se quede en un caso viral más, y las empresas recuerden que ninguna cultura organizacional sana se construye sobre el silencio y la burla.

La próxima vez que escuchemos una “broma”, pensemos dos veces antes de reír. Porque quizá, del otro lado, alguien solo se está aguantando por la necesidad que tiene de conservar su trabajo.

Todos los comentarios son bienvenidos a veronica@vaes.com.mx

Nos leemos la próxima vez. Hasta entonces.

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Verónica Valencia

VERÓNICA VALENCIA GÓMEZ es periodista especializada en Tecnologías de la Información, cuenta con una maestría en marketing digital. Es consultora de comunicación y mercadotecnia en Vaes Comunicación. Ha trabajado en periódicos como Grupo Reforma, Milenio y El Mañana de Reynosa.