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LA NOCHE DE ‘EL CANGURO’

Édgar era muy buen periodista, pero no un buen futbolista.

El tipo inició en el oficio de periodista en una época en la cual, a la hora de andar reporteando en la calle, había mucha camaradería.

Es decir, nunca faltaba quién te hiciera el paro a la hora de enfrentar a los guaruras de los líderes cetemistas o croquistas o de los funcionarios que no podían vivir sin un despliegue de vigilancia monumental a su lado.

Hasta cuando los cabrones de la televisión le echaban al pobre Édgar las cámaras encima en las tumultosas entrevistas, siempre había compañeros prestos a defenderlo de los embates de los güeyes que se creían soñados nomás porque salían en la pantalla, antes de rayos catódicos.

En la calle, todo era compañerismo y buena onda con la raza de la chamba.

Aaah, pero nomás se entraba a la redacción… y ahí salía a relucir el espíritu competitivo de los periodistas. Nadie compartía fuentes, nadie prestaba su lugar, nadie te dejaba ver sus fotos y mucho menos sus escritos.

Había puro perro de cadena en las redacciones de los periódicos.

Hasta hubo una vez en que al Édgar le tocó ver a unos cabrones reporteros pelearse por una pluma. ¡Házme el chingado favor!

La cosa es que al tipo le tocó crecer en ese ambiente.

Así se la pasó los primeros años en el periódico, hasta que alcanzó su momento de gloria, la nota que lo llevó a la fama.

Y es que a Édgar le tocó reportear una nota “viral” incluso antes de que el término existiera.

Eran otros años, cuando no existía esa chingadera que ahora le dicen “viral”, que básicamente es una mamada que es intrascendente, pero que a miles de personas les gusta y luego de replicarla un chingamadral de veces, rápidamente pasa al olvido.

La nota que lo catapultó fue la de un gran circo que llegó a la Ciudad, cuya máxima estrella era un canguro boxeador.

Todo mundo estaba encantado con el canguro: boxeadores amateurs, empresarios del espectáculo, niños, niñas y hasta los papás de los güercos.

El habilidoso animal fue un éxito rotundo.

Pero un buen día, el canguro no apareció más en el circo. Y allí fue donde entró el olfato periodístico de Édgar, que no sólo descubrió que el canguro ya no estaba en su guarida, sino que… ¡estaba muerto!

Tan bueno salió para la indagatoria, que averiguó el lugar exacto donde los desalmados cirqueros habían enterrado al desdichado canguro boxeador.

¡Y que explota la noticia!

Sobra decir que todos en la Ciudad querían un castigo para los cirqueros. Tanto borlote se armó con la nota, que tuvo que intervenir Flora y Fauna federal o como en su momento se haya llamado esa chingadera gubernamental que supuestamente protege a los animales.

La nota de Édgar traspasó las barreras estatales, se hizo nacional y luego internacional, porque periódicos y canales televisivos de la frontera también retomaron la insólita y trágica historia del canguro boxeador.

Pero el éxito de Édgar fue también su calvario en la redacción del periódico.

Porque tanto ambiente competitivo para las noticias a veces también se traducía en envidias e insidias.

Y a partir de la nota del canguro boxeador, Édgar ya nunca más fue Édgar, sino que los culeros de sus compañeros de la redacción lo bautizaron con el mote de “El Canguro”.

Y a “El Canguro” le encantaba el futbol, de hecho, ahí fue donde conviví con él.

Con sus 1.85 metros de estatura y su escuálida figura no prometía mucho para la esperanza futbolera, pero su buen ánimo y la gran química que tenía con sus compañeros era más que suficiente.

Y es que en la redacción habíamos formado un equipo de Futbol 7 para jugar en una liga nocturna que nos programaba para el último partido del viernes por la noche, la única hora en que la mayoría de la raza podía coincidir tras la entrega de sus notas y fotos a los editores.

El equipo, que era regularzón tirándole a malo, estaba compuesto por una serie de veteranos entusiastas y tres o cuatro jóvenes correlones.

Entre los jóvenes destacaba “El Pete”, veinteañero que, cuando uno lo veía calentar, no se explicaba qué chingados estaba haciendo de amateur.

Le pegaba de derecha, de izquierda, de cabeza, era rápido… una chulada el muchacho.

El problema empezaba cuando silbaba el árbitro, ahí uno se daba cuenta por qué “El Pete” no estaba en Primera División.

Y es que el chico era bipolar en la cancha.

Si a un defensa se le ocurría darle un foul, él volteaba y le recetaba un descontón o una patada, nomás que sin balón de por medio.

Si el árbitro marcaba una cosa que no le gustaba, de mentada de madre y pendejo no lo bajaba… ¡y roja automática!

Por ello “El Pete” recibía muchas expulsiones, en detrimento del equipo de la redacción, que tenía sus esperanzas puestas en él.

Esa temporada nuestro astro se había portado más o menos bien y había recibido menos expulsiones, lo que nos permitió pasar de panzazo a la Liguilla en el Fut-7.

“El Canguro” andaba más prendido que nunca. Sólo que cometió y error, antes del juego decisivo: cándidamente le comentó a la raza que hacía mucho que no metía gol.

Obvio que ya para ése entonces, la aclaración era innecesaria, la mayoría se había dado cuenta de sobra que lo del marsupial eran las teclas y las notas y que el balón no era su gran amigo.

El asunto es que cuando sus compañeros le preguntaron desde hace cuánto no metía un gol oficial, pensaban que hablaba de semanas o si acaso de uno o dos meses, nunca imaginaron –y vaya que eran imaginativos— que “El Canguro” les confesara que no anotaba desde secundaria. Y eso que el tipo era licenciado, un mundo de tiempo.

Con esos “argumentos”, si generalmente jugaba pocos minutos en partidos regulares, ya sabrán que en Liguilla sus aspiraciones se volvieron mínimas.

Pero eso no le mermaba el ánimo, “El Canguro” fue el primero que llegó a la cancha y se mostró dispuesto a apoyar desde la banca.

Y que inicia el juego.

El rival, era un rival correlón, lo que les faltaba de idea, les sobraba de enjundia. Y con eso le estaba bastando para darnos una paseada en el primer tiempo, que acabamos perdiendo dos a cero.

Al medio tiempo, luego de recetarnos los reclamos y las mentadas de madre de rigor, el equipo se conjuró y lo que prometimos fue dejar hasta la última gota de sudor en la cancha, si los pendejos ésos nos iban a ganar, les iba costar sangre a los culeros.

Fue cuestión de que el árbitro pitara el reinicio para que “El Pete” comenzara a carburar.

Desde el inicio se nos vino el mundo encima y sin saber ni a qué hora de pronto ya estábamos abajo dos a cero.

Respondimos. El equipo jugó a lo que mejor sabía: dársela a “El Pete”. Resultó:  minutos del final ya habíamos empatado el marcador a dos.

Pero con la descarga de esfuerzo había dos problemas de difícil resolución para nosotros: uno, que a la mayoría se nos había acabado el gas y, dos, que los otros güeyes ya sabían que el único que les podía hacer daño era “El Pete”. 

Transcurría el tiempo y para el cierre del partido a “El Pete” le estaban aplicando una marca perruna.

Así que el juego pintaba para irse a penales.

Como estábamos ya sin aire y faltaban sólo unos minutos, no quedó más remedio que jalar de la banca a “El Canguro”, que entró de cambio.

Estábamos ya en la compensación y nuestro portero hizo lo único que sabía hacer: se la tiró larga a “El Pete”, que la bajó en el pico del área rival.

Los centrales y uno de sus medios se apresuraron a marcarlo. Era claro que no querían que se las hiciera por tercera vez.

Y sucedió lo impensable, al ver que, rodeado de rivales, no se iba poder dar la vuelta para tirar y con el portero al filo del área para cortar cualquier tiro de sorpresa, “El Pete” siempre envidioso y goloso con la pelota, hizo lo que nunca había hecho en toda la temporada: habilitó de tacón a… ¡El Canguro!

¡Válgame Dios! ¡Cómo se le ocurría!

De pronto “El Canguro” era nuestra última esperanza de ganar.

Encendidos, todos en la banca le gritamos: 

“¡No la falles pinche Canguro!”. 

“¡No la vayas a fallar hijodetuchingadamadre!”

“¡Noooooo!”.

Y, por un momento, los Dioses futboleros se pusieron del lado de “El Canguro”, sí, los mismos que lo habían abandonado desde secundaria, ahora se manifestaban implacables.

Lo recuerdo casi como en cámara lenta: el portero, que había salido a achicar a “El Pete”, había descuidado su guarida, que ahora estaba a expensas del rival, por lo que intentó desesperadamente regresar.

“El Canguro” recibió el taconazo de “El Pete”, pero no se volvió loco, y actuó en forma magistral, aseguró el toque metiendo toda la parte interna del zapato y puso la pelota rasa pegada al segundo poste, lejos, muy lejos del cancerbero que, aunque se estiró cuan largo era, acabó frustrado a los pies del marsupial.

¡Gooooooooool! ¡Gooooooooool! de “El Canguro”!

Y el silbatazo final del árbitro. ¡Ganamos, putos!

Sí, ya sé que fue un partido de mierda de Fut-7 en una Liga jodida, pero les aseguró que festejamos como si hubiéramos ganado la Champions League.

Abrazamos a “El Canguro”, lo cargamos en hombros. Y es que, ¡chingadamadre!, la maldición de no meter un gol desde secundaria se había ido para siempre.

Además, pasamos a la siguiente ronda. Teníamos muchas cosas para festejar en una noche.

He jugado muchos partidos, he dado muchas patadas, me han dado muchas patadas, he metido muchos goles, pero quizá nunca, nunca goce tanto en una cancha como aquella vez que viví “La Noche de ‘El Canguro’”.

Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx.

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