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Fuera máscaras

En tiempos de la “dictadura perfecta”, por la cual muchos suspiran, se contaba el cuento de un visitante de Estados Unidos, quien se jactaba de que en su país cualquier ciudadano podía plantarse frente a la Casa Blanca y lanzar consignas contra el Presidente.

–Yo puedo hacer lo mismo– replicó su anfitrión mexicano. –Demuéstralo.– Vamos a Washington. En México la figura presidencial se desmitificó hace décadas, pero la represión tardó más en suprimirse. Díaz Ordaz fue abucheado en la inauguración de los Juegos Olímpicos de 1968; Miguel de la Madrid, en la apertura del Mundial de Futbol de 1986; y Felipe Calderón, en el estreno del estadio del Santos de Torreón, en 2009.

Antes los presidentes eran intocables. La oposición se pagaba con cárcel, boicots o con la vida en el peor de los casos. La mayoría de los medios de comunicación sirvieron de escudo al poder hasta que la sociedad los rebasó y las redes democratizaron la información y la crítica. Llegado a ese punto, ni el gasto en empresas y comentaristas afines sirvió para salvar la imagen presidencial. Peña Nieto, quien más derrochó, es más el vituperado.

Desde el punto de vista del presidente López Obrador, las únicas elecciones democráticas, después del porfiriato, fueron la de Francisco I. Madero y la suya. También traza paralelos entre el maderismo y el lopezobradorismo, como el de la prensa y los escritores que “muerden la mano de quien les quitó el bozal” y el ánimo golpista de los intereses afectados por el cambio de régimen.

En el informe por el segundo año de su elección abrumadora advirtió, en la misma línea histórica: “Nunca en más de un siglo se había insultado tanto a un Presidente de la República y la respuesta ha sido la tolerancia y la no censura”.

Felipe Calderón replicó en Twitter: “La sensación de que ‘nunca se había atacado tanto a un Presidente’ quizá la hayamos sentido alguna vez varios de quienes desempeñamos ese honroso cargo. Lo que sí es cierto, es que en 50 años nunca había atacado un Presidente a tantos mexicanos en sus conferencias de prensa”.

Es una verdad a medias. AMLO se caracteriza por devolver cada golpe, actitud contraria a su prédica de amor y paz e impropia de un jefe de Estado. Pero uno de los propósitos de las mañaneras es justamente ese: desenmascarar. A unos gusta, a otros no.

Los predecesores de AMLO pocas veces aceptaban entrevistas y las ruedas de prensa no formaban parte de su agenda. El periodista Jorge Ramos ha puesto al Presidente en aprietos en más de una ocasión. Peña Nieto, después de un par de conversaciones, cuando era Gobernador del Edomex, le dio con las puertas de Los Pinos en la cara.

Jamás atendió las solicitudes del conductor del Noticiero Univisión, quien ha sacado de sus casillas a Donald Trump y a otros sátrapas. En las mañaneras puede participar quien lo desee –incluso extravagantes, activistas o paleros– y preguntar cualquier cosa.

La inquina entre AMLO y Calderón se profundizó en 2006 cuando el panista ganó la Presidencia por menos de un cuarto de millón de votos, no obstante la campaña de miedo lanzada desde Los Pinos y desde sectores confrontados de nuevo con el líder de Morena.

Calderón equipara a AMLO con Luis Echeverría, pues la mención de que en medio siglo ningún presidente había “atacado a tantos mexicanos” remite a los 70. En ese tiempo, el Gobierno giró hacia la izquierda y hundió a México. Después llegó al poder otro populista: López Portillo, y las cosas empeoraron, pero con los tecnócratas casi nos quedamos sin país.

Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx.

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