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El ‘delantero matón’

Pepe N jugó con nosotros un verano y era un “delantero matón”… literalmente.

Todo empezó una calurosa noche de julio. En la liga donde jugábamos nos programaban los partidos después de las ocho de la noche, buscando que todos lograran esquivar el tráfico y llegaran a tiempo a la cancha luego de la chamba.

El desafío no era poca cosa: ¡ni con prórroga lográbamos completarnos!

Resultaba que la calidad que muchos exhibían en el campo de juego era inversamente proporcional a su puntualidad, ¡eran unos pinches irresponsables!

Como muchos no llegaban temprano, a veces teníamos que reclutar a algún “extranjero” o “solovino” que rondaba las canchas en busca de un chance.

Así conocimos a Pepe N.

Lo habíamos visto dominando la pelota y haciendo filigranas alrededor de la cancha, y no lo hacía nada mal. Corrijo: lo hacía bastante bien.

Era un morenazo de un metro con setenta y cinco, unos treinta y cinco años, y de complexión delgada, pero correosa. Se veía de piernas fuertes, ágiles, en sus correrías por las canchas.

Total que en una de esas en que no nos completábamos para jugar, invitamos al Pepe, que aceptó más que gustoso.

Y el Pepe N la rompió.

No sólo tenía criterio e intuición para los pases, también sabía proteger la pelota y, lo mejor, tenía gol.

Nos llamó la atención que nadie antes lo hubiera invitado antes a unirse formalmente a algún equipo. Aunque más adelante supimos por qué.

La cosa es que el resto de la temporada el Pepe N agarró la titularidad de la delantera y se convirtió en nuestro “delantero matón”.

Para los que no están adentrados en el prontuario futbolero, un “delantero matón” es aquel que aparece en los momentos clave de los juegos, nunca se esconde, ni siquiera cuando el juego está ríspido, define los partidos e inyecta confianza al resto de sus compañeros.

Traducido al futbol profesional de ahora, André Pierre Gignac es por antonomasia el delantero matón de la Liga MX.

El francés tiene años quemando la Liga Mexicana en base a goles y a la actitud y confianza que inyecta a sus compañeros en los Tigres de la UANL.

Gignac es tan matón que hasta tiene una especie de fuero con los árbitros, que le perdonan todos sus gritos y reclamos, lo que no hacen con ningún otro jugador en México… hasta para eso es chingón el pinche europeo.

Pero volviendo a nuestro “delantero matón”, al Pepe N, había algo en el tipo que inquietaba al resto del equipo.

Y era que, a pesar de ser un ciclón en la cancha, Pepe era muy reservado.

El equipo tenía como uno de sus códigos irrenunciables ir a aventarse unas cheves al término de los partidos, el tercer tiempo, vaya, pero Pepe nunca nos acompañaba. Y eso que había un bar al lado de la Liga donde jugábamos, que convenientemente se había convertido en nuestra Casa Club para el tercer tiempo.

Cabe señalar que el antro tenía otro atractivo: era atendido por una mesera a quien llamábamos “La Gaviota”, una chica alta y flaca a la que en un principio ni la volteábamos a ver, pero, ya nomás nos echábamos “la embellecedora”, es decir, como la séptima u octava cheve, y nos empezaba a parecer la mismísima Jennifer Lopez… pero ésa es otra historia.

Volviendo a nuestra anécdota, tras tanta insistencia, un buen día el Pepe N tuvo que aceptar la invitación a “El Quinqué”, que así se llama el pinche bar de mala muerte al que íbamos.

Y, como suele suceder, al calor de las copas a la raza le da por sincerarse.

A “El Quinqué” acudimos los cuatro que mandábamos en el equipo —algunos también decían que éramos los más borrachos—y Pepe.

Pero si el Pepe N era un “crack” en el campo, para el tercer tiempo ni siquiera llegaba a bebedor mediocre.

Ya para la cuarta cheve andaba bien fumigado. Fue entonces que le dio por contarnos su historia.

Pepe N había tenido una vida dura. Luego de que lo abandonó su papá, a los 13 años, se tuvo que poner a trabajar y ya para los 19 estaba en el Penal del Topo Chico… ¡por homicidio!

Obvio que cuando escuchamos “homicidio”, los cuatro del equipo nos culeamos bien feo. Digo, ¿y quién no?

Al calor de las bebidas escuchamos las siguientes palabras del Pepe: fueron: “Pero yo no lo maté”. A lo que los del equipo inmediatamente aprobamos con un movimiento de cabeza.

Y con un espontáneo: “Ni quien lo dude, mi Pepe”.

La cosa se puso tan pesada, que mejor cambiamos la conversación a lo eminentemente futbolero y ya no nos salimos de ese tema.

A lo mejor el Pepe sintió que se pasó de sincero, o a lo mejor sintió que ya andaba hasta las chanclas. El caso es que después de algunos silencios incómodos procedió a retirarse, no sin antes amagar con sacar algo para la cuenta, gesto que fue reprimido por nosotros: “¡Pero qué te pasa, cabrón, si te invitamos”!.

Fue una caliente noche de verano, una muy buena velada en el “Quinqué” y la última vez que vimos al Pepe N.

Nuestro “delantero matón” ya no se presentó a jugar de nuevo.

Quizá fue esa noche de confesión.

Quizá consiguió un trabajo que le impedía ir a jugar.

Quizá le dio pena enfrentar nuestra pinche mirada miserable y condenatoria.

Quizá se metió otra vez en malos pasos.

O Quizá encontró un mejor equipo.

En cualquiera de los casos, espero que le haya ido mejor.

Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx.

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