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¿Dónde están los líderes?

Los cambios se gestan en las calles y en las plazas, con sangre, sudor y lágrimas, no desde los escritorios. La crítica a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) está sobradamente fundada. Sin embargo, el Presidente cumple con el perfil descrito por Winston Churchill, según el cual «El político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene, y de explicar después por qué no ha ocurrido». AMLO fue el candidato más creíble, por eso arrolló en las urnas; 30 millones de votos no son cacahuates, pero tampoco un cheque en blanco.

El principal activo de AMLO ha sufrido mengua. Hoy la gente le cree menos. El líder soviético Nikita Jrushchov decía de los políticos: «son iguales en todas partes. Prometen construir un puente incluso donde no hay río». Sin embargo, la especialidad del Presidente mexicano no consiste en tender puentes, sino en dinamitarlos. Quiere, de un plumazo, borrar el pasado y levantar en su lugar castillos de naipes.

AMLO es un hombre bienintencionado y un jefe de Estado fuerte; su control sobre el Congreso, su influencia en la Corte y la falta de oposición le permiten hacer cualquier cosa, por disparatada que sea, sin medir las consecuencias. A quien muchos votos se le dieron, mucho se le exige ahora. No todo lo emprendido por el Presidente ha sido malo; además, no recibió El Dorado, sino un país clasista y empobrecido. Los anti-AMLO han discurrido una forma de desprecio «original»: omitir su segundo apellido y llamarle simplemente «López».

Bajo esa misma perspectiva, los políticos y empresarios presos, prófugos o sujetos a investigación no cayeron en desgracia por lavar dinero, pagar o recibir sobornos y robar al Estado, sino por una caza de brujas y una «justicia selectiva». Ese clima de animadversión lo provocó AMLO por polarizar a la sociedad. Líderes de opinión y medios de comunicación lo presentan como «dictador» e «ignorante» y las redes sociales se infestan cada día de burlas e insultos. El Presidente se molesta, pero la mayoría de las veces los ignora y eso les recome los hígados.

«Las crisis -dice Enrique Krauze- son una lección extrema de la democracia. Una sociedad alerta y participativa toma nota para la próxima elección». Puede ser, pero ¿dónde están hoy los empresarios del tipo de Luis H. Álvarez, Manuel J. Clouthier e incluso Vicente Fox, quienes abandonaron sus despachos, se remangaron e hicieron huelgas de hambre para afrontar al régimen autoritario? ¿Dónde los Cárdenas, las Rosario Ibarra, los Muñoz Ledo, las Ifigenia Martínez que encabezaron movimientos políticos y sociales hasta lograr la alternancia? ¿Dónde los jóvenes como los del 68 o del movimiento #YoSoy132? ¿Dónde los artistas e intelectuales?

AMLO no es políticamente imbatible ni indestructible, pero existe un problema: faltan dirigentes que le planten cara y encabecen la defensa de la democracia y la libertad. Azuzar desde las cúpulas, las columnas políticas o los medios de comunicación resulta sencillo. Lo difícil es salir de las burbujas y participar en la arena política como lo hicieron los escritores Mario Vargas Llosa, en el Perú, y Václav Havel, uno de líderes de la Revolución de Terciopelo que venció al Partido Comunista de Checoslovaquia y se convirtió en el primer presidente de la República Checa.

Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx.

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