¿Cómo resistir el ofrecimiento sincero y pleno de la camarera Jazmín, al proponerme que le invite un vino tinto y parlar con ella? Imposible.
Aunque en esto se me vaya, se volatilice el último gramo de cordura de mis neuro-nas. Le dije: «Con gusto, señorita. Mire, yo pago aquí la cuenta y la espero en la esquina siguiente de aquí, para que no le vayan a llamar la atención».
LEE MÁS DEL AUTOR JESÚS CEDILLO
A lo cual espetó: «Sin problema, maestro. Ya fuera de aquí uno es dueña de hacer lo que quiera. Oiga, voy a tardar un poco, me voy a arreglar para usted, no se desespere…
Jazmín, regiomontana, norteña bien nacida de 23 años. Dos o tres centímetros más alta a su servidor, blonda cabellera y, en lugar de piel, leche brillosa y miel de abeja pura. A estas alturas de nuestra amistad (¿se le puede decir así a esto?) ya hace lo que quiere conmigo y mi falsa seguridad.
De repente, la vi venir, caminaba como entre nubes, tacones altísimos, su bolso grande en la mano, colgado como badajo de campana, su cabellera suelta como un tropel de caballos desbocados y libres en la llanura urbana… y sí, su mini-vestido de infarto.
Salió de su restaurante, como buena musa, elegantemente tarde. Cuando llegó, me plantó sonoro beso en mi mejilla y me dijo: «Disculpe la tardanza, ya ve como somos las mujeres. ¿Ya vio mis piernas, maestro? La verdad no sé si me crecieron últimamente o encogió mi vestido, ja ja. ¿Le gustan así, con medias negras? ¿Y mis taco-nes, le parecen en buena combinación?».
Le propuse un buen lugar en el centro de Monterrey. Es decir, ella trabaja en un restaurante del centro, pero no en pleno cen-tro. La invité al restaurante del Hotel Anci-ra (erguido y creado por un saltillense que no hallaba en su momento un buen lugar para alojarse).
Cuando llegamos en taxi, ella palideció un poco. Me dijo en el oído: «¡Hijole! Oye, Jesús ¿te puedo decir Jesús? ¿Qué hacemos aquí, está muy elegante? ¿Crees que me dejen entrar?»
-¡Ay, Jazmín! Usted está demasiado guapa para este lugar. Es igual al lugar donde trabajas, pero más caro. Así de sen-cillo. Ven, vamos y disfrútalo…
Le tomé su mano de terciopelo y -juro-estaba sudando. Me apretó y se arrellanó en mi enjuto pecho. Pegada, repegada lo más posible, y yo, apenas guiándola, cuidándola.
Fuimos a mi mesa de siempre (insisto, qué rápido se apropia uno de las cosas) y un camarero llegó a atendernos.
Solicité una botella de tinto de media tabla (el dinero apretaba), y con el atractivo de la media oscuridad cómplice, mi mano tuvo como destino un muslo blan-co, pero imantado de negro en las bellas piernas de Jazmín…
Brindamos. Pedimos una tabla de quesos para picar y brindamos. Entre nuestros silencios, arde la luz blanca de su cuerpo y su mirada. Me platica de su vida;
le platico de la mía. Ríe, ríe como niña, y es cuando le pregunto por la edad de su papá. «Ay, Jesús -me dice, mientras por octava vez peina su blonda cabellera con sus manos-, mi papá es más joven que tú.
Si tú dices tener 60 años, él tiene 48. Si yo ya tengo un hijo de 3 años, imagínate. La verdad uno es muy pendeja y no piensa en el futuro. Pero ni niño es mi ángel, eso sí lo agradezco a Dios…»
La tomo de la mano y ella la lleva a su mejilla. El gesto la conmueve. Me dice «eres muy tierno». Luego, la lleva a su muslo de nuevo, pero la deposita muy, muy arriba, casi llegando a su pubis angelical. Su blusa corta (imagino era en su momento una blusa larga) apenas y tapa sus bragas de encaje, las cuales se adivinan por debajo de sus medias negras caladas.
ESQUINA-BAJAN
Le digo al oído a Jazmín: «Bebe al beberme, el cielo que palpita en mi agua,/ y como en ese cielo brillan estrellas bellas,/ la mujer que me bebe comulga con estrellas… flaca, es un poema de Amado Nervo, un poeta mexicano al cual y en su momento, cuando murió, le hicieron ceremonias y exequias de rock star.
«¡Ay, Jesús! Qué bonitas cosas dices. Por eso me interesas. Ya sé que no te intereso ahora que te he confesado que tengo un bello hijo. ¿Qué vas a pensar de mí? Pero conóceme, anda… por cierto ¿te gustan güeras y blancas, como yo, o te morenas como la ofrecida de Julieta?».
Anda, dilo, no me voy a enojar ni ofen-der…». Mira, güerita -le contesté-, tengo 60 años, y a mi edad y en este tiempo el cielo y el infierno caen sobre mis hombros y me da igual. Para mí, de hecho, son la misma cosa. A esta edad ya no tengo prudencia ni una neurona viva, menos un plan para el futuro.
Agradezco tu interés en mí, pero ¿qué rejodidos vamos a hacer juntos si estoy más grande que tu papá? Pero bueno, la verdad estás guapísima y tu blancura inaugura de nuevo mi atropellada vida…
«•Ay, Jesús! Ya vez por qué quiero estar contigo. Me tratas como mujer atractiva e inteligente. Eres muy galante. Eres guapo, tus barbas y bigote blanco me gustan y vistes muy bien. A ver, flaco, ¿quieres que te me declare o lo haces tú…?».
En el restaurante del Hotel Ancira en Monterrey, siempre hay un buen jazz de fondo. Su decoración es detallada y milimétrica. Con la colaboración de herreros y carpinteros, aquello es un monumento saltillense en las cenizas de los regiomontanos y su mal gusto. Le sirvo a la güera Jazmín en su copa, la cual ya tiene las huellas de sus labios de carmín estampadas a fuego. Brindamos. Hemos brindado toda la tarde y ya es de noche. La hora es intrascendente, el placer como el de hoy es eterno…
LETRAS MINÚSCULAS
«•Ay, Jesús! Dime que voy a ser tuya, díme-1o…». Esta historia continuará el próximo jueves…

JESÚS CEDILLO
Periodista, escritor y poeta, con más de 40 años en la legua cultural y explorando el mundo.
Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx
MÁS EDITORIALES, ARTÍCULOS Y REFLEXIONES EN ASÍ DICE