-¡Hola, maestro Cedillo, buena tarde! Aquí está su copa de tinto, su vaso con hielo y el otro con agua.
¿Por qué no había venido? ¿O vino usted cuando se me ocurrió faltar? Eh, dígame.
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Ya lo sé, la resbalosa de la Julieta, me dicen, se sentó con usted. ¡Me tiene harta la maldita! Todo lo que quiero, ella lo quiere. Si uso la falda corta, ella se la pone más corta. Si me recojo el cabello, ella lo hace igual. ¡Ay, no maestro, qué fastidio con esa perra! Digame, ¿de qué platicaron? No estoy enojada, pero tampoco contenta.
Digame, maestro, escucho…
-¡Gusto verla, señorita Jazmín! Ejem, oiga, ella se sentó sólo un momento a platicar cosas triviales, nada más. No se enfade.
Fue amable, como lo es usted. Me preguntó por un libro que…
-¡Ah, caray, maestro! O sea, escúcheme. A ella sí le platica de libros y lecturas y yo, que estoy atrás de usted, nada. Usted no me ha platicado nada de eso. Dígame de una vez, ¿estoy muy pendeja, estoy fea, no le gusto, no le caigo bien? Dígamelo ya, yo lo voy a seguir atendiendo como siempre…
El anterior dialogo (¿se le puede decir así?) fue con la bella camarera Jazmín en el restaurante regio el cual visito con cierta frecuencia en Monterrey cuando tengo asuntos laborales o personales en esa megalópolis.
Quien esto escribe estaba hecho un pendejo, petrificado. Rojo y sudando a mares. Dos cosas que intuía: el «interés» de la bella Jazmín (insultantes 23 años en su cabellera blonda) en este viejo carcamal que soy; y dos, la historieta que ya se platica de su servidor cuando Julieta (¿la del Marqués de Sade?), la semana pasada, se sentó en mi mesa y me contó de su fantasía sexual de ser mi perrita, dócil y a mis pies.
¡Puf! ¡Caramba, qué hacer! Mi mala fama es pública debido a esto. Un sencillo motivo: siempre lo publico. Es mi vida y anecdotario cotidiano. Así de claro. Así de verdad es esto.
«Triste espíritu mío», para decirlo en un verso de Charles Baudelaire. Hecho un estúpido, le contesto lo siguiente a la bella
Jazmín…
-Oiga, señorita Jazmín, sus palabras me halagan sobremanera. Gracias. En cuanto a lo de los libros y la lectura, con gusto platicamos de ello. Le voy a sugerir libros y autores.
Y, si usted me autoriza, se los regalo. Oiga, dice un escritor irlandés al cual admiro mucho, es Oscar Wilde, dice algo así: la mejor manera de liberarse de una tentación es caer en ella. Oiga, con todo respeto, usted es la tentación caminando…
Viejo, soy viejo. Una sombra alargada caminando con mis libros bajo el brazo en la
avenida la cual arde noche y día: Calzada Madero, en Monterrey.
No tengo futuro, ni lo quiero ni lo busco. Jamás lo he buscado. El éxito no me ha buscado. Nos detestamos mutuamente. Me he casado en dos ocasiones en la vida y he derramado tinta tres veces en mis cuadernos.
Jamás, jamás he tratado de borrar dichas manchas o muescas de tinta en mi existencia. Son, como yo, huellas de mis pisadas en la arena; huellas, cicatrices de mis batallas perdidas; surcos en el polvo, los cuales se borran cuando sube la marea…
ESQUINA-BAJAN
Los poetas, los viejos como yo, que no vamos a ninguna parte, ni lo necesitamos, jamás hemos querido trabajar en un banco para ser millonarios.
Jamás. Mi vida es justo esto: que la ingrata, buena y mala vida me lleve a donde me quiera llevar. Estoy dispuesto a ello. Repito lo siguiente: ¿Qué soy para Jaz-mín? ¿Un trofeo, un capricho, un antojo, un delirio, un juego, un juguete, un viejo, un anciano, un tonto?
No me reconozco, pero acepto los versos de Charles Baudelaire cuando dejó tatuado a fuego lo siguiente: «Sombras avergonzadas de vivir, encogidas, temerosas, marcháis pegadas a los muros, y ninguno os saluda, pasas inadvertidas; vuestros cuerpos ya están para caer, maduros».
¿Lo nota, estimado lector? Eso somos los viejos. La vida, la biografía de nosotros, los escritores y periodistas en su mayor parte, es un largo rosario de fracasos y desamores. Al menos en mi vida.
Agregue usted el agravante el cual estamos explorando: estoy viejo.
Mi patético cuadro completo está listo y servido para mi gran final. Sin problema.
¿Qué busca a mi lado esta niña/mujer de ojos navegables y cuerpo de guitarrita, la bella Jazmín? Seamos francos hoy, señor lec-tor: tengo miedo.
Miedo a esta niña la cual tiene muslos de leche, blancos y palpitantes.
Tengo miedo de su cara de ángel malvado y sus labios cobrizos, maquillados para matar.
Tengo miedo de su juventud que hechiza, pues. Tengo miedo.
-¡Ay, maestro Cedillo! Ya casi lo perdono. Pero usted tiene que ganarse mi perdón. ¿Le parece? Mire, a esa perra de la Julieta ni le hablaba, ahora menos. Ande, en media hora termina mi tumo, invíteme a un lugar, el que usted quiera; lléveme, quiero tomar un tinto como usted lo hace, quiero que me platique al oído de libros. ¿Le digo algo? Traje una minifalda para usted, o a lo mejor es una blusa muy corta… ¡Ja, ja! Y me voy a poner medias negras… con tacones, claro. ¿Se le antoja verme asi? ¿Qué me va a platicar?
LETRAS MINÚSCULAS
Esta historia continuará el próximo jueves…

JESÚS CEDILLO
Periodista, escritor y poeta, con más de 40 años en la legua cultural y explorando el mundo.
Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx
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