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Café Montaigne 370

Vejez. Ser viejo. Hablar de la vejez. Hablar de mi vejez en primer término. Si mi admirado amigo y maestro, don Armando Fuentes Aguirre habla de abuelos y abuelas, pues caray, yo, escritor desgarbado y deslenguado, hablo de lo que sé: mi vejez.

Que nadie se sienta aludido por favor. Su servidor es el único y principal ejemplo de lo que no se debe de hacer en la vejez. Insisto, así soy y no voy a cambiar. Menos en el invierno de mi vida.

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“Puedo ser un cabrón/ pero no un tonto…”. Son los versos matones de una tonada de una vieja canción de los ibéricos “Los Hombres G” (agrupación preferida de mi amigo, el intenso Luis Iracheta el cual se dedica al mundo real: es un activo, exitoso y eficiente asesor de seguros). ¿Soy un tonto? Cuando es necesario lo finjo.

En ocasiones me sale bien. ¿Qué soy o qué significo para la bella camarera regia, la cual a sus insultantes 23 años una y otra vez me provoca sentándose frente a mí, levantando su falda, cruzándose de piernas y enseñándome sus bragas de encaje negro?

¿Qué soy para ella? ¿Un trofeo, un capricho, un antojo, un delirio, un juego, un juguete, un viejo, un anciano, un tonto? Caray, aún no lo sé ni lo averiguo. Tampoco lo imagino. Pero me hundiría gozoso en los suaves olores de su vulva húmeda, daría lo que fuese por recorrer sus muslos redondos y lechosos.

Claro, a mi mente vienen de inmediato los vigorosos versos de Federico García Lorca:
Daría lo que fuese por estar con esta camarera regia una noche y resucitar temblando de gozo… Mi vida es pública. Soy incalumniable.

Todo lo que se cuente y se diga de mí, es cierto. Me siguen gustando las mujeres y me sigue gustando el vino. Me gustaría beber un vino tinto en una sola copa: el ombligo de esta camarera de piernas interminables…

Un rockero al cual para mi fortuna vi su memorable actuación en un concierto en Monterrey, Keith Richards (sí, de “The Rolling Stones”), alguna vez dijo en una entrevista: “Me apasiona el final de mi vida. No me siento viejo en absoluto, excepto cuando me afeito y me veo en el espejo”. Me siento mejor que nunca, con sus bemoles, con eso llamado edad. Pero en general, ando bien, a secas.

Hay muchos tabús con respecto a los viejos como yo: uno de ellos, la sexualidad. Es decir, hay muchas parejas que en el otoño de su vida o se divorcian o se sufre a mares por no hacerlo. Y pocos o nadie habla claramente sobre ello. ¿Remedio contra todo lo anterior?

La infidelidad solapada y las pastillas de uso de rigor. Para mi fortuna, aún no llego a las pastillas como receta y tampoco soy infiel: no tengo esposa, pero si una musa de planta de buen ver.

En un tiempo muerto en el restaurante regiomontano, había pocos clientes desperdigados en varias mesas, me atreví a lo siguiente: le platiqué, me aventuré a platicarle a la señorita camarera de lo anterior: beber vino tinto en su ombligo, a reserva de ganarme un ruidoso ¡splash! Una cachetada sonora en mi enjuto rostro.

ESQUINA-BAJAN

Caray, ocurrió lo contrario. La bella Jazmín me dijo al oído, como una melodía antigua, con voz melosa y seductora: “¡Ay maestro! Qué ocurrente es usted. Qué cosas dice por Dios… Qué rico eso. Oiga, pero ¿no prefiere beber su vino tinto escurriendo de mi sexo, para que su vino huela a mí y sólo a mí…?”.

Lo dijo Oscar Wilde, la mejor manera de liberarse de una tentación… es caer en ella. Imitando a Wilde y siguiendo sus enseñanzas, no resisto la tentación y me urge caer en ella.

Estoy viejo y contento. Parece que lo demuestro. Dijo Michael de Montaigne en sus portentosos “Ensayos”: “Los hombres están tan apegados a su miserable vida, que no hay nada que no acepten, por duro que sea, con tal de conservarla”. Hoy los viejos y ancianos están más vitaminados a los jóvenes.

En lo personal, ya no quiero explorar (placer juvenil), sino reconocer (un placer maduro). ¿Realizarse y superarse? Es cosa o juego de niños perdidos. Internet se hizo como una buena ocupación de ignorantes y para manejar al mundo.

La bella Jazmín se va de mi mesa con una risotada. Sus compañeras y compañeros la ven con ojos de pregunta perpetua: ¿qué estábamos platicando? Ella no suelta prenda, la miro de reojo y sólo sigue riendo y se encoje de hombros a preguntas de sus compañeras.

Regresa a mi mesa y me trae una nueva copa de vino tinto de la casa. Otro día pediré la botella completa. Me sirve. Como buena calidad en el servicio, por el lado derecho; pero, esta vez unta y restrega sus senos pequeños y puntiagudos en mi espalda. Lo hace deliberadamente. Palidezco.

Soy una caricatura de mí mismo a punto de estar y ser atado a una pasión juvenil. Funesta, por supuesto. Me defiendo.

LETRAS MINÚSCULAS

Antes de irse. Suelta el verbo ardiente: “¿Le gustó maestro?”. Esta historia continuará el próximo jueves…

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JESÚS CEDILLO

Periodista, escritor y poeta, con más de 40 años en la legua cultural y explorando el mundo.

Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx

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