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Café Montaigne 368

Nalgas. Así se llaman, señor lector. Eufemísticamente todo mundo les dice “posaderas”. Es la parte trasera donde la espalda pierde su nombre decente; glúteos, pues. Pero su nombre son nalgas. Así de sencillo.

Término aceptado por el Diccionario de la Real Academia de Lengua Española (página 1060, edición vigésima segunda). Lo digo de corridito porque hoy todo mundo se asusta y se espanta del lenguaje… pero no de los decapitados a puños y desmembrados en este país de chocolate llamado Morena-méxico.

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Nalgas. Señor lector, si usted es varón, léame. Si usted es señorita, igual. Pero vamos al grano: lo primero que una mujer ve de un varón no son sus bíceps, su cara, sus brazos fornidos, su sombrero, su saco de marca, incluso, ni su cartera; lo primero que ven las señoritas de un caballero (un viejo como yo, pues) son sus nalgas.

Y nalgas es lo que menos tengo y jamás he tenido en mi patética vida. Las mujeres le ven a uno el trasero, no otra cosa. De hecho, hace poco, en un bar de la ciudad, la camarera gentil me atendió. Ella estaba con su club de amigas. Su club, claro, buscando pesos. Así funciona el mundo.

Cuando su servidor fue por primera vez al sanitario, todas las señoritas me “recortaron”; insisto, estoy más guapo, viejo y galán que nunca. Pero escuché el siguiente comentario al paso: “Pinche, Rocío, ¿él es el escritor del que tanto platicas? Ta’ bien flaco. Ni tiene nalgas. ¿Qué le ves, pendeja?”.

Al unísono todas rieron de buena gana. Lo siguiente, lo juro, fue la respuesta de la bella Rocío: “Ay, estúpidas, ustedes qué saben. Es un caballero y sabe tratar a las mujeres…”.

La poeta enclaustrada en su casa y milimétricamente en su recámara, Emily Dickinson, gringa, dejó lo siguiente escrito: “El éxito resulta más dulce/ para quienes nunca lo alcanzan…”. Su servidor disfruta tanto el éxito (reducido a conocer señoritas de buen ver) cuando una musa habla bien de mí. Para eso he nacido: halagarlas y amarlas… aunque no tengo nalgas de campeonato.

La vejez. Este tema ha pegado harto porque usted lo ha hecho suyo. Y repito, hablo de la vejez en general y de mi vejez en particular. Me complace mucho estar viejo. Así de sencillo. Algunos lectores me han caído a palos por lo siguiente: he escrito líneas donde hablo mal de los deportes, los gimnasios y la ropa deportiva en gente vieja como yo. Voy por partes: cada quien elige sus lecturas, su comida, su ropa, su auto, sus vacaciones: cada quien elige su vida misma…

Respeto y admiro a la gente musculosa; “mamey”, les decíamos en mi época. La gente se ve bien vestida con ropa deportiva, con calzones largos (shorts o pants, parece que así se llaman), ropa untada al cuerpo, tenis de marca, en fin; pero a mí no se me da.

Tengo tres actividades diarias muy pesadas. Una de ellas, cuando se puede y cuando mi güera de Monterrey me lo permite. A saber las tres actividades graves de mi día: con un dedo enciendo mi computadora de leña. Con un dedo enciendo mi cafetera. Y con un dedo… imanto los pezones erectos de mi güera.

Esas, y no otras, son mis actividades más deportivas y peligrosas. Diariamente. El sabio de la antigüedad, Ficino –lo he publicado–, lo supo antes que Cristo y antes que todos nosotros, humildes y tristes mortales: “El hombre se hace sabio estando sentado”. O como decía el inolvidable argentino José Bianco, al cual parafraseo en su idea: hace mucho tiempo que las epopeyas y batallas más escandalosas y vigorosas que me ocurren diario son las que suceden alrededor de mi escritorio.

ESQUINA-BAJAN

Caramba, soy viejo y no lo cambio por nada. Otra cosa o dato: nunca he tenido planes, deseos o metas de fin de año. Jamás. ¿Dejar de beber? Imposible. ¿Tener músculos de acero e ir al gimnasio? Basura. A mí, en lo más mínimo, se me antoja ver cuerpos sudorosos, oliendo a rayos, las máquinas abominables de tortura una y otra vez usadas.

Los baños o regaderas atestados, los lockers guardando calzones aromáticos… cosa que sí me gusta, pero nada más de mi pareja en turno: soy fetichista.

¿Cómo dice el aforismo a la letra? ¿Mente sana en cuerpo sano, cuerpo sano en mente revuelta? Caray, es intrascendente. Al menos para mí. Hoy se alaba la mente consumista, el superhombre que se forja a través de lo que consume o compra (ropa de marca), lo que usa (un auto rompedor) o lo que absorbe (agua, de preferencia).

Nuevamente, al punto. Planto mis estandartes de batalla y no quiero convencer a nadie: soy viejo, tengo 60 años, sé leer y escribir (en ocasiones), no quiero ni deseo vivir eternamente (¡qué estupidez, por Dios!), sigo bebiendo como si fuese adolescente; ya casi no como, la comida ya no se me da y, lo más importante, en el invierno de mi vida estoy tratando de enamorar a una musa. Una camarera de… 23 años. ¡Puf!

Dijo Arthur Rimbaud: “No somos serios cuando tenemos 17 años”. La camarera, la bella camarera regia sonríe, me coquetea. Lo hizo a propósito: un día se sentó, levantó su falda y me enseñó sus bragas de encaje negro… yo sudé y palidecí. ¿Ella? Estaba de risa loca, disfrutando. Llegó a mi mesa y me espetó al oído, mientras tocaba mi hombro: “¿Le gustó lo que vio, maestro? Es suyo si quiere. No los calzones. Lo que tengo abajo, húmedo ya para usted…”.

LETRAS MINÚSCULAS

Soy viejo. Así de sencillo y complicado. Rectifico: no voy a ir al gimnasio, aunque lo prometí. Prefiero la taberna por vecina. Fin.

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JESÚS CEDILLO

Periodista, escritor y poeta, con más de 40 años en la legua cultural y explorando el mundo.

Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx

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