Usted lo sabe si me ha leído: amo y desteto a mi ciudad, Saltillo, a partes iguales. La amo y desteto, pero si alguien osa hablar de mi ciudad soy el primero en defenderla. No hay mejor ciudad para vivir. Y vaya que lo sé, y lo creo, por andar de vago en casi toda la república mexicana.
En ocasiones por placer, en ocasiones por trabajo. Otras veces sencillamente por azar y andar de errabundo. Pero a Saltillo no la cambio por nada.
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Pero Saltillo ha cambiado. Ha mutado menormente. Ya no es el mismo Saltillo de mi infancia. Tampoco es la misma ciudad de mis padres y menos es la ciudad de mi adolescencia. Es otra ciudad, para bien y para mal. Es por ello que hay que entenderla, amarla, protegerla y adaptarse, sin duda alguna, a sus cambios, azares, fronteras y destino. Como todas las ciudades, no sólo de México, sino del mundo.
Antes, mucho antes, esta ciudad la recorría caminando. Hoy es imposible. Pero si no tengo juntas o asuntos de trabajo en el día, aún me la paso andando conmigo mismo. Con mi persona, con mi soledad sonora, para decirlo con el poeta Duns Scoto. El día avanza, pero en las ciudades –usted lo ha notado– estamos solos y en soledad. Desgraciadamente.
Hoy los traslados largos es obligado hacerlos en autobús, o como aquí se les bautizó en su momento: combis. En el transporte urbano usted ve, yo veo rostros a un lado, vecinos de asiento, rostros los cuales dicen estar en soledad. No todos, claro. Aquí se manifiesta la proliferación de la masa urbana y esos sentimientos conocidos como soledad, tristeza, depresión, desdicha, ira siempre a punto de explotar, desinterés, timidez.
Esos sentimientos, los cuales florecen en cualquier humano, en cualquier ciudad mediana, los cuales retrató ese escritor triste y melancólico, Juan Carlos Onetti. Ya luego, aquí en México, la migración del campo a la ciudad haría crecer a personajes violentos, sentimentales y retraídos (taimados, de plano), como los de la obra de José Revueltas. O bien, estos seres humanos son también los oficinistas de Mario Benedetti o el México hoy preñado de espanto y terror (los decapitados a puños) en los textos de Sergio González Rodríguez.
Dijo José Alfredo Jiménez en su reconocida tonada: “Las ciudades destruyen las costumbres…”. Y sí, provocan la más atroz soledad. Cuando llegó a la alcaldía de mi ciudad, Javier Díaz se encontró con variados problemas. Uno, sin duda, mayúsculo: eso llamado transporte urbano. Colapsado por muchos motivos: la indolencia de los concesionarios, unidades siempre en quiebra y la pandemia del bicho chino hicieron trizas las rutas… ¿Qué hacer? “El tritón” Javier Díaz no se sentó a lamentarse de la herencia, tampoco se justificó repartiendo culpas. ¿Qué hizo? Pues algo sencillo y complicado: se puso a trabajar, planear y arrastrar lápiz en papel blanco.
El resultado está hoy en boca de todos: “Aquí Vamos Gratis”, no sólo es un programa de transporte urbano, sino el plan integral de movilidad citadina e intermunicipal más ambicioso y grande de la ciudad, jamás proyectado ni ejecutado en más de cinco lustros. Se ha iniciado con dos rutas troncales gratuitas para los ciudadanos saltillenses, cuyos recorridos cubren todo el aspecto de la mancha urbana: oriente-poniente, poniente-oriente y, claro, norte-sur y viceversa.
ESQUINA-BAJAN
Se lo he platicado antes: las ciudades desde su concepción, desde su nacimiento, vaya, desde el Génesis (4:17), nacieron malditas; son malditas. Repasemos lo conocido por usted: a la letra la Biblia dice: “Caín… habitó en tierra de Nod (errante, es la traducción), al oriente del Edén./ Y conoció Caín a su mujer, la cual concibió y dio luz a Enoc; y edificó una ciudad, y llamó el nombre de la ciudad del nombre de su hijo, Enoc…” (Génesis 4:14-18). Jehová castigó a Caín por haber matado a su hermano, Abel. El Dios iracundo del Antiguo Testamento le puso una señal en la frente para no ser tocado por alguien, jamás.
Por eso las ciudades son malditas: fueron fundadas por un asesino. Pero ni usted ni yo, estimado lector, podemos habitar ese Edén perdido, ese estado bucólico del cual hizo sentidos panegíricos Jean-jacques Rousseau en su momento. Ya no somos buenos salvajes, somos habitantes en esta jungla de asfalto llamada ciudad. Con todos sus defectos y virtudes. Por eso, por ello, la acción, planeación y ejecución de “Aquí Vamos Gratis”, por parte del alcalde Javier “El Tritón” Díaz, se agiganta y ya ocupa un lugar en la historia de mi ciudad.
Como en aquel verso de Jaime Sabines, usted lo sabe, soy poeta y peatón. Sé manejar (lo más lejos que fui es a Chiapas, ida y vuelta, en un auto utilitario), pero soy descuidado y la verdad no se me da. Por eso hoy aplaudo ruidosamente el plan integral de movilidad ya en franca operación y éxito del alcalde Díaz.
Pero… siempre hay un prietito en el arroz. Hay gente, políticos, los cuales detestan y odian a mi ciudad. Tienen nombre y apellido. Son la cofradía de Morena: José Roberto Gabriel Martínez Salinas, Ricardo Treviño Salinas, Rosaura Monroy Becerril, Karla Ramos Macías, la inefable Alejandra Salazar. Y el oscuro Antonio Lorenzo Castro Villarreal. Votaron en contra del proyecto de movilidad citadina. Gente tóxica y traicionera en detrimento de mi Saltillo. ¡Puf!
LETRAS MINÚSCULAS
Segunda parte el próximo lunes en “Block de Notas”. Hay mucho por explorar.
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JESÚS CEDILLO
Periodista, escritor y poeta, con más de 40 años en la legua cultural y explorando el mundo.
Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx