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¿Vivir o medir la vida? Generación Baby Boomer (1946-1964) vs. Generación Z (1997-2012)

¿Por qué durante el periodo de la Generación Z, contrario a la Baby Boomer, existe una mayor insistencia en categorizar y cuantificar la vida cotidiana?

La razón es una: la sociedad contemporánea está definida por una economía de datos que exige medir cada interacción cotidiana para mantenerse y reproducirse.

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Por el contrario, en los años sesenta existía una narrativa que enfatizaba historias enraizadas en la experiencia subjetiva de movimientos revolucionarios y contraculturales, forjados en la libertad de expresión, la creatividad artística y la protesta política.

La experiencia en aquel entonces, sin internet o sistemas masivos de datos, buscaba trascender de manera colectiva los límites impuestos por el Sistema: hoy la narrativa dominante realza la cuantificación de la experiencia personal para definir su valor en el mercado y reforzar el statu quo.

Hoy no podemos interactuar en la vida cotidiana sin que el más mínimo movimiento nuestro pueda ser cuantificado y medido: en la atmósfera de la digitalización y del Big Data, cada interacción nuestra deja una huella en sistemas digitales (redes sociales, compras, salud, etcétera) para generar métricas que eran inexistentes en los años sesenta.

Las redes sociales (Whatsapp, Facebook, Instagram, Tiktok, Youtube, etcétera), mediante sus likes, seguidores, suscripciones y tiempo de visualización, generan métricas de interacción que transforman nuestra vida cotidiana en números visibles y comparables.

En el ámbito psicológico, proliferan tests, diagnósticos y métricas para transformar estados emocionales en números y sanar a la persona.

En el aspecto personal y laboral estamos sujetos a una cultura de productividad para medir nuestra eficiencia en el rendimiento que tenemos.

Para ello están, como ejemplo, las apps de “fitness”, de salud mental digital, rastreadores del tiempo y la calidad del sueño; la aplicación de Linkedin, que define el número de contactos laborales y las recomendaciones recibidas por nuestros servicios, y la métrica KPI (indicador clave del desempeño), que mide y cuantifica el éxito de una empresa en relación con sus objetivos estratégicos.

Finalmente, una economía nutrida por datos que nosotros proporcionamos en nuestras vidas cotidianas genera estadísticas que le permiten elaborar productos, tomar decisiones, optimizar procesos y predecir tendencias para expandir las necesidades de consumo entre nosotros.

En los tiempos actuales existe una cultura que busca el control y la previsión del comportamiento del individuo a través de números para instalarlo en una cultura de consumo; mientras en los años sesenta había una contracultura antisistema que buscaba, desde la subjetividad colectiva, transformar y liberar a la sociedad en su conjunto.

Esta lógica de la economía de datos, que convierte cada acción nuestra en información valiosa para empresas, gobiernos y plataformas digitales, tiene aspectos positivos y negativos.

Genera un mayor autoconocimiento (monitorea hábitos y mejora la salud, el rendimiento o el bienestar, etcétera), facilita la optimización de procesos en el trabajo y en la vida personal, hace visibles fenómenos antes invisibles (calidad del sueño, niveles de estrés, etcétera) y aporta datos masivos para comprender mejor el comportamiento humano.

Pero, a la vez, desde la óptica de la generación Boomer, reduce y simplifica la vida a números, perdiendo matices subjetivos y emocionales de la experiencia humana; aumenta la presión y la ansiedad social sobre las personas a través de métricas visibles (likes, seguidores, productividad, etcétera); alimenta sistemas de control y vigilancia, donde los datos personales se convierten en mercancía; aliena al individuo de la experiencia misma por privilegiar su cuantificación y fragmenta la identidad personal a través de etiquetas y métricas que dividen la vida en categorías rígidas, limitando la complejidad del ser humano.

El reto es uno: vivir la vida usando los datos como apoyo sin que sustituyan –nunca– la riqueza de la experiencia humana, so pena de acelerar la deshumanización global.

¿Será posible?

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Luis García Abusaíd

Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx

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