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Una vida entre el agua, dátiles y sal: memoria del ‘Cahuila’, un hombre del desierto

Leandro Rosales Hernández, conocido como el “Cahuila”, nació el 20 de mayo de 1946 en Viesca. Fue hijo de Agustín Rosales y Guadalupe Hernández, quienes tuvieron ocho hijos. Cursó hasta segundo de primaria. Allá, por la zona de CUDES, hacían cal en piedra, cuidaban chivas, sembraban camotes y abundaban los árboles frutales. Ahí había un kiosco, y en esa comunidad vivió el general Pedro V. Rodríguez Triana, quien fue gobernador del estado.

A Leandro le tocó presenciar el funeral del general Bernabé Ávila Rey, quien había llegado a la región para apaciguar los conflictos armados por el agua entre la Villa de Bilbao y Viesca. Como muchos de su generación, disfrutó de los manantiales y de la acequia de Bilbao, donde admiraban los pescaditos y las tortugas. Esa agua regaba distintos campos de cultivo a lo largo de su recorrido.

El “Cahuila” recuerda que en Viesca había alrededor de 20 manantiales, algunos inmensos y otros pequeños, alimentados por el agua que se concentraba en la Laguna de Viesca, la cual recibía del caudal del río Aguanaval antes de que se construyeran presas aguas-arriba. El manantial de Juan Guerra, por ejemplo, tenía un caudal de aproximadamente 400 litros por segundo. Estaban también los tres pocitos en CUDES (Colonias Unidas de Santo Santiago, una especie de cooperativa) y había otros cuatro más.

Adelante, hacia el oeste, donde vivía don Agapito Mena con sus chivas, existían otros tres manantiales, además el Túnel, que era muy grande, y junto a éste se encontraba el Ojo Azul, seguido de las Marraneras, y otro manantial más cercano a las vías del tren, entre Viesca y la Villa de Bilbao, pero ese era de agua termal. En la zona del Arco, rumbo a Parras, había dos más. Parecía un sueño: en los patios de las casas, el agua estaba a flor de tierra.

Narra con gran claridad los impactos de la segunda inundación del río Aguanaval, ocurrida en 1973. El camino, para trasladar la cal por carretera hasta la fábrica, lo destrozó el agua, por lo que se transportaba en dos armones −uno de palanca y otro de pie− que circulaban por las vías del ferrocarril. Gracias a ese sistema, el trabajo continuó sin interrupciones. Descargar el sodache −carbonato de sodio− era una labor perjudicial para la salud, pero “Cahuila” era de los que no se rajaban.

Tenía 27 años; recuerda que para cruzar el tramo, donde la corriente del río había destruido la carretera, se construyó un puente de madera que permitió el paso de víveres, medicamentos y personas. A algunas, como Rosa, la enfermera, la cargaron “a caballito” para que pudiera atender a los damnificados. Las casas de adobe del ejido Villa de Bilbao fueron arrasadas. El agua las fue carcomiendo hasta hacerlas colapsar.

A los 18 años, Leandro comenzó a trabajar en Torreón, en la empresa Peñoles; después en Químicas del Rey, y luego en SULVISA, donde laboró 22 años. En esa empresa se desempeñó en distintas áreas: empaquetando sal, llenando bultos de sulfato y en la sección de salmuera, que llegaba por tubería desde El Llano Colorado, donde estaban los pozos salineros. Descargaba la cal y el sodache (carbonato de sodio), que llegaban en vagones de ferrocarril de aproximadamente 50 toneladas cada uno, los cuales se devolvían cargados con sulfato de sodio y sal de mesa.

Emigró a Nuevo México, Estados Unidos, para trabajar como jornalero. Allí le pusieron el apodo de “Cahuila”, porque no pronunciaban bien Coahuila. A su regreso a México, vivió en Baja California Sur, Sonora, Monterrey y Saltillo. En 1971 contrajo matrimonio con Felicitas Orona, con quien tuvo siete hijos.

El “Cahuila” es experto en cosechar dátiles. Conoce perfectamente las palmas: distingue entre hembras y machos, sabe cómo polinizarlas y cómo atar las manillas para evitar que se quiebren. El año pasado, en Villa de Bilbao, cuidó 318 manillas de la familia de Griselda Argumedo. A sus 79 años aún se sube a las palmas con gran agilidad, se amarra con un lazo al tronco y, desde lo alto, cuida y corta los dátiles con la misma destreza de siempre.

Dice que le gusta tomarse “una que otra cerveza, de la que caiga”. Desde hace cinco años es viudo, así que ahora él mismo prepara sus alimentos. Aunque está pensionado por el IMSS, sigue activo realizando trabajos que le encargan en el pueblo. El “Cahuila” recorre las calles de Viesca en su bicicleta con una sonrisa.

jshv0851@gmail.com

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SALVADOR HERNÁNDEZ VÉLEZ

SALVADOR HERNÁNDEZ VÉLEZ es ambientalista, académico, escritor y senderista. Ex Rector de la Universidad Autónoma de Coahuila. Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx