No me extrañaría que León XIV estuviera escribiendo desde ahora sus apuntes para un “refresh”: el mundo tiene hambre de Dios y su justicia divina, pues la justicia terrenal es inalcanzable.
De entrada, el Cardenal estadounidense y peruano Robert Prevost escogió su denominación papal como Papa León XIV para mostrar al mundo católico y, sobre todo, al mundo político, su postura doctrinaria y de acción social: estar del lado de los más necesitados, de “los condenados de la Tierra” (frase de Franz Fanon), tal como su antecesor Papa Francisco.
El misionero agustino tomó la estafeta del misionero jesuita y no dará marcha atrás en su propósito.
La selección de un “nombre de guerra” por parte del nuevo Pontífice es importante para conducir una de sus responsabilidades mayores: no sólo asumió como Vicario de Cristo y pastor de su iglesia, sino como el Jefe de Estado de la Ciudad del Vaticano.
La otra gran responsabilidad -difundir y defender la doctrina de la fe católica- es simultánea a su compromiso político, de ahí el peso enorme que recae sobre su persona.
Bajo esa perspectiva, lo que hacen Donald Trump, Vladimir Putin y Xi Jinping al posar como súper potentados es un juego de niños aprendices de estadistas, cuyo único mérito es el control del poder y su ejercicio autoritario, pero carecen en absoluto de liderazgo moral o espiritual.
Desde los Pactos de Letrán (1929) entre el gobierno de Mussolini y la Santa Sede, la Iglesia obtuvo personalidad jurídica como Estado de la Ciudad del Vaticano a la vez que el liderazgo espiritual de la comunidad católica mundial.
En ese acuerdo, se pactaron tres cuestiones fundamentales:
+ El Tratado Político, mediante el cual se reconoció la soberanía de la Santa Sede y la creación del Estado de la Ciudad del Vaticano que garantizaba al Papa un territorio de 44 hectáreas.
+ El Concordato, el cuerpo de regulaciones entre la Iglesia y el Estado italiano, definiendo el papel del catolicismo en la vida pública y en el sistema educativo, además de establecer compromisos recíprocos que aseguraban la autonomía del clero en asuntos internos.
+ La Convención financiera, mediante la cual se compensaba económicamente al Vaticano por la pérdida de los Estados Pontificios en 1870 y otros daños causados durante la unificación de Italia bajo Garibaldi.
Para darnos una idea de la situación peculiar del Estado de la Ciudad del Vaticano y de su influencia en los asuntos mundiales, recordaré una anécdota.
Durante una reunión diplomática, en mayo de 1935, el ministro del exterior francés, Pierre Laval, intentaba persuadir a José Stalin, el gobernante de mano dura de la Rusia comunista, de aliviar su presión sobre los católicos rusos con el fin de mejorar las relaciones con el Vaticano.
Stalin, con su arrogancia característica, preguntó: “¿Cuántas divisiones tiene el Papa?”, pues de lo único que entendía el dictador comunista era de ejércitos y armas.
Bien podría estar esa pregunta en los labios de Trump, Putin y Jinping, a quienes se podría contestar que “las divisiones” del Papa León XIV, como las del Papa Francisco, son equivalentes a unos mil 400 millones de católicos en el mundo que siguen su guía espiritual.
La diplomacia vaticana se fundamenta en el papel de Jefe de Estado que asume cada nuevo Papa y requiere un enfoque político para su desempeño en la defensa tanto de los intereses del Estado Vaticano, como de la comunidad católica en el mundo.
Hay una fusión de intereses muy interesante: la diplomacia vaticana representa, primeramente, al Estado Vaticano y al Papa, pero como éste es también el líder espiritual y la máxima autoridad de la Iglesia Católica, representa seguidamente a los católicos en cualquier lugar de la Tierra y en cualquier circunstancia bajo la que vivan.
Imaginen ustedes, por un momento, el tamaño del desafío de tal labor (diplomática y espiritual en todo momento), la búsqueda de equilibrios políticos y espirituales y los compromisos a que está obligado el Papa para proteger a su grey y a su estado.
Además, León XIV tiene a su mano la fuerza de expresión de su pensamiento doctrinal y social a través de su presencia mediática, cartas, homilías, bendiciones y encíclicas o cartas de alcance universal que tienen influencia en el pensamiento de cada época.
El Cardenal Prevost escogió su denominación vicaria inspirado por el Papa León XIII y su encíclica Rerum Novarum (“De las Cosas Nuevas”, 1891), una defensa apasionada de los trabajadores y los pobres de su época que dio impulso a la Doctrina Social de la Iglesia, la cual se desarrolló ampliamente en el siglo 20.
No me extrañaría que León XIV, en el siglo 21, como ya lo han hecho anteriormente otros Papas, estuviera escribiendo desde ahora sus apuntes para un “refresh” a la Rerum Novarum 4.0: el mundo tiene hambre de Dios y su justicia divina, pues la justicia terrenal es inalcanzable.
*Con asistencia de Copilot/Microsoft para búsqueda documental.
ROGELIO RÍOS estudió Relaciones Internacionales y es periodista de opinión sobre México y el mundo. Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx