El régimen priista, inaugurado por Plutarco Elías Calles y perfeccionado por Lázaro Cárdenas, es el origen de la “ritualidad del poder” tal como la concebimos en México.
Concebidos con el propósito exclusivo de sostener un estilo de gobernar más propio de las monarquías, los rituales del poder en México permanecen hoy básicamente intactos.
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Ya no gobierna el PRI -a nivel nacional-, pero los usos y costumbres diseñados en la época de la “dictadura perfecta” han sido copiados -y en no pocas ocasiones, incluso perfeccionados- por quienes un día fueron sus detractores y hoy detentan el poder.
Uno de esos rituales es el relativo al acto de “informar”.
Desde el diseño institucional, los informes de gobierno están vinculados a la obligación constitucional y legal de rendir cuentas… pero los informes se tratan de todo, menos de rendir cuentas, es decir, de someterse al juicio del soberano, el pueblo.
Como en los mejores tiempos del régimen tricolor, los informes se tratan de rendir culto a la personalidad del tlatoani en turno, del individuo todo poderoso sin cuya intercesión nada sería posible, ni a nivel colectivo ni individual.
Exactamente de espaldas al mandato legal, los informes tienen como propósito esencial la entrega de ofrendas de gratitud a los gobernantes… como si de monarcas se tratara.
No importa el origen partidista ni el color del chaleco -prenda hoy tan de modacon el cual se vistan: nuestros políticos se hacen organizar actos de reconocimiento en los cuales ellos -no sus resultados, no sus saldos negativos, no las expectativas incumplidas- ocupan el papel central.
Se les aplaude, se les felicita y se les reconoce porque han sido capaces de transformar la realidad; porque si no fuera por sus relevantes capacidades y su talento excepcional, la calle seguiría a oscuras y sin pavimentar; la escuela estaría en ruinas, nadie tendría trabajo y todos caminaríamos con temor por las calles sin importar la hora.
No se les somete a evaluación ni se les confronta con la pobreza de resultados, algo permanentemente cierto, pues los rezagos no cesan de adelantar a las acciones públicas. Tampoco se les reprocha por los muchos yerros en los cuales, voluntaria o involuntariamente, de forma inevitable incurren.
Menos aún se nos ocurre sancionarles por sus excesos, por el despotismo con el cual ejercen el poder y por lo caprichoso de su conducta. Y de la corrupción, omnipresente en el servicio público, mejor ni hablamos…
“De eso no estábamos hablando”, dirá con humor necesario cualquiera medianamente entendido de la cultura política mexicana. Y, en efecto, de lo verdaderamente importante en el proceso de informar -como del futbol y la religión en las conversaciones familiares- preferimos no hablar.
Todo mundo tiene quejas y las expresa siempre en privado, por supuesto- a la menor provocación. Todo mundo conoce una insuficiencia, ha atestiguado un yerro, supo de primera mano de un exceso…
Pero todo mundo prefiere guardar silencio porque hacer lo contrario es “meterse en problemas”, una idea insertada con diabólica eficacia en el inconsciente colectivo por el antiguo régimen y de la cual siguen siendo beneficiarios quienes hoy gobiernan.
Nuestros políticos, todos, conocen bien esta realidad. Y actúan en consecuencia. Por ello esperan con particular entusiasmo la temporada de informes. Porque eso les permite alimentar, así sea por una horas, su ego híper inflamado y auto afirmarse aún más en la principal de sus certezas: nacieron para ubicarse por encima de los demás, para ocupar un sitial de privilegio y, desde luego, para ser adorados por ello.
Para eso se inventó la ritualidad del poder… ¿y quiénes somos nosotros para intentar modificarla?
¡Feliz fin de semana!

Carlos Arredondo
CARLOS ARREDONDO es periodista desde hace 30 años. Actualmente es Subdirector Editorial de Vanguardia, en Saltillo. Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx