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¿Quién necesita un tango alegre?

El tango puede que no alegre, pero hay mucho de romántico idealismo en él que se disfruta, el de la alegría de haber conocido la convicción y sobriedad, la inteligencia humilde, la fidelidad a uno mismo.

Hay personas que nos marcan en la vida con algunas y precisas huellas sin necesidad de que te hayan tableteado la cabeza al pie de mesas compartidas con cafés interminables, clases exquisitas, charlas telefónicas y correspondencias intermitentes, y hasta algún regaño de esos que obligan a quitar el freno o poner el pie sobre el acelerador.

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Rolo Diez fue una de esas huellas. “Hola Fritz, el gato Fritz”, me dijo la primera vez socarrón –siempre nombraba por el apellido–, cuando lo conocí en la redacción del área de Internacionales del diario El Día, donde tecleaba cables de agencias para ganarse la vida (“ahorrar unos centavos para la vejez, ya se sabe cómo pasan los años y la costumbre de esa señora de agarrar siempre al personal desprevenido”).

En realidad, lo suyo era la novela negra, que si le dejaba algo sería con el paso del tiempo cuando los libros (16) se asentaban entre los lectores y junto a los premios comenzaban a darle algo de holgura. Alberto, uno de sus hermanos, me lo puso en el radar poco antes de llegar a México con admiración –la misma que tenían ambos por su madre Reyna Diez, escritora y luchadora por los derechos humanos– sobre un camino recorrido entre piedras, con la joven militancia guerrillera en un grupo armado de izquierda argentino, la cárcel, el exilio y su parada final en México, de la mano de las convicciones y la escritura como estandarte.

Persuasivo desde su porte delgado y espigado, esquivaba cualquier intención de acercarse a esa vida jugada a diario con la muerte de la juventud, que le costó un rato de prisión y sobrado exilio. Pero bastaba con sumergirse en sus textos literarios y otros más narrativos, como Los compañeros, para saber de qué se trató aquello que lo marcó como alguien comprometido con su tiempo. “Como dice Saramago, un ser humano que escribe antes de ser escritor es ciudadano –dijo en una entrevista en el 2000, cuando por primera vez lo publicaron en Argentina–.

Pero para nada cabe hacer un paralelo entre militancia violenta (guerrilla) y escritura violenta (policial), propias de un sujeto ‘violento’. Más que esquemático sería falso. Ante todo me considero una persona pacífica. Si estuve en la lucha armada no fue porque mis colmillos pidieran sangre, sino por creer, como lo hicieron docenas de miles de argentinos, que ese era el camino para mejorar el mundo y reinventar la vida”.

Decía que la literatura le permitía observar la realidad, cuestionar la farsa y la basura que se consume a diario, de vincular lo que somos con el entorno. Y sí, en textos como Vladímir Illich contra los uniformados, Papel picado o La carabina de Zapata, se desgranan la vida del exiliado y el migrante, el humor y la ironía, los retratos de dos sociedades muy diferentes como la argentina y la mexicana, las estupideces y cobardías del ser humano y aquello que los hace nobles y dignos.

En sus textos están las miradas filosas de la novela negra, como lo era la suya sobre tantos aspectos de la vida –¿Quién necesita un tango alegre?, escribe en Papel Picado. También un humor agudo: “Policía o algo así, era, y criminal o cosa parecida, es. Puede ser”, describe también allí a un personaje del mítico café La Habana de la ciudad de México.

A México lo traía en la piel, aunque nunca apartó el acento rioplatense de sus orígenes. Y lo hacía hasta encajar lágrimas: “En México hay más de cincuenta etnias, colores hasta en la sopa, mares amistosos pero temperamentales, frutas robadas del paraíso, hay congresos de brujos, volcanes que fuman la pipa de la paz mientras preparan los incendios, fronteras diluidas en humo de marihuana, pueblos fantasmas, desiertos, escorpiones, lagartos que acechan la eternidad, cielos que no admiten otra estrella, sabores como cuchilladas, cortes de los milagros, revoluciones a la espera de su hora…”

Duele algo, en algún lado duele, lo intentamos interpretar y las conclusiones sobre su pérdida (falleció el pasado martes) llegan al mismo lugar; el de la nostalgia y la huella consumada. El tango puede que no alegre, pero hay mucho de romántico idealismo en él que se disfruta, el de la alegría de haber conocido la convicción y sobriedad, la inteligencia humilde, la fidelidad a uno mismo.

dariomfritz@gmail.com

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Darío Fritz

Periodista especializado en elaboración, edición y gestión de contenidos en medios de comunicación. Premio Planeta de Periodismo 2005 por la coautoría del libro Con la muerte del bolsillo. Seis historias desaforadas del narcotráfico en México, y Premio Nacional de Periodismo por un reportaje de investigación. Coautor de El libro rojo en el FCE. Editor de la revista BiCentenario.

Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx