Si Claudia quiere seguir con la popularidad arriba del 70% necesita irse por la libre, dejar a un lado al partido.
La popularidad de quien sea depende, en mucho, de a quién le preguntes: es muy subjetiva. En ese tenor van también las encuestas, pues dependen del color de las casas encuestadoras, del público o segmento que toman como muestra, de la fecha de medición y del método.
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En la política mexicana es un asunto muy variable, porque depende mucho de los escándalos, los cambios en la economía, la seguridad, la percepción mediática y, como bien lo sabemos, la inversión –o no– en los apoyos sociales de las personas más vulnerables, entre otras cosas. Muchas encuestas miden más la gestión administrativa de los gobiernos que a sus líderes.
O puede ser que operen al revés: en el ideario de los encuestados puede darse una confusión entre el líder y su gestión. Por ejemplo, una cosa es la gestión de Claudia Sheinbaum y otra es su persona.
En ese sentido, encontraremos a muchas personas –sobre todo quienes se benefician de los programas sociales– a quienes no les importará la gestión, pero sí la persona. Por otra parte, están quienes la persona “ni les va ni les viene”, y evalúan la gestión como un desastre o un éxito total. Esto depende, en gran medida, de las posturas políticas y no tanto de la objetividad.
La popularidad no es un tema de simpatía, imagen o fama, simple y llanamente. El trasfondo es importante cuando el marco es el poder, la legitimidad y la confiabilidad. Hablamos aquí del grado de aprobación, aceptación o apoyo de un líder o gobernante en el ideario de la ciudadanía. En concreto, es el capital político, social y emocional que tiene una figura pública y que lo legitima de forma simbólica en el ejercicio del poder.
Para Max Weber, toda autoridad requiere de una base de legitimidad y esto se lo da la popularidad. Esta popularidad para Pierre Bourdieu forma parte del capital simbólico, que se construye, según Habermas, a partir del discurso público que da al gobernante legitimidad democrática. En el caso de Sheinbaum, seguro es lo que le funciona.
En marzo de 2025, el periódico El Financiero le daba un 85 por ciento de popularidad. En abril le dio un 81 por ciento de aprobación y, por ese mismo tiempo, Americas Society/council of the Americas le daba un 75 por ciento. En agosto 2025, el diario El Economista, en una encuesta elaborada por Roy Campos, de Mitofsky, le daba un 71 por ciento.
Hay otras encuestas donde ronda el 80 por ciento (Energy Analytics Institute). Es importante aclarar que aquí no se han citado las encuestas de La Jornada, Sin Embargo, Animal Político y otros que apoyan abiertamente la gestión claudista.
En este momento hay quienes, como el diario El País y Reforma, la colocan por encima del 79 por ciento. Las claves de la popularidad, dicen algunos analistas, reside en la imagen que proyecta –integridad y coherencia–, el liderazgo frontal, la forma como enfrenta los problemas internacionales, el tema de la equidad de género y, por supuesto, los programas sociales.
En ese orden de ideas podríamos preguntarnos si es lo mismo tener popularidad que tener credibilidad. Aquí hemos hablado sólo de popularidad, que en cualquier momento, como está por los cielos, puede hacerla caer en los infiernos, pues depende de la emotividad, de la sensiblería y, en muchos de los casos, de la conveniencia.
La credibilidad es otra cosa, y es en eso en lo que deben de trabajar los asesores de la Presidenta y ella misma. En concreto, en el tema de la congruencia discursiva: lo que dice y lo que hace, que en muchos de los casos acaba minando cualquier popularidad por más alta que sea, pues la credibilidad es la base de las relaciones interpersonales y sociales.
A esto deberían apostar la Presidenta y sus asesores, pues no sólo se trata de pensar en niveles de popularidad, preferencia del pueblo, sino de restablecer la confianza que se ha perdido en los servidores públicos, dados los altos niveles de cinismo, incoherencia e irresponsabilidad que nos han mostrado históricamente.
En ese sentido, persisten actitudes que ni ella ni sus asesores parecen comprender del todo. Una: que es Presidenta de todos los mexicanos, no sólo de los simpatizantes y miembros del partido que la llevó al poder. Otra: la polarización que sigue alimentando mañana tras mañana, dictando agenda y desgastando su imagen.
Otra más: la necesidad de una buena criba y el desmarcarse de personajes controversiales que la rodean, que defiende y que traen una cola larguísima que les pisen. Advenedizos que han llegado a su partido, donde no deja de ser como en otros tiempos, la primera morenista del país.
Y una más: los notorios juicios de valor que emite hacia quienes son militantes de su partido, en contraste con quienes no lo son. Lo otro, que es menester que entiendan, es que se requiere una separación formal del partido que la llevó al poder. Pero, por supuesto, no lo hará.
No sólo son los desafíos políticos y el fuego amigo que enfrenta dentro de su propio partido, el tema de la inseguridad que no acaba por mermar y que empaña su imagen pública, o por estos días la situación económica que afecta a gran parte de los ciudadanos, sino también liderazgos chatos: los Adán Augusto López, los Monreal, los Noroña, los que llegaron del PRI y del PAN, personajes que no le abonan y que dañan su liderazgo.
Si quiere mantener esa popularidad arriba del 70 por ciento necesita irse por la libre, dejar a un lado el partido, desmarcarse de todas las rémoras que quieren seguir al amparo del poder, cualquiera que estas sean, incluyendo a Andrés Manuel, y consolidarse como una mujer confiable y coherente, que lo que dice está acompañado de lo que hace. La popularidad es una cosa, el populismo es otra.
Así las cosas.

FELIPE DE JESÚS BALDERAS
Es Maestro en Ética Aplicada y Doctor en Estudios Humanísticos por el Tecnológico de Monterrey. Licenciado en Filosofía y Letras, con una Maestría en Educación Superior por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Cuenta con una especialidad en Moral y Justicia por la Universidad Pontificia de México (UPM). Especialidad de Ética Aplicada a las Profesiones en Loyola University (Estados Unidos). Especialidad en Ética Social y Fundamental en la Universidad de Deusto (España). Especialidad en Ética Social y Profesional y estancia de investigación en la Universidad de Valencia en España.
Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx
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