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Oportunismo de político

Entre los asesinatos de Edelmiro Cavazos (39 años) y Carlos Manzo (40) han transcurrido 15 años.

El primero militaba en el PAN y era Alcalde de Santiago, Nuevo León, en la primera etapa de la guerra contra el narcotráfico, la más aciaga. El segundo ganó la Presidencia Municipal de Uruapan, Michoacán, el año pasado como candidato independiente después de haber sido diputado federal por Morena. Cavazos tenía tres hijos menores de edad; y Manzo, dos, también infantes.

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Ambos afrontaron al crimen organizado y la corrupción policial.

Cavazos fue secuestrado por un grupo armado el 15 de agosto de 2010 al llegar a su domicilio. Su cuerpo apareció tres días después en la periferia de Monterrey, esposado y con los ojos vendados.

Entre los 11 detenidos por el asesinato había seis policías municipales y un agente de tránsito. Manzo fue abatido el 1 de noviembre en la inauguración del Festival de las Velas frente a su esposa y sus hijos.

Uno de los agresores resultó abatido en el lugar, y dos más son investigados. Los casos sacudieron al país por las circunstancias en que ocurrieron y por tratarse de alcaldes apreciados por la comunidad, resueltos a cambiar las cosas.

Verónica Valdez de Cavazos recuerda haber pedido a su marido retirarse del cargo. «Lo abracé, le dije que lo quería mucho y que renunciara mejor, porque yo veía cómo batallaba».

En el homenaje póstumo a su esposo, Grecia Quiroz García se puso por encima del dolor para ver a la otra víctima.
Murieron dos, otra madre llora en casa, dijo.

«Quizá, si a tiempo hubiera educado a su hijo, (si) le hubiera dado amor, cariño, y si lo hubiera guiado por el buen camino, ese hijo no habría atentado contra la vida de mi Carlos».

Ahí radica el quid de la violencia en nuestro país y en muchos otros: familias y sociedades desintegradas у crisis de valores.

Lo más sencillo es evadir la responsabilidad individual у colectiva y culpar a los poderes públicos y a los gobiernos federal, estatales y municipales, la mayoría, ciertamente, incompetentes y venales.

Las oposiciones utilizan el asesinato de Manzo para sacar ventaja; igual se comportaron en el caso de Cavazos. Oportunismo infame e insolente.

La retórica política es tan vacua como eficaz la protección federal brindada al Alcalde uruapense.

Culpar a Calderón, a Peña, a López Obrador o a la presidenta Sheinbaum de la espiral de violencia, nada resuelve. Cada uno encaró el fenómeno según su comprensión y perspectiva política.

El resultado es irrefutable: fracaso transexenal, y para colmo, un exsecretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, preso en Estados Unidos por colaborar y recibir sobornos de uno de los carteles más poderosos de México y del mundo.

El pasado es irreparable. Lo que importa son las decisiones del presente.

El narcotráfico y la política no tienen Robin Hood, sólo intereses personales y de grupo. La indignación por la muerte de Manzo pasará, y pronto dejará de hablarse del tema.

Lo mismo sucedió con Cavazos, y antes con Luis Donaldo Colosio. El dinero de las drogas está presente en la mayoría de las actividades, sean sociales, económicas, políticas, jurídicas…

Caer en el espejismo de la prosperidad de ese comercio inmundo llevó a México a la crisis actual.

Mientras no se admita esa realidad y se le ponga remedio, la paz no volverá ni el baño de sangre cesará.

Es hora de que los gobiernos, los partidos y la sociedad dejen de mirarse el ombligo y caminen en la misma dirección en vez de verter lágrimas que, muchas veces, son de cocodrilo.

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Gerardo Hernández

GERARDO HERNÁNDEZ es periodista desde hace más de 40 años en Coahuila. Director General de Espacio 4.

Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx

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