Gabriel García Márquez nunca imaginó que su cuento titulado “Blacamán, el Bueno. Vendedor de Milagros” (1968) permitiría iluminar “el atropello legal sufrido por Grupo VANGUARDIA en un juicio mercantil enmarcado por una serie de irregularidades legales que consumó un golpe al Estado de derecho y a la libertad de expresión en Coahuila, el pasado jueves 14 de agosto”.
Gabo, el hijo pródigo de Cartagena de Indias, dibujó así al verdugo ejecutor de este suceso: “Desde el primer domingo que lo vi me pareció una mula de monosabio, con tirantes de terciopelo pespunteados con filamentos de oro, sus sortijas de pedrería de colores en todos los dedos y su trenza de cascabeles, trepado sobre una mesa en el puerto de Santa María del Darién, entre los frascos de específicos y las yerbas de consuelo que él mismo preparaba y vendía a grito herido por las calles del Caribe…”.
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Miro con fijeza a este castigador y aparece el rostro prepotente e impune del magistrado Édgar Humberto Muñoz Grajales, que es atrapado, de nuevo, del pescuezo –en sentido metafórico, aclaro– por la mágica prosa de García Márquez, quien nos dice así: Muñoz “… no estaba tratando de vender nada a aquella cochambre de indios, sino pidiendo que le llevaran una culebra de verdad para demostrar en carne propia un contraveneno de su invención, el único infalible, señoras y señores, contra las picaduras de serpientes, tarántulas y escolopendras, y toda clase de mamíferos ponzoñosos”.
En esencia, Muñoz Grajales quería demostrar su capacidad de macho alfa para doblar el Estado de derecho y, por ello, de manera grotesca fantocheaba tener la capacidad de matar cualquier culebra o mamífero tóxico. Finalmente, pensaba tener el antídoto contra ellos que contenía polvo de momia egipcia, gotas de la Gran Triaca, cristales de Condy y excrementos de paloma, pato, cabra y gato negro, combinados con ajo y sal. Y así lo había presumido, según cuentan sus amigos, en tugurios etílicos del Centro Histórico de Saltillo.
Por ello, ese jueves 14 de agosto rechazó en el Tribunal Colegiado en Materia Civil del Octavo Distrito dos solicitudes de los abogados de Grupo Vanguardia: “atraer el caso ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación y excusar la participación de la magistrada secretaria Guadalupe García de la Fuente, porque un integrante de su ponencia, el secretario adscrito, Eduardo Alonso Fuentevilla Cabello –conocido como “Lord Tablazos”– había agredido a un reportero de VANGUARDIA”.
Las dos solicitudes que exigían derechos a un juicio justo, a un juez competente, independiente e imparcial y a apelar la decisión tomada en el proceso, por considerar que los derechos del Grupo VANGUARDIA habían sido vulnerados, fueron rechazadas por Muñoz Grajales y García de la Fuente: la votación final fue 2-1.
Ahora observo con mayor detalle las facciones de Muñoz Grajales para ver cómo la injusticia y el autoritarismo transforman de manera mostrenca su cara, cuando de repente, feliz por el resultado, suelta una carcajada y su máscara cae al suelo para romperse en añicos. Y aparece el rostro de Miguel Mery Ayup, recientemente reelecto presidente del Poder Judicial en Coahuila, quien mira con sonrisa siniestra a la audiencia con sus ojos color miel; mientras acaricia sus “tirantes de terciopelo pespunteados con filamentos de oro” y saluda al respetable –como lo recomendó Lupita Jones, en su momento– corto, corto, largo, largo- para presumir “sus sortijas de pedrería de colores en todos (sus diez) dedos (sin tocar, claro) su trenza de cascabeles”.
Muñoz Grajales y Mery Ayup intercambiaron máscaras para coludirse y martillar el litigio legal contra nuestra casa editorial. En ese sentido, “la derrota judicial, que se nos ha impuesto al margen del Derecho, implica un duro golpe (…) lo resentiremos. (Pero) ningún fallo judicial, por oneroso que resulte, podrá despojarnos (…) del elemento esencial con el cual acometemos –todos los días y desde hace medio siglo– el compromiso de hacer periodismo: (con) la determinación inquebrantable de servir a la comunidad de la cual formamos parte, asumiendo sin fisuras la obligación de fiscalizar el poder y los riesgos inherentes a ello”.
“Hoy (como ayer) renovamos nuestro compromiso con las mejores causas del oficio y con las más elevadas aspiraciones de la comunidad a la cual nos debemos”.
¡No nos doblegarán!

Luis García Abusaíd
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