Uno de los lugares más serenos y tranquilos de la gran Viena es el Cementerio de San Marx. De ese lugar, un entierro en particular sigue siendo de interés para científicos y aficionados: La tumba de Mozart.
El músico fue sepultado en un acto austero y modesto, sin ninguna pompa, en una gris procesión fúnebre de una mañana congelada un 6 de diciembre de 1791. Solo unas pocas personas participaron en la procesión bajo la lluvia y la nieve; entre ellas se creía que se encontraban su último alumno, Franz Xaver Süssmayr, y su eterno rival, Antonio Salieri. Después de eso, solo el sepulturero supo lo que sucedió.
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Mozart, de 35 años, terminó en un terreno sin marcar. El ataúd se vació allí para poder reutilizarlo. Diez años más tarde, la misma parcela se reutilizaría para otros entierros. La primera oportunidad para intentar rescatar sus restos de entre todos los huesos acumulados llegó en 1801. Esto explica cómo un supuesto cráneo de Mozart finalmente llegó a Salzburgo, pero hasta el día de hoy, su autenticidad nunca ha sido confirmada.
No fue hasta 17 años después de su muerte que su esposa Constanze hizo el primer intento por localizar su tumba. Como no había cruces ni otras marcas, tuvo que confiar en los precarios recuerdos del personal del cementerio y al final, la ubicación exacta del lugar de descanso final de Mozart sigue siendo un misterio.
En sitio controvertido donde se creía que podría estar su tumba, se erigió un monumento conmemorativo, que posteriormente se trasladó al Cementerio Central en el centenario de su muerte. Finalmente, se decoró el espacio vacío con adornos de otras tumbas y colocó una losa de piedra con su nombre. Los visitantes aún depositan flores, cartas y encienden velas al pie de la columna.
El talento natural y la ambición son dos ingredientes clave que hacen a un genio, y Wolfgang Amadeus Mozart los poseía en abundancia. Nacido en la capital del arzobispado soberano de Salzburgo, en lo que ahora es Austria, entonces parte del Sacro Imperio Romano Germánico, y registrado por sus padres en forma latinizada como Joannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart, él se llamaba a sí mismo «Wolfgang Amadeus Mozart». Su talento fue reconocido y seguido por la admiración y la fama de grandes compositores de la época que lo elogiaron, incluido Haydn, quien escribió: «La posteridad no volverá a ver un talento así en 1000 años».
A los cuatro años tocaba en el piano sin fallas. A los cinco podía leer y escribir música, y entretenía a la gente con su talento en el piano. A los seis estaba escribiendo sus primeras composiciones.
A esa misma edad su padre lo presentó en la corte imperial en Viena y después lo embarcó en una larga gira musical por Europa, presentándose como niño prodigio, y su nombre ya resonaba en todo el mundo.
Después de largas estancias por varias ciudades de Europa, Mozart se instala en Viena, donde escribió y compuso de forma frenética obras maestras como Las bodas de Fígaro, Don Giovanni y La flauta mágica, pero fue al concluir esta última que Mozart se puso a trabajar en lo que sería su último proyecto, Réquiem, una misa que le había sido encargada por un benefactor que, según se dice, era desconocido para Mozart, y se supone que se obsesionó con la creencia de que, de hecho, la estaba escribiendo para sí mismo. Enfermo y exhausto, logró terminar los dos primeros movimientos, pero las últimas tres secciones faltaban por completo cuando murió y fue completada por su alumno Franz Süssmayer.
Sin poder manejar su genialidad, Mozart despreciaba el dinero, que gastaba con facilidad y con frecuencia estaba endeudado. Su carácter juguetón y alegre, en ocasiones podía parecer infantil. Bromeaba y tenía un sentido del humor tosco, y su actitud despreocupada lo metía en dificultades. Sin embargo, fue un hombre de gran contraste. En un momento podría estar haciendo una broma grosera y al siguiente podría estar componiendo la música más sublime y divina. La obsesión de Salieri y su prematura muerte, hicieron crecer aún más su genio musical.
En sus propias palabras: «Un hombre de talento ordinario siempre será ordinario, ya sea que viaje o no; pero un hombre de talento superior (que no puedo negarme a mí mismo ser sin ser impío) se desmoronará si permanece para siempre en el mismo lugar». Genio.
@marcosduranfl

MARCOS DURÁN FLORES
Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx
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