Luis, 27 años.
Queridísime Alex, necesito tu luz:
Desde que tengo memoria, siento que mi mamá nunca me quiso como soy.
De niño me decía que era demasiado sensible. De adolescente, que debía “endurecerme”. De adulto, que sigo siendo “el raro” de la familia.
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Cada vez que la veo, algo en mí se encoge.
Intento mantener la calma, pero basta con una palabra suya para sentirme otra vez como un niño que hizo algo mal.
La amo, pero me duele. Y me da culpa alejarme.
¿Se puede querer a una madre sin seguir sangrando por dentro?
Queridísime ‘herido’:
Luchito, esa herida que describes tiene nombre: herida de reconocimiento.
Alice Miller, en El drama del niño dotado, la definió como la marca que deja crecer sin validación. Aprendiste a ganar amor haciendo, no siendo. Por eso, incluso de adulto, buscas su aprobación como quien busca agua en un pozo seco.
En tanatología hablamos de la “muerte simbólica del ideal materno”: aceptar que esa madre que imaginaste —comprensiva, tierna, segura— nunca existió. La tuya quizá amó, pero con herramientas heridas.
No puedes curarla, pero sí puedes dejar de esperar que cambie.
La psicología sistémica enseña que cuando uno se emancipa emocionalmente, el sistema familiar tiembla. No por egoísmo, sino porque rompes un patrón ancestral.
No te sientas culpable, Luchito. La distancia no es abandono: es autocuidado.
Astrológicamente, la Luna —símbolo de la madre— refleja nuestra forma de protegernos. Sanar tu Luna es aprender a darte la ternura que no recibiste.
Cada vez que sientas culpa, repite: “Puedo amar sin lastimarme.”
Eso no te hace un mal hijo, te hace un hombre libre.
EL INSOMNIO DE LAS 03:00 AM
Mariana, 40 años.
Queridísime Alex, necesito tu luz:
Hace meses que me despierto a las tres de la mañana, siempre a la misma hora.
Abro los ojos y mi mente empieza a correr: los pagos, el trabajo, mis hijos, mis padres. Me levanto, camino por la casa, me hago un té, pero el corazón sigue acelerado.
Siento que si no pienso en todo, algo va a salir mal.
Durante el día me veo bien, pero por dentro estoy cansada de existir.
A veces lloro en silencio para no despertar a nadie.
¿Por qué no puedo descansar aunque esté agotada?
Queridísime insomne:
Marianita, el insomnio es el modo en que tu cuerpo te grita lo que tu mente calla.
En psicología cognitivo-conductual lo llamamos hipervigilancia: una respuesta de supervivencia. Aprendiste que solo estás segura si estás despierta.
Pero ese estado perpetuo de alerta no es vida: es un duelo aplazado.
La tanatóloga Elisabeth Kübler-Ross decía que el alma también enferma de prisa. Cada noche tu inconsciente revive las pequeñas muertes del día: lo no dicho, lo pendiente, lo que temes perder.
Por eso despiertas: no para pensar, sino para no sentir.
Haz de tus madrugadas un espacio ritual, no de castigo.
Si abres los ojos a las tres, pon la mano sobre tu pecho y repite: “Estoy viva, y eso es suficiente.”
Tu cuerpo se calmará al reconocer que ya no necesita defenderse.
Astrológicamente, las tres de la mañana pertenecen a la hora lunar, cuando el alma y la memoria emocional dialogan. La Luna despierta a quienes necesitan llorar sin testigos.
Déjala hacerlo. Dormir no es olvidar: es confiar.
Y confiar, Marianita, es el acto de fe más grande que le puedes ofrecer al universo cansado que te habita.

ALEX K DE LA LLAMA
Artista plástico hipersensible, lector compulsivo del comportamiento y los vínculos humanos. Sus repuestas NO SON desde una formación profesional, son desde la experiencia emocional y el interés superior de siempre desear el bienestar. Abre su corazón no para consulta, sino para el diálogo amoroso... como lo haría un ser querido.
Este texto es responsabilidad total, única y exclusiva de su autor, y el ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx.
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