El Alcalde de San Pedro Garza García deja una serie de declaraciones que invitaron a la reflexión, a la polémica, pero que nunca pasaron desapercibidas
Mauricio Fernández Garza murió dejando detrás no sólo políticas locales y un museo, sino una ruta de frases que condensan su forma de ver la vida, el poder y la ciudad que gobernó.
Sus dichos, directos y a menudo provocadores, fueron también herramientas políticas: definieron su estilo, marcaron controversias y explicaron por qué su figura polarizó a la sociedad regiomontana.
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Aquí, reunidas tal como las pronunció, están algunas de sus frases más representativas y el contexto que ayuda a entender por qué calaron.
“Yo simplemente les anuncio que me voy a tomar atribuciones que no tengo porque vamos a agarrar el toro por los cuernos”.
Esa declaración resume su manera de gobernar: un estilo pragmático y autoritario al mismo tiempo, dispuesto a forzar los límites legales o administrativos si eso significaba —en su evaluación— restablecer orden o eficiencia. Para sus seguidores fue valentía; para sus críticos, un síntoma de gobernar por encima de normas y controles.
“¿Cómo le hago yo para que te vaya mal?, ¡qué importa!, yo tengo muchos mecanismos para ayudarme para que te vaya mal si quieres venir a delinquir”.
Dicha en el contexto de su obsesión por la seguridad municipal, la frase exhibe esa mezcla de advertencia pública y ejercicio intimidatorio del poder local. Refleja su concepción de la autoridad urbana: una administración dispuesta a usar herramientas duras (algunas veces criticadas como arbitrariedades) contra quienes considera una amenaza.
“Siempre he estado a favor, por lo menos de la mariguana. Yo siempre he estado a favor de decir, ‘regúlese’. No quiere decir que por legalizarlas se las vas a dar a menores”.
Con esto dejó ver un posicionamiento pragmático sobre política de drogas: la regulación como estrategia para quitarle mercado y poder al crimen organizado. No fue un discurso reductor; intentó matizar la propuesta advirtiendo sobre los riesgos para menores y abogando por controles.
“Si ya estás grandecito, con bigotitos, te puedes echar un churro y hasta pagas impuestos y cuidas a la niñez”.
La frase que le da el título a este perfil sintetiza su tono irreverente y su voluntad de llevar debates —como el del consumo de cannabis— al terreno cotidiano y provocador. Es anécdota, marketing y propuesta política al mismo tiempo: una manera deliberada de hacer saltar el debate público. Esta declaración se considera que pudo ser parte de las razones de su derrota cuando contendió por la gubernatura de Nuevo León en 2003.
“La educación no tiene límite, o sea, no es de que ‘ya te graduaste, ya te sientes la gran cosa y que vas a partirle el queso a todo el mundo’, pues no; o sea, es muy limitada una carrera, de veras”.
En un país donde la formación se usa con frecuencia como carta de legitimidad, Fernández asumía una postura escéptica sobre titulaciones como garantía absoluta. Su frase reivindica la idea de aprendizaje continuo, pero también rebaja la sacralidad de los diplomas frente a la experiencia y la humildad.
“Yo no soy político, yo soy un servidor público. Los políticos dicen lo que el pueblo quiere oír, los servidores públicos lo que se tiene que hacer”.
Aquí se colocó fuera del molde partidista: se autodefinió como gestor y ejecutor más que como representante. Fue una fórmula eficaz para conectar con votantes que reclaman eficacia y con quienes aceptan la idea de un gestor fuerte, aunque la declaración también aludía a su distancia frente a la gobernanza democrática convencional.
“(Hay que) aprender a vivir plenamente, ‘¿oye y si te dijeran que te queda un mes de vida, qué harías?’ ‘No, pues me pondría a ver a mis papás, me iría de viaje’. Le digo: pues hazlo, ¿quién te garantiza que vas a vivir? Cuando aprendes a vivir plenamente llega un punto a que no le tienes miedo a la muerte”.
La frase, íntima y reflexiva, ganó un matiz más profundo cuando se supo de su enfermedad. Revela una filosofía personal que combinaba aceptación, urgencia por la vida bien vivida y una distancia emocional frente al temor existencial.
“Ya no me voy a tratar, ha sido pesadísimo tanto la quimio como la inmuno, y la realidad es estar nomás estar pateando el bote”.
Brutal en su sinceridad, este enunciado fue parte del anuncio público de su renuncia a continuar tratamientos. No buscó edulcorar el sufrimiento ni construir un final heroico: habló del desgaste físico, del cansancio y de la decisión personal frente al límite de la medicina.
“La muerte la tengo muy superada desde hace más de 50 años. Para mí es algo muy natural, y afortunadamente tengo todo muy preparado”.
Cierra el ciclo de sus reflexiones sobre finitud y control: un hombre acostumbrado a planear, a coleccionar y a ordenar su entorno que igualmente se preparó para encarar la muerte con la frialdad práctica que aplicaba a la gestión pública.
¿Por qué importan estas frases?
Las declaraciones de Mauricio Fernández funcionan como piezas de un rompecabezas: muestran a un político que mezcló ironía, bravuconería y propuestas concretas; que no rehuía lo polémico; que usó el discurso como herramienta política y como show personal.
Sus frases sobre seguridad muestran un alcalde obsesionado por control y eficacia. Las relativas a la mariguana revelan un pragmatismo poco frecuente en políticos de su generación. Y sus reflexiones sobre la muerte y el aprendizaje dejan entrever a un hombre que siempre quiso dominar el relato de su vida.
En el balance, sus dichos explican por qué fue amado por una parte de San Pedro —como gestor eficiente, protector del espacio urbano y mecenas cultural— y aborrecido por otra —por su lenguaje autoritario, su propensión a traspasar límites y su poca paciencia para el disenso. En cada frase hay un gesto: el gesto de un gobernante que buscó decidir, imponer y, sobre todo, no pasar inadvertido.