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MAURICIO FERNÁNDEZ: EL ÚLTIMO CAUDILLO QUE BLINDÓ Y REPOSICIONÓ A SAN PEDRO

El panista perdió la vida esta mañana a causa del cáncer, aquí una parte de su historia, su legado

La muerte de Mauricio Fernández Garza, ocurrida la noche del 22 de septiembre de 2025, confirma el fin de una era en la política regiomontana. No fue un político cualquiera: fue un personaje excéntrico, irrepetible, mezcla de aristócrata, empresario, coleccionista y alcalde con estilo propio.

Gobernó San Pedro Garza García cuatro veces, construyó un mito alrededor de sí mismo y dejó tras de sí un legado tan contradictorio como contundente.

Nacido en Monterrey en 1950, Mauricio provenía de una cuna donde el poder económico y político se entrelazaban.

Su padre, Alberto Fernández Ruiloba, fue de los pioneros del PAN en Nuevo León, y su madre, Margarita Garza Sada, pertenecía a una de las familias empresariales más poderosas de México.

Creció entre museos, viajes y contactos políticos, lo que lo marcó con una visión distinta: cosmopolita, pero también profundamente arraigada a su tierra.

Estudió en la Universidad de Purdue, en Indiana, y después se formó en instituciones como la UANL, el IPADE y el Tecnológico de Monterrey. Esa combinación de educación y privilegio le dio seguridad para moverse entre los círculos de la política y la cultura.

Su carrera política se definió muy pronto por una obsesión: San Pedro Garza García. Aunque fue senador de la República en los 90 y contendió sin éxito por la gubernatura en 2003, su figura quedó indisolublemente ligada al municipio que gobernó en 1989-1991, 2009-2012, 2015-2018 y finalmente en 2024.

San Pedro fue su laboratorio político y su vitrina personal. Ahí desplegó un estilo que combinaba mano dura con sofisticación cultural, control férreo con gestos excéntricos.

En seguridad, Fernández se adelantó a su tiempo. Mientras otros alcaldes lidiaban con la expansión del crimen organizado a finales de la primera década de los 2000, él habló abiertamente de contar con información privilegiada sobre capos, y de la existencia de grupos especiales que protegían a San Pedro del narcotráfico.

Lo acusaron de inventar, de fanfarronear, pero lo cierto es que el municipio se convirtió en una especie de burbuja blindada, con indicadores de violencia muy por debajo del promedio metropolitano. Su idea de registrar a los empleados domésticos y exigirles credenciales generó acusaciones de clasismo y discriminación, pero también consolidó su imagen de gobernante que no dudaba en aplicar medidas extremas.

En el terreno cultural, Fernández fue igualmente radical. Construyó su propio museo, La Milarca, inaugurado en 2023, donde abrió al público una de las colecciones privadas más singulares del país: fósiles, piezas arqueológicas, arte sacro, libros raros y arte contemporáneo.

No era un político que veía la cultura como adorno, sino como parte esencial de la identidad de San Pedro. Ese impulso cultural lo colocó como un actor insólito en el panorama político mexicano, más cercano a un mecenas que a un administrador público convencional.

Su estilo personal lo convirtió en un personaje mediático. Hablaba sin filtros, desafiaba lo políticamente correcto, se permitía declaraciones que desataban tormentas de críticas pero que reforzaban su aura de autenticidad.

Era, en muchos sentidos, un caudillo local: admirado, temido, siempre polémico. San Pedro era “su” municipio, y la población lo reeligió en varias ocasiones a pesar —o quizá por— sus excesos verbales y medidas controvertidas.

La enfermedad lo alcanzó en 2021, cuando anunció que padecía mesotelioma pleural, un cáncer agresivo y poco común. Durante años se sometió a tratamientos, pero en septiembre de 2025 reconoció públicamente que ya no podía seguir luchando. Pidió licencia como alcalde y, pocos días después, suspendió los cuidados médicos. Su muerte, confirmada la mañana del 23 de septiembre, fue recibida en San Pedro con una mezcla de duelo y reconocimiento, con homenajes oficiales que contrastaron con los debates sobre su figura.

El legado de Mauricio Fernández es difícil de resumir en un solo trazo. Para sus seguidores, fue el hombre que transformó a San Pedro en un municipio ejemplar: seguro, ordenado, con una vida cultural envidiable. Para sus detractores, representó lo peor de una élite que gobierna desde el privilegio y la exclusión, con medidas autoritarias disfrazadas de eficacia. Ambos juicios son válidos, y es precisamente esa tensión la que explica la fuerza de su personaje.

En tiempos donde la política mexicana se mueve hacia la homogenización y la disciplina partidista, Fernández Garza encarnó una rareza: un político que hacía lo que quería, con los recursos y el respaldo para sostenerlo. Su muerte no solo deja un vacío en San Pedro, sino que cierra el capítulo de un estilo de liderazgo localista, paternalista y extravagante que difícilmente se repetirá.

Mauricio Fernández fue, al final, el último caudillo de San Pedro: un hombre que gobernó desde la contradicción, que convirtió su vida en una extensión del poder municipal y que deja como herencia tanto museos y políticas públicas como polémicas que seguirán discutiéndose por años.

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