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Los Ratones Verdes

La Selección Mexicana de la FIFA, las televisoras y las casas de apuesta estuvieron en Torreón para recordarle a las nuevas generaciones por qué sus jugadores fueron nombrados por el periodista Manuel Seyde (Excélsior) «Ratones Verdes» ad vitam.

No era para menos después de los ocho goles que Antonio «el Piolín» Mota recibió de Bobby Charlton (tres), Bryan Douglas (dos) Gerry Hitchens, Bobby Robson y Ron Flowers.

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Los jugadores mexicanos le parecieron al técnico inglés, Alf Ramsey, «conejos asustados». Los traumas y complejos del seleccionado devinieron vedetismo sin dejar de ser mediocre y ratonero.

El estadio del Santos Laguna, en cuya construcción el Gobierno de Humberto Moreira participó con al menos 150 millones de pesos —sin autorización del Congreso— fue escenario de una vergüenza, esta vez frente a Uruguay.

Entre las 20 selecciones mejor puntuadas de la FIFA, la de México aparece en el lugar 14. Si es por llenar estadios en Estados Unidos, podría ser. En cuanto a técnica y calidad destaca entre de la peores.

Las ganancias por el consumo masivo de chatarra son estratosféricas y aumentan el poder económico y político de las transnacionales, una de las cuales es la FIFA.

En 2015 el Departamento de Justicia de Estados Unidos descubrió «una extensa red de sobornos, fraude y lavado de dinero que involucró a altos funcionarios de la Federación Internacional de Futbol Asociación» (Wikipedia).

La investigación reveló el pago de sobornos por derechos de transmisión, comercialización, organización de torneos internacionales у designación de sedes para campeonatos.

La FIFA simuló una depuración de directivos para salvar las apariencias, pero la mayoría de los involucrados quedó impune.

En el fondo, nada cambió. El balón de la corrupción también rueda en las canchas de futbol del mundo. ¿A quién le importa defraudar a la afición y darle gato por liebre?
Gato no, porque los ratones correrían peligro.

El futbol es un negocio, aunque evada impuestos y simule operaciones.

La noticia del mes en La Laguna fue el juego de la Selección. Las entradas y tarifas de hotel y de hospedaje alternativo se fueron hasta las nubes, pero y aun así se vendieron.

Las cantinas, ninguna tan grande como la del estadio, lucieron abarrotadas. El aeropuerto se congestionó, el tráfico enloqueció y la policía no se dio abasto.

¿Todo para ver a los Ratones Verdes, exaltados por comentaristas acríticos y miopes, pelotear sin orden ni concierto?

La afición actuó con cortesía al sólo abuchearlos. Los vedetes del balompié, como sus patrones y los políticos, piden elogio y reverencia, no crítica; impunidad, no rendición de cuentas. Su único interés es llenarse los bolsillos con el dinero de una afición que, al fin, empieza a dar visos de dignidad y coraje.

Algunos ratoncitos respondieron como Trump, con vetos y amenazas. Hace mucho tiempo dejé de asistir a los estadios como lo hacía de joven.

La codicia suplantó al honor y el narcisismo a la humildad sin la cual la conexión, no sólo con la afición, sino con la realidad misma, se pierde. Los verdes serán siempre ratones.

«El futbol es popular porque la estupidez es popular. Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos», decía Borges. La idea de supremacía, de poder, también en el futbol, le parecía horrible.

El único partido al que asistió (Argentina-Uruguay) lo abandonó al medio tiempo.

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Gerardo Hernández

GERARDO HERNÁNDEZ es periodista desde hace más de 40 años en Coahuila. Director General de Espacio 4.

Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx

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