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Las andanzas de mi tío Cleofas Garay Veloz con Pancho Villa

CRÍNICAS DE UN DESCENDIENTE DE LA DIVISIÓN DEL NORTE

No es una elegía del Centauro del Norte.
Es el relato que me fue confiado entre martillos, tanques y telegramas, cuando el sol de Torreón se fundía con el acero y mi tío Cleofas Garay Veloz me enseñaba que la Revolución no solo se peleaba con balas, sino también con cables, carne y dignidad.

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Torreón: ciudad de fuego y estrategia

Torreón no fue solo escenario: fue crisol ardiente donde se templó el destino de la patria.

Entre marzo y abril de 1914, la ciudad se convirtió en teatro de una de las batallas más decisivas de la Revolución Mexicana.
La División del Norte, al mando del general Francisco Villa, avanzaba desde Chihuahua con el ímpetu de los pueblos que ya no querían ser esclavos.

Venía de triunfar en Ojinaga, Ciudad Juárez y Tierra Blanca, y ahora se dirigía a la Comarca Lagunera, llave estratégica del norte y umbral hacia el corazón del país.

La defensa estaba a cargo del general Refugio Velasco —huertista y oriundo de Torreón—, acompañado por los restos de la División del Nazas, soldados federales y colorados orozquistas bajo el mando de Benjamín Argumedo.
Contaban con más de 16,000 hombres, artillería pesada y posiciones fortificadas.

Villa, por su parte, desplegó más de 18,000 combatientes: brigadas legendarias como la Juárez, Zaragoza, González Ortega, Cuauhtémoc, Guadalupe Victoria, Madero, Morelos y los Dorados, su escolta personal.

El 24 de marzo de 1914 comenzó el asalto al Cerro de la Pila.
Cayó el general federal Ricardo Peña.
Los villistas sufrieron cientos de bajas, pero no cedieron.
El 27 de marzo tomaron Gómez Palacio.
El 3 de abril entraron a Torreón.

La ciudad fue tomada, las vías férreas aseguradas y el paso hacia el centro del país abierto.
La historia se escribió con sangre, estrategia y coraje.

Encuentros en la sierra y la historia

Villa y los Veloz: afecto, estrategia y silencio

Antes de que los cañones retumbaran en Torreón, Doroteo Arango —ya convertido en Francisco Villa— pasó cerca de la Sierra de Menores, donde la Hacienda Rancho de Valdez, propiedad de don Eulogio Veloz Ramírez, mi bisabuelo, se alzaba como testigo silencioso de la guerra que se avecinaba.

Villa no entró. Sabía que todos lo conocían, que el afecto lo aguardaba tras esas puertas, pero también el peligro.
Así lo narra Martín Luis Guzmán en el capítulo III de sus memorias: Villa —a salto de mata— eligió no tocar la puerta de quienes le ofrecían refugio, para no arrastrarlos al fuego que lo perseguía.

Ese gesto —de respeto, de estrategia, de lealtad silenciosa— revela la hondura de los vínculos entre Villa y los Veloz.

La hacienda no fue trinchera ni cuartel, pero sí territorio ético, espacio de memoria, altar de carne y logística que alimentó a la División del Norte.
Don Eulogio, patriarca de nuestra genealogía, no empuñó fusil, pero sostuvo la Revolución desde el campo, desde la res, desde el silencio que protege y dignifica.

La forja de nuestros ancestros

En esas jornadas de fuego, mis ancestros no fueron espectadores.
Fueron telegrafistas, paileros, arrieros, soldados, cocineros, estrategas.

Mi tío Cleofas Garay Veloz, desde su puesto como telegrafista de la División del Norte, transmitía órdenes que podían cambiar el curso de la historia.
Y cuando no estaba entre cables, estaba entre tanques, torres y soldaduras, preparando la infraestructura que sostenía la Revolución.

La dureza de esa formación no se aprende en libros.
Se hereda en la sangre, se cultiva en el trabajo, se honra en la memoria.

Por eso, hoy entiendo que no fue casual que yo haya propuesto el nombre de Francisco Villa en Saltillo, ni que haya ayudado a construirlo como parte de la formación universitaria.
Ese gesto no fue solo institucional: fue genealógico, ético y revolucionario.

Porque yo no solo llevo el nombre de Cleofas.
Llevo también el compromiso de los Veloz: de los que no se rindieron, de los que alimentaron, comunicaron y sostuvieron la Revolución desde el polvo y el acero.

El telegrafista de la División del Norte

Cuando la Revolución estalló como trueno en la llanura, alguien presentó al tío Cleofas con Villa.
Y al saber que sabía leer y escribir, el Centauro lo nombró telegrafista de la División del Norte.

Desde entonces, su voz viajaba por hilos de cobre, llevando órdenes, esperanzas y estrategias entre batallas que marcaron la historia.

El taller como trinchera

Años después, cuando Villa se retiró a su hacienda de Canutillo, recordó al pailero de Torreón.

El tío Cleofas tenía su taller: tanques de agua, torres de extracción, soldaduras que brillaban como relámpagos.
Ubicado en la calle 16 No. 950 Norte, entre las avenidas 6 de Octubre y Zacatecas, en el corazón de Torreón, ese taller era más que industria: era altar de memoria.

Villa lo citó en Parral.
Querían construir juntos el futuro: almacenadores de agua para una tierra que aún soñaba con ser fértil.
El negocio se cerró el 22 de julio de 1923, en el hotel principal de Parral.
Al día siguiente, Villa fue asesinado.

La historia cambió de rumbo, pero el tío Cleofas siguió soldando memoria en cada torre, cada engrane, cada relato.

Memoria entre hierro y sangre

En 1966, mientras yo trabajaba en su taller durante las vacaciones, el tío Cleofas me contaba estas historias.
No como quien presume, sino como quien honra.
Porque la historia no se hereda: se trabaja, se recuerda, se dignifica.

Yo nací en 1954, el mismo día en que él cumplía años.
Nací en la casa de su hermana, la tía Lucita —quien fue también la partera de mi madre—, ubicada en la calle Abasolo, a una cuadra de la Alameda de Torreón.

Y en un gesto de correspondencia profunda, mi tío Cleofas —el patriarca de la familia— le pagó el parto poniéndome su nombre: Jaime Cleofas, como quien hereda no solo un nombre, sino una causa, una historia, una responsabilidad.

Genealogía de acero

Cleofas Garay Veloz era hijo de Octaviano y esposo de Inés Olvera de Garay, compañera de vida y de causa.
Mi abuelo, Ubaldo Veloz Antúnez, fue hijo de Nicandro Veloz, nieto de don Eulogio Veloz Ramírez, y padre de mi madre, Beatriz Veloz Bañuelos.

Así se entrelaza nuestra historia: una genealogía tejida entre telegramas, haciendas, talleres y afectos.
Cada generación ha sostenido la memoria viva. Lo ha hecho con humildad y firmeza.

Mensaje póstumo a mi tío Cleofas Garay Veloz

Tío Cleofas, te escribo desde este tiempo que aún carga los ecos de tus telegramas, desde este territorio que tú ayudaste a soldar con dignidad y acero.

Tu voz no se ha apagado: resuena en cada causa justa, en cada gesto que dignifica la historia.
Recuerdo tu taller como si fuera ayer.

Jugábamos a las canicas con mis primos y los amigos del barrio, frente a la casa de mi madrina Celsa y mi padrino Quico, cuyos hijos fueron mis hermanos de infancia, hermanos de calle, de polvo, de historia compartida.

Tu taller era escuela de ética, refugio de historia, altar donde se fundía el metal con la verdad.

Hoy, desde esta trinchera distinta —la de la memoria viva y la acción pública— te expreso mi compromiso de continuar defendiendo las causas que tú y la División del Norte enarbolaron:
la justicia para los desposeídos, la tierra para quien la trabaja, la libertad, horizonte colectivo.

Gracias por tu relato, por tu ejemplo, por tu sangre que también es la mía.
Gracias por tu nombre, que no es solo palabra: es estandarte.
Y gracias por enseñarme que la Revolución también se escribe con telegramas, con soldaduras, con afectos.

Aquí sigo, tío Cleofas, soldando memoria.
Te mando un abrazo hasta donde te encuentres, con todo el cariño del mundo.

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Comentarios
Jaime Martínez Veloz

Luchador social, politólogo, incómodo al poder, ex legislador.Presidente del Centro de Estudios y Proyectos para la Frontera Norte “Ing. Heberto Castillo Martínez”.

Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx