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La vulnerabilidad expuesta

El reciente episodio de acoso sufrido por la presidenta de México ha generado una oleada de reacciones en redes sociales y en el ámbito político. Diversas figuras, principalmente mujeres militantes de Morena, así como la propia Beatriz Gutiérrez Müller y la dirigente nacional del partido, Luisa María Alcalde, expresaron públicamente su apoyo y solidaridad hacia la mandataria.

Sin duda, el hecho no es menor. Que la mujer más poderosa del país haya sido víctima de acoso en la vía pública es tan grave como cualquier otro caso que diariamente viven miles de mexicanas.

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Sin embargo, más allá del respaldo y la indignación, surgen preguntas inevitables. ¿Dónde están esas mismas voces cuando se trata de las mujeres anónimas que enfrentan el acoso, la violencia o el feminicidio sin reflectores? ¿Por qué no se pronuncian con la misma fuerza cada vez que una mujer desaparece, es violentada o asesinada en cualquier rincón del país?

El caso no solo exhibe la vulnerabilidad de la presidenta, sino la de todas las mujeres mexicanas. Si a ella, rodeada de seguridad, poder y visibilidad, le sucede algo así, ¿qué pueden esperar las demás? Este incidente debería ser leído como un reflejo doloroso de la realidad: ninguna mujer, sin importar su posición social o política, está exenta de la violencia de género.

Pero este hecho también pone sobre la mesa otro asunto de fondo: la falta de políticas públicas efectivas para prevenir la violencia, no solo sancionarla. La respuesta del Estado ha sido reactiva, no preventiva. Y mientras los discursos se llenan de promesas y de solidaridad, los recursos para refugios de mujeres violentadas han sido recortados año tras año. Los centros de atención a víctimas son ineficientes, insuficientes y, en muchos casos, inexistentes.

Los números lo confirman: la violencia de género y los feminicidios no disminuyen. Al contrario, crecen en medio de una estrategia institucional que prioriza la narrativa sobre la acción. Este episodio, más allá de lo simbólico, debería servir como un recordatorio urgente para el gobierno federal de que el problema no se resuelve con empatía mediática, sino con políticas integrales, con presupuesto, con prevención y con justicia.

Porque si la presidenta fue acosada, el mensaje es claro y aterrador: en México, ninguna mujer está a salvo.

Y hay que recordarles también a esas mismas voces que hoy se rasgan las vestiduras, que en marzo de 2025 se negaron a retirar el fuero a Cuauhtémoc Blanco, acusado de un hecho tan grave como la violación de su propia hermana. No sabremos si el exfutbolista y exgobernador es inocente o culpable, porque los mismos que hoy se erigen como defensores de la mujer, actuaron entonces como jueces, cerrando la puerta a un proceso legal que debía esclarecer los hechos. Esa doble moral es la que ha deteriorado la credibilidad de quienes dicen defender a las mujeres, pero solo lo hacen cuando conviene políticamente o cuando el caso toca las altas esferas del poder.

Esa selectividad en la empatía, ese feminismo de ocasión que se enciende según la conveniencia partidista, es precisamente lo que debilita la causa de las mujeres en México. La lucha contra la violencia de género no admite excepciones, colores ni jerarquías. Si de verdad se quiere erradicar, debe asumirse con coherencia, con justicia y con la misma fuerza en todos los casos.

El acoso a la presidenta debe indignarnos, sí, pero también debe confrontarnos como sociedad y como Estado. Porque mientras la solidaridad se quede en declaraciones y trending topics, las mujeres seguirán caminando solas por las calles de un país que aún no ha entendido que protegerlas no es un gesto político, sino una obligación moral y legal.

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JÉSSICA ROSALES

Periodista con 20 años de experiencia en distintos medios de Coahuila.

Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autora, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx

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