- Murió José “Pepe” Mujica.
- Así fue su vida marcada por la lucha, la prisión y la esperanza.
REDACCIÓN / CONTRAVÍAMX
José “Pepe” Mujica ha muerto este martes a los 89 años. Esta vez sí, según confirmó el presidente de Uruguay, Yamandú Orsi, a través de redes sociales. “Hasta acá llegué”, había dicho en enero, enfrentando con serenidad su enfermedad y su final. Mujica no fue un político común: fue guerrillero, sobreviviente de la tortura, preso en condiciones inhumanas, presidente austero y orador del alma. Fascinó al mundo desde su chacra en Montevideo, convencido de que “cuanto más tenés, menos feliz sos”.
Durante los últimos meses, batalló contra un cáncer que comenzó en el esófago y luego hizo metástasis en el hígado. Tras sesiones diarias de radioterapia, decidió no continuar. “Me dejaron un agujero así”, decía, formando con los dedos un círculo del tamaño de una naranja. No podía alimentarse bien, y la fatiga fue ganando la partida. Sin embargo, hace apenas seis meses asistió al cierre de campaña de su candidato Yamandú Orsi, que terminaría ganando la presidencia. Mujica sonreía: el relevo estaba en marcha.
Del fusil a las urnas
José Alberto Mujica Cordano nació en 1935, en Paso de la Arena, un barrio rural de Montevideo. De familia humilde, conoció pronto el trabajo y la lucha social. En 1964 se sumó al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. Fue herido de bala en varias ocasiones, detenido, torturado y confinado en un calabozo de menos de dos metros. Pasó allí una década sin libros, sin luz, casi sin contacto humano. Para no perder la razón, hablaba consigo mismo, recordaba textos leídos en su juventud y hasta domesticaba ranas. “No quedamos lelos”, dijo años después con humor, junto a otros exrehenes del régimen militar.
En democracia, Mujica fue diputado (1994), senador (1999), ministro de Ganadería (2005) y finalmente presidente de Uruguay (2010-2015), electo con el 55% de los votos. Su estilo directo, su austeridad radical y su coherencia ética lo convirtieron en una figura global. Vivió siempre en su chacra, acompañado de su esposa Lucía Topolansky, su perra Manuela y sus plantas. Nunca abandonó su viejo escarabajo azul ni sus frases punzantes: “Dicen que soy pobre, pero pobres son los que necesitan mucho”.
Un legado de derechos y coherencia
Durante su presidencia, Uruguay fue pionero en la región en la legalización del aborto, el matrimonio igualitario y la regulación del cannabis. Mujica impulsó además el debate sobre la tierra, la ruralidad y la desigualdad. Dialogó con figuras como Barack Obama y forjó una amistad profunda con Lula da Silva, a quien consideraba una “figura de carácter mundial”.
A pesar de su pasado como preso político, nunca usó el poder para vengarse. No impulsó procesos judiciales masivos contra los militares de la dictadura. “No cobré la cuenta. Hay heridas que no tienen cura y hay que aprender a vivir con ellas”, decía, apelando a una ética más allá del resentimiento.
Un amor y una filosofía
Lucía Topolansky fue su compañera de vida y de lucha. Se conocieron en la clandestinidad y se reencontraron en democracia. Nunca se separaron. “El amor tiene edades. Cuando sos joven es una hoguera, cuando sos viejo, una dulce costumbre. Si estoy vivo es porque está ella”, decía Mujica, agradecido.
Su visión del mundo era clara y sencilla: “Nos explotan con nuestro propio deseo. Creemos que triunfar es comprar cosas. Pero la libertad es otra cosa: hacer con tu vida lo que a vos se te antoja, incluso boludear”. Por eso recomendaba vivir “liviano de equipaje”, como él, que nunca dejó de soñar.
El adiós de un sabio rural
En 2018 se retiró formalmente del Senado, aunque siguió militando. Cuando se enteró de que tenía cáncer, aceptó el final con su habitual franqueza. “No cambié el mundo, pero estuve entretenido y le di sentido a mi vida. Moriré feliz”, declaró.
Hoy Uruguay despide a un referente ineludible de su historia, y el mundo a un raro ejemplo de coherencia entre el decir y el hacer. José Mujica no acumuló riquezas, pero sí respeto. No ganó todas las guerras, pero ganó la más difícil: la de mantenerse fiel a sí mismo.