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Hasta siempre Marco Antonio Bernal

Dicen los mayores en los barrios del norte de México, que hay hombres que no mueren: se vuelven camino.

Que hay compañeros cuya palabra no se apaga: se vuelve brújula.
Que hay presencias que no se van: se quedan en la memoria de los pueblos que ayudaron a levantar.

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Marco Antonio Bernal Gutiérrez fue uno de esos hombres.

Lo vi caminar en San Andrés Larráinzar cuando el país era un nudo de agravios y la selva hablaba en voz de dignidad herida.
Lo vi sentarse frente al EZLN no con soberbia de gobierno, sino con la humildad republicana de quien sabe que la paz no se impone: se construye.
Se escucha.
Se teje.

Marco no llegó a Chiapas a mandar.
Llegó a entender.
Y eso, en un país acostumbrado a la sordera del poder,
fue un acto de insurrección ética.

Coordinó la Delegación del Gobierno Federal con una paciencia que no era pasividad, con una firmeza que no era imposición, con una inteligencia que no buscaba lucirse, sino abrir puertas donde otros sólo veían muros.

Y en esos días —largos, tensos, llenos de silencios que pesaban más que las palabras— Marco me dejó ver algo que no se dice en público, algo que sólo se confía a quienes comparten la intemperie. Me mostró su herida: la certeza de que el Estado mexicano había tratado a los pueblos indígenas como quien convive con una deuda que no quiere mirar.

Una relación hecha de distancia, de tutelas, de olvidos que duelen. Él lo sabía, y le dolía. Y por eso, en Chiapas: crónica de una negociación, habla con una honestidad que no es técnica ni política, sino humana: que el Estado debía aprender a escuchar sin miedo, a reconocer sin condiciones, a aceptar que la dignidad indígena no era una concesión, sino un derecho negado demasiadas veces.

Esa claridad —tan íntima, tan suya— fue la que lo llevó a sembrar, con respeto y con pudor, el terreno donde germinaron los Acuerdos de San Andrés.

El 16 de febrero de 1996, cuando se firmaron los Acuerdos de San Andrés,
su mano estuvo ahí: no para apropiarse del logro, sino para garantizar que la palabra empeñada tuviera forma, rostro y destino.

Después, otros negaron lo firmado.
Otros traicionaron lo acordado.
Otros olvidaron lo que prometieron.
Pero Marco no.
Él mantuvo su congruencia como quien sostiene una vela en medio del viento: sin aspavientos, sin renunciar, sin dejar que la oscuridad ganara terreno.

Su trayectoria legislativa y en el gobierno federal fue amplia, sí,
pero más amplia fue su capacidad de escuchar, de incluir, de tender puentes donde otros preferían cavar trincheras.

Hoy que se ha ido, no lo despido con discursos, ni con alabanzas huecas, ni con el ruido de los que llegan tarde a la historia.

Lo despido como se despide a los compañeros verdaderos: con respeto, con gratitud, con memoria.

Porque Marco Antonio Bernal supo ser eficaz sin perder la decencia, supo ser político sin perder la humanidad, y supo ser servidor público sin olvidar que la República se sostiene no con poder, sino con principios.

A su familia, mi abrazo.
A sus amigos, mi solidaridad.
A su memoria, mi reconocimiento.

Y a él, a Marco, le digo lo que se dice en los barrios del norte, cuando un compañero parte:

“Aquí seguimos.
Aquí seguimos con tu ejemplo,
con tu palabra,
con tu paso.
Descansa, que el camino continúa.”

Descanse en paz.

Comentarios
Jaime Martínez Veloz

Luchador social, politólogo, incómodo al poder, ex legislador.Presidente del Centro de Estudios y Proyectos para la Frontera Norte “Ing. Heberto Castillo Martínez”.

Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx

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