Hay figuras en la vida que son eternas, aunque sus cabellos se tornen plateados y sus pasos se vuelvan pausados. Los abuelos son la memoria viva de las familias, guardianes de historias que se narran al calor de la mesa o al arrullo de una mecedora. Ellos llevan consigo el eco de generaciones pasadas y siembran en nosotros las semillas de lo que somos y seremos.
Su presencia es un puente entre el ayer y el mañana. Con cada consejo, con cada anécdota, los abuelos nos enseñan que la vida se mide más en afectos que en bienes materiales. Nos muestran que un abrazo sincero puede curar heridas invisibles y transmitir más conocimiento que una biblioteca entera, y que una mirada llena de ternura puede darnos la seguridad que a veces no encontramos en ninguna parte.
LEE MÁS DEL AUTOR ENRIQUE MARTÍNEZ Y MORALES
Para muchos, los abuelos fueron los primeros cómplices de travesuras, los que nos dejaron probar el dulce antes de la comida, los que nos contaban cuentos bajo la luz de la lámpara, o nos esperaban con paciencia infinita a la salida de la escuela. En sus manos curtidas se esconde la fortaleza de quien trabajó sin descanso por sus hijos, y en sus arrugas se dibujan los mapas de todas las sonrisas que han regalado.
Los abuelos son también maestros de vida. Enseñan con el ejemplo: con la humildad de quien agradece lo pequeño, con la sabiduría de quien sabe esperar, con la fe de quien confía en el mañana a pesar de las tormentas. Sus palabras, a veces sencillas y otras profundas, son faros que nos iluminan en medio de la tempestad.
Celebrar a los abuelos es recordar que no son un “ayer” que quedó atrás, sino un “hoy” que sigue alimentando nuestras raíces y da vida al tronco de la familia extendida. Su amor es el hilo invisible que cose generaciones, que hace posible que las familias permanezcan unidas a pesar de la distancia y del tiempo. Son la fuente de la pertenencia y la base de la identidad.
Por eso, el Día de los Abuelos que acabamos de celebrar no es solo una fecha en el calendario, es un recordatorio de que debemos abrazarlos, escucharlos, agradecerles, quienes tengan la bendición de tenerlos. Porque ellos, con su ternura y su fortaleza, con su paciencia y su alegría, han hecho de nosotros lo que somos.
Y aunque la vida, en su ciclo inevitable, nos enseñe que no estarán siempre físicamente, los abuelos permanecen eternamente en la memoria del corazón. Cada gesto suyo se convierte en herencia, cada sonrisa en semilla de amor. Ellos nunca se van, solo se vuelven invisibles.
Hoy, desde lo más profundo de mi ser, quiero decirles: gracias. Gracias por enseñarnos a mirar la vida con calma, por mostrarnos que el amor es más fuerte que el tiempo, por recordarnos que la verdadera riqueza se encuentra en la familia. A todas y todos los abuelos, mi respeto, mi cariño y mi gratitud eterna. Porque ustedes son, y siempre serán, la raíz que sostiene y el amor que da vida.

Enrique Martínez y Morales
ENRIQUE MARTÍNEZ Y MORALES es empresario, economista y politólogo con extensa carrera en el servicio público tanto federal como estatal en Coahuila. Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx