Dentro de poco más de una semana, quienes decidan hacerlo acudirán a las urnas a convalidar la mayor farsa electoral de nuestra historia: la “elección” de quienes tienen la responsabilidad de juzgar los conflictos entre particulares y entre estos y las instituciones públicas.
Porque, digámoslo pronto y claro: la “elección” de quienes integrarán la Suprema Corte de Justicia de la Nación y el resto de los órganos jurisdiccionales del país, es una pantomima… y mala. La más burda desde los tiempos de gloria del otrora “partido hegemónico”, como bautizó Giovanni Sartori al hoy casi extinto Partido Revolucionario Institucional.
Y la afirmación aplica tanto para la elección federal como para la local. Ya abordamos en este espacio, hace dos semanas, el caso de los comicios coahuilenses cuyos diseñadores aprovecharon la rolita lanzada por la cuatroté para, de una vez, descararse y evitarle al electorado la molestia de pensar a la hora de escoger.
La evidencia con la cual se demuestra, de forma contundente, la afirmación anterior, ha comenzado a circular con profusión en los últimos días. Por todos lados surgen los “acordeones” para inducir el voto en favor de los escogidos por el poder; las “ayudas” para facilitarle a los votantes -futuros acarreados a las urnas- la tarea de “elegir”.
Nuestros políticos, todos, de la presidenta Sheinbaum para abajo, lo niegan, desde luego. ¡Faltaba más! “Es un proceso histórico”, ponderan; “por primera vez el pueblo va a elegir a sus jueces”, afirman; “es un paso para acabar con la corrupción del Poder Judicial”, pontifican…
Puro rollo… pura verborrea de la más corriente.
Nadie va a elegir nada… nadie va a “escoger” a nadie… la selección ya la hicieron quienes, en la cúspide del poder, se conducen con las pulsiones clásicas de quienes aspiran a ser monarcas, a concentrar todo el poder y a imponer su voluntad porque ellas, ellos, son seres predestinados a quienes los simples mortales debemos agradecerles por el solo hecho de existir.
No habrá, en la jornada electoral del primer domingo de junio próximo, incertidumbre alguna en relación con los resultados. Y si no hay incertidumbre, dicen los entendidos del tema, no hay elección y, por tanto, no puede considerarse a éste un ejercicio democrático.
Nos va a costar muchísimo dinero, eso sí. Quedará para la historia como uno más de los exotismos de una clase política tercermundista a la cual no le importa tirar a la basura miles de millones de pesos, mientras decenas de niños mueren por falta de vacunas o tratamientos para enfermedades curables; la violencia se enseñorea en el país, o retrocedemos en competitividad por falta de inversiones en infraestructura estratégica.
Nuestras políticas y nuestros políticos pueblerinos se rasgan las vestiduras frente a la solicitud de un crédito mísero para apuntalar el sistema local de distribución de agua potable o la inyección de unas cuantas decenas de millones al sistema de transporte público local, pero no pestañean ante la dilapidación de cinco, siete, diez mil millones de pesos, en una elección absolutamente ficcional.
Frente a esta grotesca realidad los ciudadanos deberíamos reaccionar de la única forma con alguna posibilidad de ser útil para el futuro: ausentándonos de las urnas como forma de protesta ante el agravio implicado en esta farsa.
Personalmente me he debatido, en las últimas semanas, entre dos posibilidades: cumplir mi deber de acudir a la urna y anular mi voto, como forma de protesta, o ausentarme para no contribuir a convalidar este monstruoso sinsentido.
He terminado de decantarme por esta última posibilidad porque, a diferencia de las demás elecciones, no encuentro en esta elemento alguno por la cual pudiera considerarla valiosa.
Le invito a hacer lo mismo.
¡Feliz fin de semana!

Carlos Arredondo
CARLOS ARREDONDO es periodista desde hace 30 años. Actualmente es Subdirector Editorial de Vanguardia, en Saltillo. Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx