Hace unos días nos enteramos del suicidio de un médico residente en Nuevo León por presunto acoso laboral. Según sus compañeros, quienes piden justicia, Luis Abraham llevaba tiempo denunciando el acoso que sufría en una unidad médica.
Lo lamentable es que no es la primera vez que ocurre una historia así, y desgraciadamente no será la última si no hacen cambios urgentes.
El tema no es ajeno para mí. Hace tiempo conocí a un par de jóvenes que llegaron con toda la ilusión a Torreón para realizar su residencia médica.
Al paso de los meses, los entornos hostiles, cargados de abuso de poder, jornadas inhumanas, humillaciones disfrazadas de «formación» y violencia disfrazada de «jerarquía», hicieron mella en ellos. Los cansaron y los desgastaron. Los rompieron. Pero tenían que aguantar.
Seguramente aprendieron a sobrellevar la depresión y ansiedad generalizada que tenían. Pero, ¿quién salva a quienes son los responsables de cuidarnos?
El tema era bastante difícil porque, según supe, las condiciones en que trabajaban no eran las óptimas: no había suficiente ventilación, pocas camas para descansar, entre otras cosas.
Además de eso, agréguele el clima lagunero, tan desértico y caluroso, que obviamente afecta a quienes no están acostumbrados a temperaturas que alcanzan hasta los 45 grados en el verano.
El suicidio de un médico residente no debe tratarse como una «baja médica» o una «nota roja más». Debe ser un llamado de atención y entender, de una vez por todas, que en México el sistema de enseñanza de salud está enfermo y que, desde hace tiempo, atraviesa una falla estructural.
De ninguna manera puede seguirse «justificando» esta violencia como parte del «proceso». No se debe normalizar que un estudiante duerma tres horas por semana, que trabaje bajo amenaza o con el miedo de alzar la voz. O peor aún, con la angustia de que, si dice o hace algo fuera de lo establecido, le nieguen la firma para sus papeles.
Esto es cosa seria. Desde que empezó la pandemia nos debió quedar muy claro que la otra pandemia que venía era la salud mental.
Hablar de salud pública implica, en todas sus esferas, hablar de salud mental.
Es urgente analizar cómo se enseña la medicina en México. Es necesario aplicar exámenes psicológicos a todos los que ingresen a medicina y que haya un acompañamiento terapéutico.
No podemos permitir que haya más jóvenes de bata blanca con un corazón roto o el alma en terapia intensiva.
El suicidio de un residente no es una cifra más, es una herida abierta que todos, médicos y sociedad, debemos ayudar a cerrar.

DANIELLA GIACOMÁN
Daniella Giacomán Vargas (Monterrey, NL, 1979) Es licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad La Salle Laguna en 2002. Periodista, escritora, editora y activista. Durante más de 20 años, ha trabajado en diversos medios impresos como La Opinión (hoy MILENIO Laguna), Imagen de Zacatecas, La Jornada Zacatecas, VANGUARDIA, El Guardián y en Capital Coahuila, de Grupo Región. Ganadora de premios estatales de periodismo Coahuila 2003 y 2009 en la categoría de crónica cultural; en 2016 obtuvo el reconocimiento a la trayectoria profesional otorgado por el Senado de la República y la Asociación Comunicadores por la Unidad AC, en la Ciudad de México. Desde hace 11 años es vocera del Síndrome de Moebius en México y en 2022 lanzó su primer libro "El milagro y la sonrisa", bajo el sello editorial Amonite. Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx