Hoy mi hija tiró el iPad.
Fue un accidente. Estaba cargándose en un rincón del mueble y, por alguna razón, se cayó. Ella lo levantó rápido, lo puso en su lugar y siguió como si nada.
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Yo escuché el golpe y pregunté: -¿Qué se cayó? —No sé —me dijo. —¿Fue el iPad? —No… bueno, no sé.
Más tarde lo tomé y vi la pantalla rota. No sentí enojo, senti tristeza. Tristeza porque en este momento no puedo comprar otro, pero también porque ese iPad era parte de nuestro día a día: yo lo usaba para trabajar, y ella para ver peliculas, dibujar o jugar.
Era una de esas cosas que nos acompañan en la rutina, que están ahi sin que las pienses mucho, hasta que dejan de estar.
Y me dolió, no solo por la pantalla, sino porque ella sintió que no podía decirme la verdad. Porque lo último que quiero es que mi hija tenga miedo de contarme algo.
Pensé en mi propia relación con mi madre, en lo poco que me atreví a contarle cuando rompía algo o me equivocaba. En esa mezcla de amor y miedo que muchas veces marcaba la relación.
Tuve miedo de mis reacciones. Miedo de convertirme en alguien que no escucha, que juzga sin querer, que reacciona antes de entender.
La maternidad te enfrenta con eso: con tus heridas, tus sombras, tus cansancios. Te exige ternura y firmeza al mismo tiempo.
Te pide respirar antes de hablar, aunque por dentro sientas que se te parte algo más que una pantalla.
Hace unos dias, en el trabajo, escuché a mis compañeros -todos hombres, todos papás- decir que después de trabajar no quieren llegar a casa a «regañar niños».
Decian que en pareja se reparten los roles: el que cuida, el que provee, el que apapacha, el que pone orden. Y me quedé pensando en cómo, cuando eres mamá sola, eres todos los roles al mismo tiempo.
Eres la que regaña y la que consuela, la que trabaja y la que canta, la que cocina y la que baila, la que se preocupa, la que planea, la que llega al festival, la que peina y disfraza, y a veces olvida la mochila. La que se rie aunque esté agotada. Eres todo.
Y a veces, ser todo es demasiado.
Pero también pienso que, a pesar del cansancio, tenemos algo que sostiene todo lo demás: la complicidad. Esa mirada suya que me busca para confirmar que todo está bien.
Ese abrazo que llega justo cuando me doy por vencida. Ese «tú y yo somos un equipo» que decimos tan seguido y que siempre nos salva.
Lloramos por el iPad roto, sí. Pero le dije que las cosas materiales siempre se recuperan.
Como cuando choqué mi coche o rompí mi teléfono. Los accidentes pasan, los descuidos también. Lo que no debe romperse nunca es la confianza.
Eso es lo que más quiero que sepa: que no importa lo que haga, siempre, siempre puede contar conmigo.
Quizá mañana sigamos sin iPad, pero con algo mucho más valioso: la seguridad de que puede confiar en mí, de que nada de lo que pase entre nosotras se rompe.
Ni las pantallas, ni los dias difíciles, ni el cansancio… Solo eso importa.

EVA FARÍAS
Eva Farias es periodista, comunicadora y narradora de historias con más de 15 años de experiencia. Su voz se distingue por unir lo personal con lo colectivo, con una mirada cercana, crítica y profundamente humana.
Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autora, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx
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