Alejandro Moreno es, después de los despueses, un visionario. Presentarse en organismos internacionales como víctima de persecución política de un Gobierno «autoritario y represor», y defender a capa y espada la riqueza que acumuló como gobernador de Campeche, no son dislates, como todo el mundo pudiera pensar, sino parte de la estrategia de un iluminado.
El hombre aficionado al bótox, el líder que cultiva у exhibe su musculatura para prevenir a sus rivales de Morena que lo mejor es no meterse con él, no busca glorias efímeras que un día se alcanzan y al siguiente se esfuman.
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No nos equivoquemos. Su meta es superior: ¡el Nobel de la Paz! Faltaba menos. Si Corina Machado lo consiguió, ¿por qué no él, que usa la tribuna del Senado como ring?
Fogoso y con disposición al martirio, como Francisco I. Madero y Mahatma Gandhi, y a la cárcel, como Nelson Mandela у Lech Walesa (premios del Nobel de la Paz), Alito busca atraer la atención de los cinco integrantes del Comité Noruego y del parlamento que los nombra. ¿Existe acto más democrático que haber convertido en ruinas al partido que gobernó el país durante 77 años, incluidos los de Peña Nieto? Si el PRI es hoy la cuarta fuerza en el Congreso y su bandera ondea sólo en dos estados, el mérito corresponde a Moreno y a su escudero Rubén Moreira, igual o más bravucón y colérico.
El PRI, para más inri, acaba de ser negado por el PAN. Fundir siglas históricamente antagónicas fue el peor negocio, dice la cúpula panista. No admite que el yerro de postular a Xóchitl Gálvez fue mayor. Moreno se ha quedado solo, pero acaso Machado no estuvo también en la misma situación. La incomprensión persigue a los predestinados a la gloria. El Nobel a la excandidata presidencial de Venezuela cayó como bomba; y más aún, por abyecta, su disculpa a su graciosa majestad Donald Trump, a quien dedicó la medalla.
Si los paisanos de Machado, a quien otros ganadores del título como Juan Manuel Santos, Maria Ressa y Adolfo Pérez Esquivel le han vuelto la espalda, y los siete millones de estadunidenses que el 18 de octubre colmaron las calles de Washington, Nueva York, Chicago, Los Ángeles, Atlanta y otras ciudades para protestar pacíficamente contra el Gobierno de Trump, bajo la proclama de
«No Kings», no entienden el gesto, es por su ofuscación у mezquindad. La historia los juzgará. Allá ellos.
Moreno figura también entre los incomprendidos. Si el poder mudó su condición de «pobre político» a la de «rico político”, en terrateniente urbano y en coleccionista de autos de lujo, no es su culpa.
A él lo pusieron donde había. ¿Es pecado? Pecado, en el mundo actual, es ser honesto.
Muchos políticos no tenían fortuna previa, pero como gobernadores la fabricaron; y si ya la poseían, la acrecentaron. Aquí hay ejemplos, no vayamos tan lejos. ¿O qué el exgobernador de Veracruz, Javier Duarte, y su esposa Karime Macías eran los únicos que «merecían abundancia»?
Que el PRI se haya vaciado de liderazgos y de cuadros, y que millones de militantes emigraran a Morena y otros partidos. Que sus siglas tengan la peor imagen. Que la antigua aplanadora perdiera millones de votos y que en las elecciones intermedias de 2027 pueda desaparecer si no obtiene, al menos, el 3% de la votación total para conservar su registro.
¡Basta! Alito no es el culpable.
Lo son quienes han traicionado a México y no aprecian la talla del único y más valioso líder que la patria ha tenido: él.
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Gerardo Hernández
GERARDO HERNÁNDEZ es periodista desde hace más de 40 años en Coahuila. Director General de Espacio 4. Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx