La pesadumbre de arar en el mar suele ser pasajera. Miremos hacia adelante, salgamos a recorrer el mundo sin un destino fijo ni declarado, guiados por la intuición.
Hay días de arar en el mar. Días que corren entre barquinazos a diestra y siniestra, a la espera de que el camino enlodado detenga en algún momento tanto patinazo, así sea mirando al mundo al revés con los pies cruzados sobre el volante y la nariz pegada a la alfombra polvosa.
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Días en que te sientes arar en el mar, cuando la abulia de sentarte a trabajar frente a la computadora solo te ofrece como contrapartida más horas nalga y profundidad en las ojeras ampulosas testeadas noche a noche frente al espejo.
Días en que los desabridos y desangelados alumnos que te ha tocado en el curso de este semestre te hacen sentir que aras en el mar, como también los ejercicios diarios cardiovasculares y las pastillas consumidas a horas precisas no logran bajar las resistencias a la insulina.
Días en que sientes arar en el mar, por más esmero que le pones a entender eso de los alcances del túnel cuántico o de la tolerancia inmunitaria periférica que alboroza a la ciencia.
Hay noches en que te sientes arando en el mar. Preparas platillos calientes y fríos para degustar, unos de propia cosecha, otros de exquisiteces ajenas, para que te digan gracias pero el día ha estado fatal y solo quieren la distracción de la serie en streaming más sosa estrenada en el año.
Días en que las cuentas no salen, atisbas cómo los números hallan la forma de seguir resbalando, que las opciones de vacaciones se reducen a doscientos kilómetros a la redonda y las del ahorro alcanzan el estatus de quimera.
Y te dices, aquí sigo arando en el mar.
Días como hay horas. Sigues la pelea dolorosa del primo, aquel con el que construiste vidas paralelas y ahora debe sortear la adicción y la mala racha, pero una mañana un ACV, devenido en paro cardíaco, lo transforma en una recuperación imposible. Y entonces te abrazas a la propia suerte, cruzas los dedos en tono egoísta y reflexionas por qué no te ha tocado a ti.
Sientes arar en el mar cuando balanceas las preguntas que no llegaste a hacerle o no te animaste, a esos padres sin regreso. De los tiempos forjados en hilachas de frases desvanecidas, decisiones estropeadas, intenciones malogradas. ¿Cambiarías algo de lo que has hecho?, solemos escuchar. Todo, tendría que responder con sana obviedad. Si nada está preparado para repetirse. El escritor británico James Graham Ballard, considerado uno de los grandes visionarios del siglo XX, escribió, preguntándose si tuviera que predecir sobre el futuro, que su gran temor era el aburrimiento, “que todo haya ocurrido”. Ninguna cosa, afirmó, “que sea excitante, novedosa o interesante va a suceder de nuevo; el futuro será un enorme y resignado suburbio del alma, nada nuevo va a surgir, ninguna evasión tendrá lugar otra vez”.
La pesadumbre de arar en el mar suele ser pasajera. Tiene que serlo. Miremos hacia adelante, como los flâneur, esos personajes del siglo pasado, caracterizados por salir a recorrer el mundo sin un destino fijo ni declarado, guiados por la intuición. Dispuestos a descubrir.
DARÍO MARIO FRITZ es periodista especializado en elaboración, edición y gestión de contenidos en medios de comunicación. Premio Planeta de Periodismo 2005 por la coautoría del libro Con la muerte del bolsillo. Seis historias desaforadas del narcotráfico en México, y Premio Nacional de Periodismo por un reportaje de investigación. Coautor de El libro rojo en el FCE. Editor de la revista BiCentenario.
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Darío Fritz
Periodista especializado en elaboración, edición y gestión de contenidos en medios de comunicación. Premio Planeta de Periodismo 2005 por la coautoría del libro Con la muerte del bolsillo. Seis historias desaforadas del narcotráfico en México, y Premio Nacional de Periodismo por un reportaje de investigación. Coautor de El libro rojo en el FCE. Editor de la revista BiCentenario.
Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx