Presidenta, usted dice que “somos invencibles”.
Pero ¿de qué pueblo habla cuando pronuncia esa palabra como consigna triunfal?
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¿Del pueblo que cada semana entierra a sus muertos?
¿Del pueblo que paga cobro de piso para sobrevivir en silencio?
¿Del pueblo que busca a sus desaparecidos en fosas clandestinas, mientras las cifras oficiales maquillan la tragedia?
¿Del pueblo que ve duplicarse la deuda pública, mientras el huachicol fiscal desfonda las finanzas nacionales?
¿Del pueblo que observa cómo operadores de los cárteles imponen funcionarios en gobiernos de Morena?
Usted habla de invencibilidad, pero calla frente a los cárteles.
No les dirige ni una sola palabra, aunque los asesinatos no cesan, aunque el miedo se ha vuelto rutina, aunque la extorsión se ha convertido en ley de facto en amplios territorios del país.
Calla frente a los que gobiernan con balas, pero se envalentona frente a los que marchan con pancartas.
Presidenta, ¿de qué pueblo habla?
Del que aplaude en los mítines, o del que sangra en las colonias.
Del que aparece en las encuestas, o del que desaparece en las estadísticas.
Del que usted presume como fuerza electoral, o del que carga la cruz de los asesinados.
Del que se usa como cifra, o del que se borra como cadáver.
El pueblo que usted invoca como invencible no es el mismo que camina con miedo en sus calles, que se organiza en silencio para resistir, que carga la memoria de los ausentes. Ese pueblo no se siente invencible: se siente traicionado.
El verdadero pueblo —ese que no aparece en los discursos oficiales— no necesita que le digan que es invencible. Necesita justicia, verdad y dignidad. Necesita que se le mire de frente, no que se le maquille con cifras y frases huecas.
Ese pueblo no pide aplausos, pide que dejen de matarlo.
Ese pueblo no quiere discursos, quiere que dejen de desaparecerlo.
Ese pueblo no exige invencibilidad, exige que lo dejen vivir.
Presidenta, la invencibilidad no se decreta desde un templete.
La invencibilidad se construye con justicia, con memoria, con verdad.
Y mientras los cárteles gobiernen territorios, mientras los desaparecidos se multipliquen, mientras la deuda se dispare y la corrupción se disfrace de transformación, no hay pueblo invencible: hay pueblo herido, pueblo saqueado, pueblo burlado.
El pueblo será invencible cuando deje de ser ignorado, cuando la justicia no sea consigna sino realidad, cuando la dignidad no sea discurso sino práctica.
El pueblo será invencible cuando deje de ser rehén de los cárteles y cómplice involuntario de gobiernos arrodillados.
El pueblo será invencible cuando la memoria no se esconda, cuando la verdad no se maquille, cuando la justicia no se posponga.
Hasta entonces, Presidenta, su “somos invencibles” no es más que una frase vacía, hueca, anodina, monocorde y genuflexa.
Un eco que se repite en los templos del poder, pero que no alcanza a cubrir el silencio de las fosas, ni el llanto de las madres, ni el miedo de los barrios.

Jaime Martínez Veloz
Luchador social, politólogo, incómodo al poder, ex legislador.Presidente del Centro de Estudios y Proyectos para la Frontera Norte “Ing. Heberto Castillo Martínez”.
Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx
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