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CUANDO CULPARON A LOS CELULARES DEL CÁNCER

Fue en 1992 cuando tuve mi primer celular. Sólo por mi trabajo como nuevo reportero pude acceder a un dispositivo que venía a revolucionar la comunicación, pues difícilmente era alcanzable para un recién egresado.

Si bien era la novedad aspiracional, no pocos detractores a nivel global acusaban a esa “cosa” de ser un invento de satanás, de los privilegiados para seguir esclavizando a las masas, y no sé qué tantas “linduras” más. Pero junto a esas voces, una corriente de la comunidad médica levantaba banderas rojas: la telefonía celular y el cáncer parecían caminar de la mano, por lo que iniciaron una cruzada científica para, unos descartar y otros comprobar, tan temida advertencia.

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Para mí, ese modelo “ladrillo” de Nokia fue una herramienta que transformó el periodismo en tiempo real, era toda una experiencia llamar a medio evento para que ese “extraño” departamento que se estaba creando en la redacción pudiera enviar por fax a unos cuantos suscriptores privilegiados uno o dos párrafos, empujando a la cobertura que ahora conocemos como en tiempo real.

¿Cáncer por el celular? La verdad no recuerdo a ningún compañero del gremio en una ciudad de entonces poco más de tres millones de habitantes, discutir con preocupación ese tema.

En 2008 volvió a encenderse la alarma pública: el uso masivo del teléfono móvil, ya convertido en extensión del cuerpo, podía estar detrás de tumores cerebrales. Aquella inquietud bebía de resultados preliminares, sesgos de recuerdo en encuestas y la simple coincidencia temporal entre la explosión de la telefonía y el diagnóstico de ciertos cánceres. La hipótesis necesitaba método, seguimiento y pesos pesados que la pusieran a prueba.

PRIMER HITO: 2011

El primer gran hito regulatorio llegó en 2011. La agencia de la OMS para el cáncer (IARC) revisó la evidencia disponible y clasificó los campos de radiofrecuencia —los que emiten los celulares— como “posiblemente carcinógenos” (Grupo 2B). No era una condena, sino una señal de incertidumbre: había indicios limitados y no podía descartarse del todo el papel del azar o el sesgo. La etiqueta funcionó como un recordatorio de vigilancia mientras la ciencia acumulaba mejores estudios. 

En paralelo se impulsaron investigaciones a gran escala. El Programa Nacional de Toxicología de EE. UU. (NTP) expuso por dos años a ratas y ratones a radiofrecuencias de 2G/3G y observó, en niveles de exposición muy superiores a los del uso humano, algunos tumores en ratas macho. Aquello probaba que, en condiciones extremas para animales, pueden existir efectos biológicos; pero no demostraba riesgo en personas a niveles reales de exposición. La propia documentación del NTP y de los Institutos Nacionales de Ciencias de la Salud Ambientales lo enmarca como evidencia experimental que debe leerse junto con la epidemiología humana. 

La fotografía poblacional no acompañó el temor. Grandes cohortes y revisiones sistemáticas fueron acumulando resultados consistentes: no se observó incremento de gliomas, meningiomas, neuromas acústicos ni de otros cánceres de cabeza y cuello asociado al uso del móvil, incluso en usuarios intensivos y de larga data. En 2024, un encargo de la OMS liderado por la agencia australiana ARPANSA revisó 63 estudios observacionales rigurosos y no halló asociación entre uso de celular y cáncer del sistema nervioso central; tampoco con exposiciones ambientales a antenas y transmisores. 

Las principales autoridades sanitarias han ido alineando su posición con ese peso acumulado. El Instituto Nacional del Cáncer de EE. UU. actualizó en 2024 su ficha técnica: la evidencia disponible sugiere que el uso de celulares no causa cáncer en humanos. La FDA de EE. UU., tras evaluar literatura reciente, concluye que el conjunto de pruebas no respalda un aumento de riesgos para la salud por exposición a radiofrecuencia dentro de los límites fijados por la FCC. El CDC mantiene un enfoque prudente y reconoce que, a la fecha, no hay evidencia científica que ofrezca una respuesta definitiva, por lo que sugiere medidas sencillas para quien desee reducir exposición. 

Europa ha seguido el mismo cauce. El comité científico SCHEER de la Comisión Europea no identificó niveles de evidencia moderados o fuertes de efectos adversos por exposiciones bajo los límites recomendados. El Reino Unido, a través de la UKHSA y del regulador del espectro, informa que las mediciones de redes —incluido 5G— se mantienen muy por debajo de las guías internacionales. Esas guías, actualizadas por ICNIRP en 2020, cubren de 100 kHz a 300 GHz y están diseñadas para proteger al público frente a efectos comprobados. 

¿ENTONCES?

¿Dónde estamos hoy? La hipótesis de 2008 de que el celular “provoca cáncer” no ha sido confirmada por la evidencia humana de calidad. Los estudios más recientes y amplios no encuentran incrementos de riesgo en usuarios habituales ni en quienes acumulan más de una década de uso, y las tendencias poblacionales de tumores cerebrales no reflejan un repunte paralelo a la adopción de la telefonía móvil. Los experimentos en animales a altas dosis invitan a seguir investigando mecanismos, pero no trasladan por sí solos un peligro directo al uso cotidiano dentro de los límites regulatorios. El balance actual de agencias nacionales e internacionales es que, con las restricciones vigentes, no hay pruebas convincentes de que los celulares causen cáncer. 

Como en toda tecnología ubicua, la vigilancia continúa. La OMS mantiene su proyecto internacional sobre EMF; IARC revaluará cuando lo justifique nueva evidencia; y las guías de exposición se revisan periódicamente. Mientras tanto, quien quiera reducir exposición puede usar altavoz o audífonos, limitar llamadas largas o preferir mensajes, medidas que son de bajo costo y alta tranquilidad, aun cuando la ciencia no haya encontrado un vínculo causal en condiciones reales de uso. 

Fuentes clave: OMS/IARC; Instituto Nacional del Cáncer (EE. UU.); FDA; CDC; ARPANSA; SCHEER/Comisión Europea; UKHSA/Ofcom; ICNIRP; NTP/NIEHS; Reuters y otros medios que reportaron las revisiones más recientes.

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