En , de:

Crónica de un ateo en busca del silencio

El loco de Dios en el fin del mundo — Javier Cercas, 2025


I. Una invitación peligrosa

A veces los escritores se meten en problemas por aceptar invitaciones. A Javier Cercas, descreído por convicción y por oficio, le llegó una que parecía un mal chiste: acompañar al Papa Francisco en un viaje al fin del mundo —literalmente, a Mongolia. La anécdota se habría quedado en nota de color si no fuera porque Cercas decidió convertirla en una exploración de lo espiritual, lo político y lo íntimo. El resultado es un libro tan incómodo como necesario: El loco de Dios en el fin del mundo.

Cercas comienza por definirse con un catálogo de negaciones —“ateo, anticlerical, racionalista”— como quien levanta una fortaleza de argumentos antes de cruzar el desierto. Pero esa fortaleza empieza a resquebrajarse apenas pisa el Vaticano. Lo que parecía un encargo se convierte en un examen de conciencia. El escritor que desarmó los mitos de la guerra civil española y las imposturas de la heroicidad se enfrenta ahora al mito más resistente: el de la fe.


II. El reportero de la incredulidad

El tono del libro oscila entre la crónica de viaje y la confesión involuntaria. Cercas viaja con el Papa, pero sobre todo viaja dentro de sí. Describe la parafernalia vaticana con un ojo clínico —los pasillos, los gestos, la retórica diplomática—, pero el interés no está en lo que ve, sino en lo que empieza a no entender.

Ahí radica la fuerza de esta obra: su vulnerabilidad intelectual. Cercas escribe como quien intenta mantener la compostura ante algo que lo desborda. Valeria X lo diría así: “El autor que más ha confiado en la razón se atreve, por primera vez, a admitir que no le alcanza.”

Esa admisión convierte cada página en un acto de honestidad. El ateo no se vuelve creyente; se vuelve curioso. Y en esa curiosidad hay una forma de fe más radical que cualquier dogma.


III. Los márgenes del milagro

La estructura del libro es híbrida: mezcla de crónica, diario y ensayo. Esa irregularidad formal no es un defecto, sino una declaración. Cercas sabe que la fe no cabe en un género estable. En la ruta hacia Mongolia —una tierra con apenas mil quinientos católicos—, el autor descubre que el centro de la Iglesia no está en Roma, sino en sus bordes.

Los protagonistas verdaderos son los “locos de Dios”: misioneros, monjas, traductores y creyentes que sostienen comunidades minúsculas con una convicción casi artesanal. Cercas los observa con asombro y una pizca de envidia. Esos hombres y mujeres no necesitan pruebas, ni estadísticas, ni certezas; solo un propósito.

La periferia de la fe resulta más lúcida que su centro de poder. Mientras en el Vaticano se administran las sombras, en los confines del mundo se mantiene la llama.


IV. Un duelo disfrazado de ensayo

Más allá del viaje y de la política, El loco de Dios es también un libro sobre el duelo. El padre de Cercas ha muerto, la madre envejece, y la pregunta de fondo se vuelve personal: ¿existe algún lugar donde los muertos nos esperen? No hay respuesta, solo el eco de la duda.

El escritor convierte esa búsqueda en un diálogo con su propia infancia. La fe, dice, es una forma de recordar. Y el libro, sin proponérselo, acaba siendo una oración laica: una manera de hablar con los que ya no están.

Ahí, en ese terreno íntimo, está su mayor acierto: Cercas abandona la ironía, renuncia a la pose del intelectual invulnerable, y escribe con un temblor que desarma. La razón se rinde sin humillarse; la emoción se impone sin sentimentalismo.


V. El lenguaje del silencio

En la etapa final del viaje —esa “Mongolia del alma” que es más interior que geográfica—, Cercas comprende que no hay epifanía. Nadie se ilumina. Nadie se convierte. Solo hay silencio. Pero ese silencio tiene peso, tiene sentido. No es la ausencia de Dios, sino su forma más discreta.

El fin del mundo no está en el mapa: es el punto exacto donde la inteligencia se queda sin palabras y aprende, al fin, a escuchar.

El loco de Dios en el fin del mundo cierra con esa humildad que solo alcanzan los libros necesarios: no promete redención, ofrece compañía.


VI. Veredicto: entre la duda y la gracia

Este es un libro desigual, pero profundamente vivo. Hay momentos de lucidez literaria —el retrato del Papa, la reflexión sobre el poder, la memoria de los padres— y otros donde el ensayo se dispersa. Pero incluso en sus excesos se percibe una intención genuina: explorar lo inexplicable sin cinismo.

Cercas no ha escrito una novela ni un reportaje, sino una tentativa de diálogo entre dos mundos que rara vez se escuchan: la razón y la fe. Y ese intento, aunque imperfecto, lo redime.

En tiempos de certezas baratas, leer a un hombre inteligente que duda es, quizá, la forma más alta de oración.

Calificación: ★★★★☆ (4/5)

Comentarios
Valeria X de la Garza

Apasionada de las letras en construcción. Para ella, leer es un acto de resistencia y ternura. Transita en el noreste mexicano.

Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autora, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx

MÁS EDITORIALES, ARTÍCULOS Y REFLEXIONES EN ASÍ DICE