Durkheim: Mi aportación principal continúa vigente; el estudio objetivo y medible –estadísticamente– de los hechos sociales que existen, como formas de actuar, pensar y sentir, que son externas al individuo y ejercen un poder coercitivo sobre él.
Ejemplos: la familia, la religión, la educación, la política, la economía, los medios de comunicación y, ahora, las redes sociales.
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Esos hechos sociales o instituciones básicas pasan por una crisis irreversible por tres razones:
1) La pérdida de su capacidad para generar valores que cohesionen e integren al individuo en las mismas y en la sociedad en general.
2) El divorcio entre individuo y comunidad –entendida como instituciones básicas– que ha generado un individualismo extremo con tintes narcisistas, apalancado por el consumismo, el culto al cuerpo y el temor a la vejez, por un lado, y unas instituciones sociales (familia, religión, educación, etcétera) frágiles para generar los valores que reconecten al individuo con ellas y den un significado comunitario a sus vidas, por el otro.
3) Y, finalmente, la reproducción amplificada de ese divorcio en medios de comunicación y redes sociales que ahonda esa deshumanización de la sociedad contemporánea.
Marx y Weber, emocionados, aplauden: “¡Vaya elocuencia!”. Foucault, distraído, piensa en sus nueve gatos hambrientos en casa.
Weber: Yo me concentré en comprender el tipo de relaciones que establecían los individuos para construir esas instituciones sociales básicas, de las que habla Emilio. Lo hice porque la sociedad es el resultado de la suma de esas acciones individuales y sociales.
En ese esfuerzo distinguí cuatro tipos de relaciones:
1) En la racional basada en fines, el individuo actúa de manera calculada y evalúa medios y fines para alcanzar un objetivo específico: no toma en cuenta la persona.
2) En la racional con valores, la persona guía su conducta en un valor ético, religioso, estético o moral: sí toma en cuenta la persona.
3) En la afectiva, la persona actúa motivada por emociones o sentimientos. Y, finalmente
4), en la tradicional, el individuo parte de costumbres, hábitos o prácticas heredadas, sin una reflexión consciente.
En mi conferencia “La Ciencia como Vocación” (1917) expliqué cómo la creciente intelectualización y racionalización (o predominio de la relación basada en fines), aparejadas a un capitalismo voraz, generarían un orden económico y burocrático que convertiría a las personas en “engranajes” de una maquinaria burocrática sin capacidad para ser autónomas o tener un sentido trascendente –ético, religioso, estético o moral– de la vida.
Esa modernidad, puntualicé, provocaría un “desencanto del mundo” que estaría acompañado de una deshumanización, en general, y de una sensación de vacío existencial, sin marco trascendente que dé sentido último a la vida para los individuos, en particular.
Marx, Durkheim y Foucault aplauden a Weber, y éste le dice a Michael: “Empieza porque el espacio de este editorial se acorta”. La mesera les llena sus tazas de café.
Foucault: Al contrario de ustedes, yo no presento una teoría sistemática y convencional, sino un conjunto de herramientas conceptuales para analizar las relaciones entre el poder, el conocimiento y la formación del sujeto en la sociedad.
El poder, por cierto, no es una fuerza que se ejerce de arriba hacia abajo: el poder no es una posesión exclusiva del Estado o de una clase dominante, sino que está disperso en un conjunto de relaciones sociales, institucionales y personales que se ejercen en cada rincón del cuerpo social.
Además, el poder y el conocimiento están intrínsecamente ligados. El poder crea sus propios “discursos verdaderos” que una sociedad reconoce como válidos en un momento histórico: discurso médico (qué es “salud” y qué es “enfermedad”), discurso jurídico-penal (qué conductas son delito y cómo deben sancionarse), discurso político (legitima el poder de ciertos grupos o gobiernos), discurso religioso (qué es moralmente correcto o incorrecto desde una perspectiva espiritual) y el discurso científico, que se presenta como el más “neutral”, pero también está atravesado por poder.
Estos “discursos” están regulados por “regímenes de verdad” que determinan qué se puede decir, quién puede decirlo y en qué condiciones.
Los “discursos verdaderos” son formas históricas de verdad, construidas y legitimadas por el poder; no son eternos, sino contingentes.
En síntesis, el poder y el conocimiento facilitan, a lo largo de la historia, el control social, el cual se refuerza a través de prácticas disciplinarias en prisiones, escuelas, hospitales y cuarteles, que clasifican a los individuos para compararlos y sancionarlos según su conformidad con la norma establecida para asegurar la creación de sujetos obedientes y dóciles.
“Bueno, hasta aquí”, dice Foucault, “me voy a casa porque dejé a mis nueve gatos sin agua y sin croquetas, y han de estar histéricos. Le toca pagar a Marx. Bye”.
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Luis García Abusaíd
Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx
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